Por qué es frágil la tregua en Gaza
Por Marcos Aguinis
La Nación
En la televisión uno puede emocionarse cuando una mujer árabe grita: "¡Que los israelíes desocupen Gaza de una vez
!". Claro que la emoción tiene un significado distinto para el que goza
de cierta información. Gaza ya fue totalmente desocupada por los
israelíes hace siete años. Gaza no es más un "territorio ocupado". En
2005, el entonces primer ministro Ariel Sharon decidió sacar por la
fuerza, incluso de los pelos, hasta el último colono israelí para darles
con el gusto a los palestinos y convertir ese territorio en un espacio Judenrein
. Durante décadas, miles de colonos judíos habían levantado
prósperas
granjas e invernaderos en la Franja. Pero eso era una cuestión menor
ante la perspectiva de un arreglo firme mediante el proyecto "tierra por
paz": Israel entrega tierra (que no le sobra) y los árabes otorgan la
ansiada paz. Había que permitir que Gaza, con sus hermosas playas y
curiosas ruinas arqueológicas, se convirtiera en una atracción
turística, creciera económicamente y pusiera las bases del soñado Estado
palestino que se desarrollaría junto a Israel.
Pero en Gaza se impuso la fracción terrorista Hamas
, cuya Constitución exige de forma manifiesta el aniquilamiento de
Israel. Incluso decidió actuar sin el control de la relativamente
moderada Autoridad Palestina con sede en Ramallah. En vez de transformar
ese territorio en el comienzo de un democrático y progresista Estado
palestino, invierte todos los recursos, incluso la ayuda humanitaria
internacional, en adquirir y fabricar armas. Perforó la frontera con
Egipto mediante numerosos túneles que facilitaban el ingreso de los
misiles provenientes de Irán.
El gobierno de Israel fue ingenuo al evacuar Gaza. Para
los israelíes rige la conocida frase de Golda Meir: "No gozamos con las
victorias militares; en cambio, gozamos cuando brota un nuevo tipo de
algodón y cuando las frutillas colorean el país". Creyeron que esa frase
también regía para los gobernantes de Gaza.
La historia demuestra, en cambio, que cada concesión de
Israel es tomada por ciertos líderes como signo de debilidad. Así
ocurrió cuando en la Guerra de la Independencia el ya triunfador, pero
aún débil, ejército judío decidió devolver El Arish a Egipto y
abstenerse de ocupar la Ciudad Vieja de Jerusalén porque el rey de
Jordania prometía negociar la paz. Por desgracia hubo sólo un
armisticio, pero no se firmó la paz ni acordaron fronteras definitivas.
Así ocurrió de nuevo cuando Ben Gurión se replegó del Sinaí en 1956. Así
fue cuando tras la aplastante Guerra de los Seis Días los gobiernos
árabes reunidos en Jartum respondieron con los famosos "tres no" a las
ofertas israelíes de negociar la paz: no reconocer a Israel, no negociar
con Israel, no paz con Israel.
Por el contrario, bastó que tras la Guerra de Iom Kipur
el presidente Anwar el Sadat ofreciese un arreglo para que el gobierno
de Israel (de derecha, como se estila en la jerga actual) restituyese a
Egipto un espacio dos veces más grande que el propio, con pozos
petrolíferos, aeropuertos y espectaculares centros turísticos en Sharm
el Sheik y Taba. También devolvió la ciudad de Kuneitra a Siria. Se
replegó de El Líbano, confiado en que su gobierno impediría el
acercamiento a la frontera de las milicias que responden a Hezbollah.
Frente al presidente Clinton, el primer ministro de Israel cedió a todas
las exigencias de Arafat, incluso dividir Jerusalén. Pero estos gestos
no fueron suficientes. ¿Por qué? Porque Israel no comprende que el único
gesto que desean sus vecinos para quizás elogiarlo es su desaparición.
Ocurre, sin embargo, que los judíos aman la vida. Ni
siquiera aceptan que se fotografíen sus cadáveres. Por eso las fotos que
muestra la prensa mundial se refieren únicamente a las víctimas árabes,
en especial mujeres y niños. Israel jamás usa escudos humanos como los
palestinos, sino que invierte fortunas en construir refugios, miles de
refugios subterráneos para salvar a su gente. En Gaza se disparan los
misiles desde escuelas, hospitales, mezquitas o barrios llenos de
civiles. Luego cae la respuesta israelí y pueden mostrarse las
lamentables víctimas. Es preciso saber que la aviación israelí derramó
octavillas en árabe para indicar adónde tenía que dirigirse la población
para que no la afectasen los proyectiles que apuntaron quirúrgicamente
contra las lanzaderas de Gaza, pero quienes estaban demasiado cerca no
pudieron evitar los impactos. ¿Hamas, en cambio, avisa adónde se dirigen
sus cohetes?
