RITO DE CANONIZACIÓN DEL BEATO MARTÍN DE
PORRES
HOMILÍA DE SU
SANTIDAD JUAN XXIII
Domingo 6 de mayo de 1962
Nuestro corazón y el de todos los que profesan la fe de Cristo, está pendiente del importante acontecimiento que es el Concilio
Ecuménico Vaticano II; en el cual están puestas las esperanzas de un
rejuvenecimiento con mayor vigor del Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia. A
esto tienden especialmente en estos momentos nuestras tareas y
actividades, que
el Redentor Santísimo de los hambres nos encomendó, aquí en la tierra, para
gobernar y dirigir a su esposa incontaminada. Por esta razón el rito solemne,
que ahora con gran majestad se realiza en la basílica vaticana tiende, de una
manera especial, a este mismo fin; pues al inscribir en el número de los santos
del cielo, con gran solemnidad, a un varón insigne y de singulares virtudes,
hemos pretendido significar que no puede esperarse cosa mejor del Concilio que
un nuevo acicate a los hijos de la Iglesia para una vida mejor.
Martín, con el ejemplo de su vida, nos demuestra que es posible conseguir la
salvación y la santidad por el camino que Cristo enseña: si ante todo amamos a
Dios de todo corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente; y, en
segundo lugar, si amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismo (Cf. Mt
22, 36-38).
Por lo cual, ante todo, Martín, ya desde niño, amó a Dios, dulcísimo Padre de
todos: y con tales características de ingenuidad y sencillez que no pudieron
menos que agradar a Dios.
Posteriormente cuando entró en la Orden Dominicana, de tal modo ardió en piedad
que, no una sola vez, mientras oraba, libre su mente de todas las cosas,
parecía estar arrebatado al cielo. Pues tenia en su corazón bien fijo lo que
Santa Catalina de Sena había afirmado con estas palabras: "Es normal amar a
aquel que ama. Aquel que vuelve amor por amor puede decirse que da un vaso de
agua a su Creador" (Carta número 8 de Santa Catalina). Después de haber
meditado que Cristo padeció por nosotros..., que llevó en su cuerpo nuestros
pecados sobre el madero (Cf. 1P 2, 21-24), se encendió en amor a Cristo
crucificado, y al contemplar sus acerbos dolores, no podía dominarse y lloraba
abundantemente. Amó también con especial caridad al
augusto Sacramento de la Eucaristía al que, con frecuencia escondido, adoraba
durante muchas horas en el sagrario y del que se nutría con la mayor frecuencia
posible. Amó de una manera increíble a la Virgen María, y la tuvo siempre como una Madre querida. Además, San Martín, siguiendo las enseñanzas del
Divino Maestro, amó con profunda caridad, nacida de una fe inquebrantable y de
un corazón desprendido a sus hermanos. Amaba a los hombres porque los juzgaba
hermanos suyos por ser hijos de Dios; más aún, los amaba más que a sí mismo,
pues en su humildad juzgaba a todos más justos y mejores que él. Amaba a sus
prójimos con la benevolencia propia de los héroes de la fe cristiana.
Excusaba las faltas de los demás; perdonaba duras injurias, estando persuadido
de que era digno de mayores penas por sus pecados; procuraba traer al buen
camino con todas sus fuerzas a los pecadores; asistía complaciente a los
enfermos; proporcionaba comida, vestidos y medicinas a los débiles; favorecía
con todas sus fuerzas a los campesinos, a los negros y a los mestizos que en
aquel tiempo desempeñaban los más bajos oficios, de tal manera que fue llamado
por la voz popular Martín de la Caridad. Hay que tener también en cuenta que en
esto siguió caminos, que podemos juzgar ciertamente nuevos en aquellos
tiempos, y que pueden considerarse como anticipados a nuestros días. Por esta
razón ya nuestro predecesor de feliz memoria Pío XII nombró a Martín de Porres
Patrono de todas las instituciones sociales de la República del Perú (Cfr. Carta
Apostólica del 10 de junio de 1945).
Con tanto ardor siguió los caminos del Señor que llegó a un alto grado de
perfecta virtud y se inmoló como hostia propiciatoria. Siguiendo la vocación del
Divido Redentor, abrazó la vida religiosa para ligarse con vínculos de
más perfecta santidad. Ya en el convento no se contentó con guardar con
diligencia lo que le exigían sus votos, sino que tan íntegramente cultivó la
castidad, la pobreza y la obediencia que sus compañeros y superiores lo tenían
como una perfecta imagen de la virtud.
La dulzura y delicadeza de su santidad de vida llegó a tanto que durante su vida
y después de la muerte ganó el corazón de todos, aun de razas y procedencias
distintas; por esto nos parece muy apropiada la comparación de este hijo
pequeño de la nación peruana con Santa Catalina de Sena, estrella brillante
también de la familia dominicana, elevada al honor de los altares hace ya cinco
siglos: ésta, porque sobresalió por su claridad de doctrina y firmeza de
ánimo; aquél, porque adaptó sus actividades durante toda su vida a los
preceptos cristianos.
Venerables hermanos y queridos hijos. Como ya hemos afirmado al comienzo de
nuestra homilía, juzgamos muy oportuno el que este año en que se ha de celebrar
el Concilio, sea enumerado entre los santos Martín de Porres. Pues la senda de
santidad que él siguió y los resplandores de preclara virtud con que brilló su
vida, pueden contemplarse como los frutos saludables que deseamos a la Iglesia
católica y a todos los hombres como consecuencia del Concilio Ecuménico.
Porque este santo varón, que con su ejemplo de virtud atrajo a tantos a la
religión, ahora también, a los tres siglos de su muerte, de una manera
admirable, hace elevar nuestros pensamientos hacia el cielo. No todos, por
desgracia, comprenden cómo son precisos estos supremos bienes, no todos los
tienen como un honor; más aún, hay muchos que siguiendo el placer y el vicio los
desestiman, los tienen como fastidiosos, o los desprecian. ¡Ojalá que el ejemplo
de Martín enseñe a muchos lo feliz y maravilloso que es seguir los pasos y
obedecer los mandatos divinos de Cristo!
Venerables hermanos y queridos hijos. Tenéis trazada a grandes rasgos la imagen
de este santo celestial. Miradla con admiración y procurad imitar en vuestra
vida su excelsa virtud. Invitamos a esto especialmente a la juventud animosa
que hoy se ve rodeada de tantas insidias y peligros. Y que especialmente el
pueblo peruano para Nos tan querido emule sus glorias en la religión católica, y
por la intercesión de San Martín de Porres, produzca nuevos ejemplos de virtud y
santidad. Amen, Jesús.
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12 abr 2012
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