SEMANA SANTA DE AMAZONAS
Pastillita para el Alma 24 – 03 – 13
Por la falda del Pumaurco, viene bajando el tayta cura, porque muy temprano en su mula macra se ha ido al pueblo de Levanto, a contratar a los danzantes, para que el domingo de gloria, vengan a acompañar la procesión del Altísimo en la plaza de armas de la Fidelísima ciudad de Chachapoyas.
La Semana Santa de mi tierra, de luto y arrepentimiento, empezaba el Domingo
de Ramos, cuando Jesus de Nazareno, en la casa de don Manco Santillán, era vestido por Antuquita Zubiate Torrejón y bajaba de la iglesia de Santa Ana con dirección a la Catedral, montado en su burrito, bellamente enjaezado, con pellonera de pana, bozal y rienda de plata, a veces bajo una fina chirapa y al medio de la algarabía de los feligreses que portaban sus palmas y sus mejores prendas. Durante todo el año, el burrito pastaba en una huerta, por la bajada de Santa Ana y la Boca del Napo, de un viejito Andrés Trebejos, que lo paseaba, sin que nadie lo monte, por las pampas de Tasia, en medio de los liclics, pájaros de pecho blanco y lomo plomo, que jugaban a la orilla de la Sapona, la Guitarrilla y la Chirola y miraban de rato en rato al cielo, que en el decir de la gente, nos indicaban la morada de D+os.
Las callecitas empedradas, con su sequia o canal al medio, con sus cercos floridos de pencas y ancocashas y enmarcadas con casitas entejadas, con blancas paredes y balcones, salpicada por chocitas de quincha, con techos de paja por donde se colaba el aroma del café y la cecina a la hora del rezo, han sido fieles testigos de nuestras travesías para ir a las iglesias a visitar las velaciones, entre la bruma o la garúa de los meses de marzo y abril, cuando el viento azotaba nuestras caras y en la sombras de la noche sonaba el conjuro de una música triste, como “Llora, llora corazón, llora si tienes por qué… que no es delito en el hombre, llorar por una mujer” en las notas de un acordeón o en las cuerdas lastimeras de un violín o en una hoja de chilca de los labios de algún joven decepcionado, enamorado y romántico.
No había luz eléctrica, ni radios, ni automóviles, uno que otro camión, como el sharpango y las noches tristes a la luz de las velas o de los candiles o de las lámparas de kerosene, no eran obstáculo para asistir a la función teatral en el mercado de abastos presentada por un empresario venido de lejos, don Raúl Figueroa, que con mucho esfuerzo ofrecía “La Pasión de Cristo” en medio de las lágrimas de los espectadores, que se acentuaban cuando en el momento de la crucifixión, se escuchaba una voz, como salida de ultratumba, que rememora mi hermano Eudoxio Paredes: “En la tarde callada…, cuando el sol va muriendo…, Magdalena, la impura…, se aproxima a la cruz” y sorpresivamente, en un rincón aparecía una bella mujer, vestida de negro y sollozando, entre quejidos y llanto, diciendo: “Señor, Señor…, dulce Rabí de Galilea…, Señor de la estirpe de David…, entregas tu sangre bendita…, por nuestra vida y salvación”.
Al final de la función, no habían aplausos ni hurras, solo llanto de un pueblo, que salía amando más a D+os y odiando a Judas Iscariote, a quien a veces lo identificaban con tal o cual individuo, que con sus chismes y cuentos, turbaba la paz de nuestra tierra.
El Jueves y Viernes Santo, en las iglesias de San Lázaro, de Burgos, de la Virgen de Belén, de Santa Ana, de la Mama Asunta, de la Virgen de Natividad, del Señor de la Buena Muerte del Cementerio, algunas veces en la iglesia de Santo Domingo, en las capillas de Tushpuna y de Tingo Pampa y especialmente en la Catedral, todos los llamados, “curiosos”…, personajes, como mi compadre Luis Herrera Castro, el Polla, mi compadre Víctor Molinari, don Santiago Huamán, el santiaguillo, entre otros, que poseían el don de hacer las composturas, se lucían con cortinas y papeles de lustre y de cometa, con carrizos y magueyes, para representar los cuadros de la Pasión en los altares, y llegar al corazón de la gente.
El Jueves Santo en la Catedral se hacía una misa solemne y nuestro obispo Octavio Ortiz Arrieta, procedía a la ceremonia del Lavado de los Pies, como un signo de humildad, en aquellos campesinos de San Antonio de Penkapampa, que las madres Natita, Rosita y Amelita los habían seleccionado y puesto sus mejores vestidos, aunque a veces aparecía don Pancho acémila, el Juan Manuel upa del Tajamar, o don Timo que comía langostas , que por tomar el lonchecito, que ofrecían las madrecitas del kindergarten, se colaban en la ceremonia, sin ninguna protesta de Monseñor.