Durante años, pero en especial durante los últimos
meses, ha sido bochornoso el silencio que mantuvo la prensa sobre el
tenaz bombardeo de Hamas. Un millón de israelíes debían correr a diario,
a veces varias veces por día, a los refugios. Comparado con la
Argentina, ese millón equivaldría a cuatro millones de personas.
Imaginemos cuatro millones de argentinos corriendo diariamente a los
refugios antiaéreos, dejando el trabajo, las escuelas, los hospitales,
las oficinas, las fábricas. Imaginemos a padres desesperados que no
encuentran a sus pequeños hijos y sólo tienen 15 segundos para alcanzar
meterse bajo tierra.
Como dijo el columnista internacional Julián
Schvindlerman, durante meses y meses los cohetes de Hamas fueron
invisibles: sólo los veían los israelíes. Ningún organismo
internacional, ningún gobierno, ningún medio de prensa tuvo la dignidad
de denunciarlos con firmeza. ¿Por qué? La respuesta es difícil. Pero no
para la memoria judía. Desde la Edad Media se insiste en que los judíos
tienen la culpa de todo y beben la sangre de los niños. En Egipto tuvo
gran éxito un culebrón televisivo donde niños musulmanes eran
arrastrados a sótanos para que unos judíos siniestros les extrajeran la
sangre de la carótida. Cuando Israel protestó por esta burda incitación
al odio, el gobierno del dictador Mubarak contestó que no podía limitar
la libertad de expresión...
Los palestinos se han convertido en las víctimas por
excelencia, a las que nada se les puede exigir. Los israelíes, en
cambio, en los victimarios sangrientos.
¿Qué pasaría si sólo un misil impactase en Londres,
París o El Cairo? Turquía, por ejemplo, no demoró en bombardear Siria
cuando un proyectil cayó dentro de su frontera. En este año golpearon a
Israel centenares de misiles, sin que se valorase la admirable
contención de su gobierno. Sí, su contención, porque la mayoría de los
ciudadanos exigía que hubiese alguna respuesta para poner fin a la
granizada de cohetes que mantenía en vilo a medio país. ¿Esperaba Israel
la actuación de los organismos internacionales o de la prensa? Error.
Las Naciones Unidas no se demoran en llamar a sesiones de emergencia por
la causa palestina, pero jamás condenan un ataque contra Israel. ¿Por
qué será? Sí, por las mismas razones que se acusó a los judíos de
asesinar a Jesús, de la peste negra, de crímenes rituales, de querer
dominar el mundo. En el inconsciente colectivo sigue reptando un gran
odio ancestral.
Pregunta: ¿el actual conflicto empezó cuando hace una
semana Israel decidió tomar represalias contra un jefe de Hamas o cuando
desde hace meses y meses esa organización terrorista mantiene en vilo a
centenares de miles de personas con proyectiles de corto, mediano y
largo alcance recibidos en gran parte de Irán?
La insistencia en sólo culpar a Israel hará más difícil
un arreglo permanente, porque vigoriza a los fundamentalistas. Urge
mostrarles que la violencia no los conducirá a borrar del mapa un país o
llevar a cabo otro genocidio. Ojalá que la agresión de Hamas contra
Israel (también lo fue contra su propio pueblo) no haya sido para
desviar la atención de las matanzas que prosiguen en Siria. No sería
arriesgada la sospecha de que el reaccionario y teocrático Irán, para
desviar la atención de su aliado Al Assad, haya ordenado a Hamas abrir
el frente sur. Y, en ese caso, no sería arriesgado suponer que pronto
Hezbollah abriría el frente norte desde el Líbano. Bastaría cualquier
incidente para encender la chispa. Total, la culpa siempre la tendrá
Israel.
Por ahora corresponde celebrar el cese del fuego.
Debería ser continuado por una confiable supervisión internacional que
ponga fin al desvío de los cuantiosos fondos que llegan a Gaza. Esos
fondos son para el bienestar del pueblo, no para fabricar, comprar y
disparar misiles contra Israel.
© LA NACION.
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