Fernando Belaúnde Terry
por Embajador Oscar Maúrtua de Romaña
A lo largo del 2012, se viene cumpliendo el centenario del nacimiento
del presidente Fernando Belaunde Terry. Pocos líderes han dejado una
huella tan significativa y profunda en la historia y en la afirmación
democrática de nuestra nación, como este denodado idealista arquitecto
que nos enseñó a amar a nuestra patria bajo el lema “la conquista del
Perú por los peruanos” y que lo hizo
jefe de Estado en dos
oportunidades gracias a la ecuación sociológica más excelsa construida
por Emilie Durkhein que encontró en el carisma del líder la explicación
del éxito para alcanzar el poder.
Su vida es un ejemplo para todos los peruanos. Su obra constituye un
libro abierto para gobernantes y gobernados, empresarios y
trabajadores, maestros y estudiantes, para hombres de todas las razas y
costumbres del Perú, y en general, para todo aquel que decida
incursionar en la vida política.
Fernando Belaúnde siempre propugnó la idea de una necesaria
concertación entre todas las fuerzas vivas de la sociedad nacional, en
la que los partidos políticos no se excluyeran unos a otros, sino que,
manteniendo sus diferencias, contribuyeran unidos a la modernización del
país. Su espíritu conciliador no solo se vio reflejado en la política
nacional sino que trascendió las fronteras como cuando, en 1982, ofreció
sus buenos oficios para buscar una solución pacífica a la Guerra de las
Malvinas en el marco de las Naciones Unidas. Esta gestión reveló la
vocación americanista y de respeto al orden internacional que siempre
animó las acciones de Estado de Belaunde. Marcelo Godoy, Diputado
Argentino, describe que Belaunde “es uno de los mayores exponentes de
una clase dirigente académicamente sólida, honesta y alimentada de
fuertes convicciones democráticas”.
Los jóvenes que actualmente expresan su desazón por la política y los
dirigentes políticos, deberían saber que existieron y existen
estadistas que trascienden suépoca, como Fernando Belaunde Terry, uno de
los actores más relevantes de la historia política del Perú del siglo
XX por su vocación de servicio, por su honestidad, por su amor al
Perú
Después de dejar el poder, Belaunde siempre defendió las libertades
democráticas allí donde la demagogia, el populismo y el autoritarismo
intentaban erosionarlas. Tal cómo destaca Mario Vargas Llosa,“Fernando
Belaunde pertenecía a una dinastía de los políticos latinoamericanos que
existió siempre como alternativa a la ominosa tradición de los
regímenes dictatoriales y los mandatarios irresponsables y corruptos: la
de civiles idealistas y patriotas, genuinamente democráticos, honestos a
carta cabal y convencidos de que con buenas ideas y la palabra
persuasiva un gobernante podía resolver todos los problemas y traer
prosperidad y progreso a su país”.
El arquitecto idealista que saltó a la palestra como un innovador en
búsqueda de la modernización del país, en base a la integración de las
diversas regiones y realidades del Perú profundo, sigue vivo en los
corazones de los peruanas y peruanas, quienes le agradecemos, entre
tantas enseñanzas, por hacernos ver que se puede participar en la vida
política sin dejar de lado los valores, la honestidad y contradiciendo
el principio maquiavélico del “más vale ser temido que ser amado”. La
capacidad persuasiva de Belaunde estuvo siempre por encima de la
imposición autoritaria. Belaunde es el símbolo de la democracia en la
historia de nuestra nación que, pese a todas las dificultades que hemos
vivido, se ha impuesto como el único régimen que puede hacer realidad
aquello que Basadre llamaba “la promesa de la vida peruana”.
En sus últimos años, Belaunde encarnó la imagen de auténtico patriarca
de la Nación, reconocido por las fuerzas políticas como líder de la
democracia y figura emblemática de la austeridad y la sobriedad
republicana. Su esposa Violeta Correa de Belaunde fue una extraordinaria
compañera, consagrada a una efectiva y discreta labor en favor de los
sectores más necesitados del Perú.
En el imaginario colectivo de los peruanos Belaunde aparece como el gran
señor, dotado de una pétrea visión del respeto incólume de las
personas. No tuvo rencor con
sus adversarios y mucho menos con sus enemigos, a los que con silencio o
gestos de esa amicalidad y calidez que sólo él tenía, enseñó la
grandeza de hacerse siempre más humilde. No tuvo espacio para el odio ni
la venganza. Enseñó con el ejemplo, y cuando padeció aquella noche de
1968 ser echado de Palacio de Gobierno por orden de la Junta
Revolucionaria de la Fuerza Armada, fue el mismo Hoyos Rubio quien lo
invitó a dejar Palacio y el mismo al que transcurridos los años del
destierro recibió de Belaunde la confianza para asumir como Comandante
General del Ejército. Había Belaunde superado y olvidado; y en señal de
respeto a la carrera, a los tiempos y a las instituciones, permitió que
quien lo forzara a dejar Palacio, se convirtiera en el general del
ejército al mando de las fuerzas castrenses del país.
Conocer al arquitecto cuando la coincidencia de cumplir el suscrito
funciones en la Embajada del Perú en Washington D.C. y Belaunde en el
destierro, fue sin duda, un episodio privilegiado que me permitió
acercarme al hombre y al político más notable del Perú que haya podido
conocer en mi carrera diplomática. Al acceder al poder por vez segunda
en 1980, Belaunde me honró confiándome la Secretaría General de la
Presidencia de la República, importante responsabilidad que desempeñé
con vocación y lealtad durante todo el período en que el arquitecto
gobernó el Perú de 1980-1985.
Este es, pues, mi homenaje a uno de los grandes patriotas que han
coadyuvado en forjar la conciencia nacional de los últimos años en la
historia del Perú.
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