Nada predestina el pesimismo
El estentóreo discurso con el que el
general PNP (r) Raúl Salazar entregó el cargo de director general de la
PNP singularizará su recuerdo como la del general cuya acción más
resonante en su carrera fue su despedida.
Cuestión de estilos, se dirá, sobre todo cuando la trayectoria define el estilo.
Ahora,
cuando la ruidosa anécdota de La Campiña cierra una página piadosamente
olvidable, el ministro Pedraza gana un respiro político y la PNP un
nuevo comando, debiera ser el momento de plantear
estrategias de acción
policial. Cuya ejecución permita una mejora razonablemente rápida y,
sobre todo, perceptible en la lucha contra el crimen y por una mejor
seguridad ciudadana.
Hay dos ejes de acción que deben ejecutarse simultáneamente, con objetivos mensurables, en un plazo corto.
Uno es
la represión de la criminalidad organizada; otro, el control de robos,
hurtos, menudeo de drogas, asalto callejero: lo que define la percepción
y gran parte de la realidad de la seguridad ciudadana.
En
cuanto a lo primero, es cierto que el Perú no tiene, por fortuna, ni una
fracción de la presencia del crimen organizado que sufren –en grados y
formas diferentes– naciones como México, Honduras, Guatemala, El
Salvador, Colombia o Brasil. Las organizaciones criminales en el Perú
son mucho más incipientes, de menor dimensión, calibre, influencia y
peligrosidad. Pero están creciendo.
Desde
las mafias extorsivas en construcción civil hasta otras de ámbito más
general en sus extorsiones en el norte del Perú, es evidente que se está
produciendo una expansión en el número de bandas dedicadas a vivir y
lucrar a través de la amenaza o ejecución de violencia.
Algunas
han organizado sus exacciones y depredaciones con lógica empresarial,
clasificando a sus víctimas por territorio y función. Por cierto que
existe una relación proporcional directa entre el número de víctimas y,
sobre todo, su importancia, con el nivel e intensidad de amenaza. Si se
quiere extorsionar a un gremio numeroso, con capacidad de organización; o
a empresarios que están en condiciones de contratar seguridad, la
amenaza debe contener la suficiente promesa de brutalidad o de daño
insoportable, como para vencer resistencias que harían frente a una
amenaza menor.
El
crecimiento económico del país propicia el de mafias criminales, sobre
todo cuando existe un notorio desbalance entre la actividad económica y
la solidez institucional. Que es precisamente nuestro caso.
Las
instituciones no se fortifican, ni mejoran cualitativamente su cultura
de deber y de servicio, en corto plazo. A la vez, la represión eficaz de
la criminalidad no puede esperar.
La
respuesta en el corto plazo al dilema de la necesidad frente a la
carencia en el ámbito del crimen organizado, es la de una fórmula de
acción policial que, cuando se ha aplicado bien en el pasado, siempre ha
tenido éxito: la de unidades selectas y especializadas dentro de la
Policía, bajo el comando y control de los mejores oficiales.
En la
década de los ochenta en el siglo pasado, una primera epidemia de
secuestros en Lima fue enfrentada por un veterano general, Froylán
Palacios, quien, armado sobre todo con una pequeña libreta repleta de
notas, un viejo revólver y con la ayuda de otros policías trejos como
él, desbarató en corto tiempo a casi todas las bandas. El secreto de
su éxito fue que conocía. Sabía quién era qué entre las bandas y cómo se
relacionaban entre sí. Y sabía también que un número relativamente
pequeño de criminales audaces puede crear oleadas de miedo e
intimidación (e imitación si no se controla rápido).
Lo
mismo sucedió luego con otros grupos policiales: el grupo Cóndor, de la
ex GC, en los 80; el hazañoso GEIN, de la ex PIP; y, más recientemente,
la Divinesp-Dirandro, de la PNP.
La
salida de Salazar ha permitido que la PNP sea comandada ahora por un
especialista en orden público, el general PNP Jorge Flores Goicochea,
secundado por investigadores hábiles, sobre todo el nuevo jefe de Estado
Mayor, general PNP Carlos Morán; y el jefe de la Dirección de
Investigación Criminal, Dirincri, general PNP César Cortijo.
Morán
fue quien en el pasado condujo a la Divinesp a sus mayores logros
operativos. Ahora, apenas logre reconstituir la división que fuera
desmantelada por Salazar en el último tramo de su gestión, debería
ponerla a actuar no solo contra sus blancos históricos (fundamentalmente
las organizaciones de narcotráfico), sino contra los grupos criminales
de mayor calibre y entidad.
La
Dirincri, también diezmada en las últimas semanas, debe ser
sustantivamente robustecida (el ministro Pedraza ha afirmado que lo
hará), sobre todo aquellos grupos que investigan a las bandas criminales
más peligrosas.
La
acción de la Policía en ese ámbito debe ir pareja con la del Ministerio
Público y el Poder Judicial. Por su lado, el INPE necesita tener,
mantener y administrar con eficiencia las cárceles de alta seguridad
para criminales peligrosos. Estos no son muchos, y una acción
persistente, enérgica e inteligente, puede frenar su crecimiento y
reducir en tiempo relativamente corto su peligrosidad.
El
segundo desafío, el de seguridad ciudadana, debe enfrentarse en la forma
que aconseja y define una rica experiencia local, tanto en el Perú como
en otros lugares en Latinoamérica.
La
fórmula se enuncia en dos palabras: policía comunitaria; y con una
metodología de acción basada en una coordinación estrecha con las
municipalidades y en la organización y sostenimiento de juntas
vecinales.
En este
tipo de trabajo de seguridad, lo principal es la prevención, la
creación de alternativas para los grupos de riesgo, las sanciones
principalmente restitutivas, llevadas a cabo con prontitud y en la
localidad afectada. Su ámbito de acción es el distrital, centrado en la
municipalidad y la comisaría.
Hay
varios casos de éxito en el Perú que, por desgracia, no se han
incorporado como saber oficial por el Estado y convertido en doctrina.
Así, la práctica de la policía comunitaria queda reducida a un grupo de
comisarios con vocación por el acercamiento con los vecinos que
protegen.
En
lugar de inútiles reuniones burocráticas, el Estado, y sobre todo el
ministerio del Interior, debería sistematizar las mejores experiencias
de policía comunitaria en guías y métodos de acción verificables y
medibles en sus comisarías. Una labor sostenida en ese aspecto, que no
se diluya con el cambio de comisario, en la que las comisarías y
distritos compitan o se emulen entre sí, tendría un impacto grande y
llevaría a una mejora significativa de la seguridad de la gente en esos
distritos.
¿Las
compras? No hacen daño. Por lo contrario, ayudan. Pero lo principal es
una visión clara del problema, una estrategia eficaz junto con voluntad y
persistencia en su aplicación.
Así
como un procesador de textos, por bueno que sea, no convierte a nadie en
un escritor, ni siquiera en un buen redactor, de la misma manera, el
equipamiento solo es una gran ayuda cuando los fundamentos organizativos
y conceptuales son sólidos.
Ahora
existe una oportunidad de hacer las cosas bien en cuanto a la seguridad
ciudadana y la lucha contra el crimen. Es muy fácil perder esa
oportunidad. Pero nada predestina el pesimismo
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