El Viernes Santo ya era todo un acontecimiento, porque a la misa de la Catedral asistían todas las autoridades, con traje de gala y sombrero de tarro, encabezadas por el señor Prefecto…, en los últimos tiempos por don Carlos Velarde Más…, los vocales de la Corte de Justicia de Amazonas, Drs. Luis Inchaustegui, Aurelio Zegarra, Luis Barcellos, Mario Peláez, Dr. Paredes, Dr. Zubiate Gómez, Dr. Plasencia, Dr. Chávez, Dr. Rabanal…, el señor alcalde provincial…, en el tiempo que recuerdo, representado por mi padre, don José David Reina Rojas…, el jefe de la 17 Comandancia de la Guardia Civil, comandante Mario Paredes Valencia y todo su personal con uniforme de gala de color azul, con guantes y espada…, los señores médicos de ese entonces Drs. Burga, Benzevil, Angulo, López, Villacorta, Velarde y en especial todas las autoridades y personas notables de la localidad que se sentaban en las primeras bancas, cerca al altar mayor, para escuchar el Sermón de las 3 horas en las palabras del padre Pedro Pablo Reategui Del Aguila o del padre franciscano Idagoya o Irigoyen, que vino junto con el padre Sánchez en el año 1947 para el Congreso Eucarístico Diocesano.
Ya no recuerdo, con exactitud, los días en que salían las procesiones, pero, todas eran imponentes, con la asistencia de una gran cantidad de fieles, muchos de ellos, vestidos de negro, o con su camisita blanca y su cintita negra en el brazo y las damas y matronas con mantas y mantillas, que los cubrían el rostro.
Por la Laguna, la procesión del Señor de los 5 panes, del tamaño de un azafate, hechas por doña Petronila Castro, colocadas sobre una sábana blanca, bordada a crochet y adornadas con ramos de flores de claveles, rosas y azucenas de Taquia, eran cargadas por los fieles, que se disputaban ese privilegio. Mi compadre Conrado Cesáreo Tuesta Inga, hace más o menos cinco años, lo cargó, por última vez, allí en la plazuela de Belén, donde tantas veces defendió a nuestro Higos Urco de toda la vida.
El Señor de las Ánimas en su urna de metal y vidrio, cuidado todo el año, por mi padrino Cajalin Mendoza, que iba al encuentro de la Virgen Dolorosa procedente de la Catedral, salía de la iglesia de Santa Ana, y no es por contarles detalles, mentiras ni exageraciones, pero, es inolvidable el momento, en la esquina de la plaza de armas, frente al palacio del obispo, cuando la Virgen Dolorosa se aproximaba al cadáver yacente de su Hijo adorado y la gente rompía en un mar de lágrimas, con desmayos y sofocaciones y los hombres, más valientes y trejos, se escondían detrás de las paredes, para enjugarse una lágrima y ahogar un suspiro.
Claro que había ayuno y no se comía carne el viernes santo y por allí en mis años de escolar, aún tengo presente que en la cocina de mi abuelita preparaban el caldito de catrscachos del Utcubamba y de Sonche, el “aucha” a base de repollo, de papita amarilla, cebollitas, azafrán y maní tostado o también servían el famoso uchú de chocho, combinado, con portola o sardinas españolas, que no sé como llegaban a Chachapoyas, que en esa época no había carreteras.
El Sábado Santo era de velorio o de vigilia y las gentes se congregaban en la catedral, provistos de sus chompas y frazadas y junto al olor del incienso, el humo de las velas de Castilla, pasaban la noche, hasta las 6 de la mañana, en que se escuchaba misa y salía la procesión de Jesús Resucitado en medio del alborozo de los fieles y ya no había el ruido sordo de las matracas, que se escuchaba desde el jueves, ahora retumbaban en los cerros del Shundor y el Pumaurco, el tañido alegre de las campanas echadas al viento por don Pancho rocoto o don Simón Fernández. Los hombres y mujeres se abrazaban, se felicitaban y se daban las Pascuas y el Domingo de Gloria era una fiesta, entre copitas de mistela de doña Carolina Burga o vinos selectos de doña Sarita Angulo, doña Marcia Vásquez, don Celsito Eguren o don Cristian Mori y no faltaban las fiestas con acordeón del Crisho, de don Calixto Herrera y en los últimos tiempos del muncha Sifuentes, de mi compadre Crespo Santillán o de mi compadrito Ariel Herrera el Chinche, con la trompeta del Cullampe, el banyo del maestro Amenero y la guitarra del Tubo o de la virgencita Valdivia.
Es que mi tierra bendita, situada en las estribaciones de la cordillera oriental de los Andes, allí donde el trueno ensordece, los rayos irrumpen desgajando las ramas de los árboles, y el viento veleidoso agita y derrama los aguaceros como cántaros, permaneció por mucho tiempo, alejada y olvidada de la civilización y permitió que sus hijos cultiven hasta ahora, valores éticos y morales, y una amistad franca y sincera, para que su Fe se acreciente, como reflejo de la bondad de sus pobladores y en fechas especiales como en la Semana Santa, el canto de los loros y los guanchacos, los jilgueros y los pichuchos, junto con los zorzales y las golondrinas, arriba en los pajonales, donde habita el puma y vuela el águila junto a las ermitas, donde la alondra trina, y abajo, en los maizales, entre los chirimoyos, los naranjos y los durazneros, siga siendo un himno de gratitud a la tierra y una remembranza imborrable en la mente de muchos de sus hijos desterrados por todos los confines del mundo, que pedimos en nuestras oraciones, que siempre reine la Paz, reine la Felicidad y el Amor de D+os sobre todas las cosas, bajo ese cielo azul que bendice a toda nuestra Región Amazonas.
Jorge REINA Noriega
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