La caravana
Por Renato Cisneros.
La República, Jueves, 07 de febrero de 2013
Manejo por la Javier Prado tratando de surfear el tráfico. Esta
mañana he decidido ser un piloto responsable y pacífico: doy pase a los
autos que intentan adelantarme, freno pacientemente ante los peatones
apurados, obedezco con rigor el rojo del semáforo y eventualmente sonrío
a otros conductores de ventana a ventana.
Todo marcha bien hasta que de pronto aparece a mi lado una de esas
liebres que abren campo a las comitivas oficiales. Serísimo, el policía
me conmina a desocupar el carril. No lo pide con amabilidad, lo ordena
con cara de palo. Su actitud me desacomoda. En su ceño autoritario
detecto la insolencia del sinnúmero de idiotas que se jactan del poder
transitorio que tienen. A este patán no deberían decirle liebre, sino
rata, pienso. Para no avinagrarme el día, me abro, lo dejo pasar.
Sin embargo, ahí nomás irrumpen tres 4x4 de cuyo interior asoman
personajes con pelo corto, lentes oscuros, guantes naranjas y trajes
brillosos. Parecen unos Wachiturros gordos y enojados.
Dan indicaciones alevosas, gritan, obligan a los choferes a
disminuir la velocidad. Algunos portan armas y mascan chicle. Actúan
como un séquito que cuidara al último faraón sobre la tierra. La
impetuosa caravana, que impresiona menos de lo que indigna, precede a un
lujoso Mercedes de lunas polarizadas. ¿Quién irá dentro?, divago, aún
aturdido por los claxon y sirenas del escandaloso convoy, escrutando la
oscuridad de los vidrios del auto central, imaginando que en su interior
un ministro hojea un diario mientras a su alrededor el resto deshojamos
preguntas. Por qué si la delincuencia hoy ataca a todos por igual; por
qué si ya pasaron décadas desde que los dignatarios eran objetivos
criminales; por qué si en esta ciudad es más probable que maten a un
caballo antes que a un ministro; por qué diablos toleramos este nivel de
prepotencia. Pasa la escolta arrogante llevándose mi buen humor. Ahora
soy un piloto envenenado y peligroso. Que a
nadie se le ocurra sonreírme.
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