¿ÓNSTA D+OS?
Pastillita para el Alma 21-04-13
Tayta
Jacinto, tayta Jacinto… no seaste malito, digameste ¿ónde hallo al
Tayta Amito? Lo busco por toas partes y no lo encuentro y… no disque
D+os está en to sitio y en to lugar?.
Me
subo parriba pa el cerro, al ladito alto de la Cruz del Viajero y donde
toos los forasteros se persignan y besan el madero. Misentao, harto
rato, detrás del cerco de pencas, en medio de las chishkas y las
retamas, con los pishcocaballos y los pichuchos, me puesto aguaitar, si
sale Diosito y en to eldía y en to
la noche, no salió ni una vecita.
Abajo
en liglesia yentrau tempranazo, pa esconderme po la sacristía y
mequedao hasta que venga la noche, solo y visto a muchas de las
patronas, con su traje negro y su upa a su lau, que ponen sus cirios y
sus flores en el suelo, que rezan y rezan el santo Rosario,
siarrodillan, se sientan y se paran obedientes del siñor cura, cuando
dice la misa, y tampoco le visto al Tayta Amito.
Pero,
cuando entenderás, pedazo de muchacho tarugo, que D+os es espíritu, es
invisible a los ojos de la naturaleza, pero, que nada sin El se hace,
que comprende todas nuestras cosas y nuestras necesidades y a El es a
quien elevamos nuestros rezos y de El recibimos todo lo que le pedimos.
Por
eso pues, tayta Jacinto, yo quiero encontrarlo, pos no tengo velas, no
tengo flores y la iglesia está lejos, detrás de la loma y en estos
tiempos en que cae y cae el aguacero, que todas nuestros plantitas
siestan muriendo, hasta nuestros rastrojos y maizales toditito sia
llenao de agua que ya parece laguna y nuestros animalitos prontito
tendrán que chingar con el agua hasta el cogote, o de purito frio,
poreso quiero saber ondestá Diosito pa pedirle que me ampare, como lo
hace con la gente disque decente, que a ellos paresque si li hace caso
el tayta Amito, porque sin romperse los forros, tienen pa vivir en el
pueblo sin hacer nada , pa comer a buche lleno mañana tardiinoche, pa
pasiarse bien palanganeaus con blusas lentejoniadas, pantalones bien
planchaus, zapatos bien lustraus y pueden mandar a sus hijos a la
escuela, mientras nosotros, nos morimos dihambre y frio y nuestras
guaguas se mueren de las fiebres, las tiricias, los vómitos y las
diarreas.
Don
Jacinto calló y en la velocidad del tiempo que dura un suspiro, meditó
en las palabras salidas del corazón de uno de los muchos de nuestra
gente, que viven en las partes más olvidadas de nuestro profundo Perú.
Una lágrima rodó por su rostro y sin poder hilvanar sus ideas y
pronunciar una palabra, agarró su sombrero de fieltro y montado en su
macho fiero, con montura y riendas de plata, cubierto con su poncho
enjebado, fue caminando paso a paso sin apuro, por un sendero con
álamos y saucos a cada lado, y en medio de una garúa persistente, se
dirigió con destino al pueblo, a ser, como dice Roberto… , uno más de
los que viven en la ciudad, ignorando las necesidades de nuestra gente
humilde que se pierde en el oprobio y la indiferencia de los que todo lo
tienen, de los come echaos, muchos de ellos burócratas encorajados, con
sueldos muy bien pagados y algunos, sin nada, en el cerebro, pero, si
con mucho, en sus acciones y en sus lenguas viperinas.
Al
terminar la tarde, macilento y a paso lento, en medio de la penumbra de
las velas y el aroma de los claveles y azucenas, como queriendo
disculparse ante el Cristo crucificado, en la nave central del templo,
arrastraba los pies más que caminaba y llegando ante el altar se tumbó
en un reclinatorio y empezó a sollozar desconsoladamente, motivando la
atención del curita Octavio, un personaje entrado en años, blanco como
la leche, con la sotana raída, que poniéndole la mano sobre su cabeza le
dijo, “sigue
llorando Jacinto, sigue llorando, que muchas veces las lágrimas sirven
para lavar nuestros pecados y dejar limpia el alma”.
