COLUNGA UN HEROE
Diario La Razón - Lima Peru
Médico Colunga recolectó bayonetas entre los heridos de las batallas de San Juan y Miraflores y los entregó a la resistencia
VÍCTOR ALVARADO
Antonia
Moreno de Cáceres elogió su patriotismo de ocultarlas bajo tierra en el
Jardín Botánico y entregárselas apenas se los pidió
Un
capítulo glorioso de la resistencia limeña a la invasión chilena fue
protagonizado por los médicos de la Facultad de Medicina de San
Fernando, liderados por el médico cirujano Miguel Fernández de Colunga
(1836-1914), perennizado en la historia como el doctor Miguel Colunga y
según lo ha narrado Antonia Moreno de Cáceres,
en sus memorias, este
galeno conformó un contingente que se batió íntegro para atender a
heridos de la guerra y recolectar armas destinadas a los combatientes de
la Breña, que ella recogió oportunamente y entregó a su esposo.
Colunga,
junto a un plana dirigente integrada por los doctores Armando Vélez,
Ignacio Acuña, Urbano Carbonera, Manuel Injoque, Jacobo Hunter,
Francisco Pineda y Juan de Dios Salas, entre otros, después de la
derrota peruana en el combate de Angamos del 08 de octubre de 1879 y
ante el advenimiento de la guerra terrestre puso a disposición de la
Junta de la Guerra, jefaturada por el propio presidente Mariano Ignacio
Prado, el contingente de médicos cirujanos y su material quirúrgico de
enseñanza para ser utilizados en los frentes de batalla que
inevitablemente se iban a producir en el sur.
Pero
no solo eso, inmediatamente por iniciativa del doctor Colunga, en
octubre de 1879, los alumnos y docentes de la Universidad Mayor de San
Marcos formaron la columna Independencia, en un primer momento
denominada “Carolina” y ofrecieron sus servicios al Supremo Gobierno
para integrarse a las ambulancias del Ejército que ese tiempo, en la
práctica, eran hospitales de campaña que se levantaban a poca distancia
de los campos de batalla.
El pedido de
los estudiantes sanfernandinos, alentado por Colunga, para desempeñarse
en las ambulancias fue respondido favorablemente por el Gobierno y el
20 de octubre de 1879, éste fue nombrado teniente coronel y primer jefe
de la Columna “Independencia” adscrita a la Guardia Nacional.
La
columna nunca llegó a entrar en combate, porque no hubo necesidad de
que lo haga porque no había plazas disponibles, pero alumnos y
profesores estuvieron listos para marchar al frente apenas fueran
requeridos.
Más adelante, luego de las
derrotas en las batallas de Tacna (26 de mayo de 1880) y Arica (07
junio de 1880) y se perfilaba que Lima sería objeto de una invasión
militar chilena, los alumnos y profesores sanfernandinos se integraron a
la Tercera División de la Reserva para usar las armas en defensa de la
ciudad. El gobierno dispuso mediante decreto supremo la incorporación de
profesores y alumnos sanfernandinos a la III División de la Reserva.
El
15 de junio de 1881, fecha de la irrupción militar chilena en
Miraflores, los reservistas que se encontraban en espera de ser llamados
para la acción, pero este llamado no se produjo porque los invasores
rompieron la línea central de la defensa de Miraflores y la Junta de la
Guerra consideró inevitable la destrucción de las siguientes líneas de
defensa, por lo que todas las divisiones de reserva, incluyendo la III
de Colunga, fueron desactivadas y sus integrantes enviados a sus casas.
La
derrota en Miraflores acarreó la desactivación de las ambulancias
militares y la improvisación de nuevas ambulancias a cargo de los
profesores y estudiantes de medicina y de los propios galenos militares
dispersos, correspondiéndoles a los sanfernandinos realizar un trabajo
abnegado, en la medida de sus posibilidades, porque luego de las
batallas de San Juan y Miraflores, la demanda de atenciones médicas y
quirúrgicas sobrepasaron la capacidad de los oferentes.
El
doctor Leonidas Avendaño (1860- 1946), notable médico al igual que
Colunga, aunque en 1881 era solo bachiller y años más tarde consagrado
como galeno, precisó que los médicos eran poco lo que podían hacer en
esa época porque los conocimientos sobre asepsia y antisepsia no eran
muy difundidos aún, no había antibióticos, no se hacía transfusiones
sanguíneas, no se realizaba infusiones endovenosas, la anestesia era
rudimentaria y no había analgésicos potentes.
Y
por si fuera poco, señaló que las técnicas quirúrgicas y
traumatológicas tenían muchas limitaciones, etc., por lo cual la
mortalidad fue altísima, de manera que sobrevivir, luego de haber sido
herido en combate, se consideraba un milagro.
Colunga,
al igual que Avendaño y los médicos voluntarios de la Columna
“Independencia”, desde antes de la irrupción de los invasores en San
Juan y Miraflores, improvisaron en el Hospital Militar San Bartolomé
prácticas quirúrgicas previendo emergencias y según el propio Avendaño
lo testimonió: “pasaban las noches, por estrechez de los cuartos de
guardia, tendidos en el suelo del patio, a toda intemperie”.
En
las primeras horas de la noche del 15 de enero de 1881, luego de
vencida la resistencia peruana comenzaron a llegar los primeros heridos a
Lima. Avendaño, así está registrado en los anales de la historia, dijo a
sus compañeros: triste, con la melancolía de un dolor que anonadada,
pero grave, con la serenidad de un requerimiento que apremia: “Las
grandes pesadumbres se mitigan con el trabajo, van llegando nuestros
heridos, vamos juntos a ellos, sólo está nuestro deber”.
Hasta
ese momento, eran los heridos peruanos, después llegarían los otros,
los del enemigo, a invadir los últimos rincones de la sala y hasta los
corredores del hospital.
Los invasores
no se conformaron con invadir el Hospital San Bartolomé, porque luego
asaltaron el Museo de Historia Natural, su biblioteca y laboratorio de
química y sustrajeron todo lo que encontraron.
Antonia
Moreno de Cáceres, la esposa del general Cáceres, recuerda en sus
memorias que Colunga había tenido la valiente decisión de recoger las
bayonetas de todos los soldados que llegaron con sus armas en solicitud
de atención y esconderlas bajo tierra y al ser informada de este gesto
suyo, lo buscó y le dijo: “Doctor, sé que tiene usted armas; no me las
va usted a negar: las quiero para mandárselo a mi marido a su
campamento”.
Durante toda la noche
trabajaron desenterrándolas. “No dejábamos de estar nerviosos.
Felizmente, Dios nos protegió y todo salió bien”, ha escrito en sus
memorias. El episodio de la recuperación de estas armas ocurrió un día
antes del 9 de abril de 1881 del ingreso de las tropas invasoras al
Jardín Botánico, que lo convirtieron en su cuartel y lo hicieron objeto
de su destrucción total.
Colunga
sobrevivió a la ocupación de Lima, formó parte del concejo limeño en la
gestión del alcalde, general César Canevaro y se desempeñó como
catedrático auxiliar de la cátedra de Historia Natural Médica que tenía
como titular al sabio italiano Antonio Raimondi y lo reemplazó luego de
su muerte. En 1884, renunció junto con los profesores de su facultad en
protesta por decisión del traidor presidente Miguel Iglesias, de nombrar
profesores sin concurso. (Mañana Parte XLV: Médicos que asistieron a
los patriotas en la Guerra del Guano y Salitre y Defensa de Lima.
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