Padrecito
no lloro por mis pecados. No lloro por mis culpas, que al final de
todo, debo pagarlas. Lloro por mi impotencia de no haber tenido las
palabras exactas en mis labios para dar paz, a un hombre que busca a
D+os para encontrar consuelo en sus aflicciones, entendiendo que siendo
hijos de nuestro mismo Creador, tenemos destinos diferentes y bien
marcados.
En
la quietud del templo, donde el silencio es el mejor vehículo para
comunicarse espiritualmente, Jacinto y Octavio, conversaron con el
sonido tenue de un murmullo, con los santos en sus altares, que eran
mudos testigos de lo que pasaba y después de que las campanas
silenciaron el tañido lastimero de sus sones y la noche extendía su
negro manto sobre el pueblo y las golondrinas y los gorriones se
recogían a sus nidos en los cipreses, pinos y eucaliptos, se escuchó la
voz grave de Octavio, que dijo:
Jacinto,
Jacinto, Jacinto, que equivocadas están las criaturas de la tierra del
concepto y el amor de Nuestro Padre Celestial, porque lo recuerdan, solo
en sus aflicciones, en sus problemas y en sus desventuras.
El
nos dice, en su Sermón de la Montaña: Dichosos ustedes los pobres, pues
de ustedes es el reino de D+os. Dichosos ustedes los que tienen hambre y
sed de justicia, pues quedarán satisfechos. Dichosos ustedes los que
ahora lloran, porque serán consolados. Bienaventurados los que con todo
el corazón me buscan.
Todas
estas frases, en los labios de este santo varón, vestido humildemente y
que lejos estaba del esplendor y los atuendos ricos de otros
sacerdotes, verdaderamente invitaban a la reflexión. El curita Octavio,
era la imagen espiritual, que muchos deseamos ver en los pastores de
almas.
Octavio, se pasó la lengua por sus finos labios y como en un remedo, pero con voz firme, que sabía lo que decía, continuo: Jacinto
tus palabras bien analizadas, mirando con sentido práctico la miseria
humana, más de los ricos, que de los pobres, carece de motivo, porque en
el decir de los evangelios, todo sufrimiento tiene su compensación, su
retribución, sino recuerda el viejo adagio de que “no hay mal que por
bien no venga”, por eso no sufras por tu amigo Roberto, déjale en su
chacra, junto a sus vacas, sus cuyes y sus borregos. Déjale que crezca
su maíz y coma sus choclos. La lluvia es buena y no daña tanto. Todo
pasará y volverá la calma.
Pero,
recomiéndale que rece, que se acerque a D+os, en forma simple y
humilde. Que diga pequeñas oraciones salidas del corazón. Que no solo
trate de pedir y agradecer, porque esa es la forma que lo hacen todos,
pensando como si Nuestro Padre Celestial, estaría en un gran mercado
donde se almacenan favores y que tendría la obligación de repartirlos a
domicilio, tipo delivery. Tal vez son buenos las Ave Marías y Padre
Nuestros, que nos enseñan desde niños, porque nos indican la existencia
de un Ser Supremo, pero El no necesita tantas alabanzas y canciones,
como lo hacen ahora, pues no es necesario indicar que es grande,
omnipotente y poderoso, porque El ya lo sabe y El nunca es vanidoso.
D+os
necesita de las criaturas de su creación que le rindan pleitesía, que
seamos humildes en nuestros actos, en nuestras acciones, que entendamos
por siempre que somos su creación y que nuestro libre albedrío es una
gracia de su Amor inconmensurable y no es una propiedad innata del
hombre, para hacer lo que quiere.
Después de su dialogo, a modo de confesión, con el curita Octavio, la
calma llegó al atribulado corazón de Jacinto y ahora con el ánimo más
alentado, salió de la iglesia con dirección a su casa , cuando ya el sol
hace rato se había ocultado y el crespón de la noche estaba tachonado
de tintineantes estrellitas. Era un convencido de la existencia de un
D+os misericordioso que cuida de su rebaño, no importa quien sea, como
sea o donde sea, y como dice el
Salmo 23, “que lo pastorera junto a aguas de reposo y en lugares de
verdes y delicados pastos y aunque ande en valle de sombras de muerte,
no temerá mal alguno, porque D+os siempre estará acompañándole”
Jorge REINA Noriega
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