De Santiago de Chuco, la tierra de Vallejo, son cinco horas de carretera implacable hasta Huamachuco, la de Sánchez Carrión. Se
dice fácil, pero son cinco horas de baches embarrados, de curvas implacables, cinco horas de saltar aferrado al volante de la camioneta cuya trasmisión te golpea sin piedad los riñones, mientras respiras el helado viento implacable de la sierra, la sierra de verdad.
Por aquí anduvo Luis Felipe de la Puente Uceda, hijo de gamonales: estas fueron las tierras de su familia. De aquí salió rumbo a Trujillo, donde se hizo aprista, donde perdió la esperanza, donde se volvió aprista rebelde y después rebelde a secas. Era yo un niño de once años cuando Luis Felipe anunció, en plena plaza San Martín su decisión de hacerse guerrillero, tenía apenas quince cuando cumplió su palabra, dieciséis cuando murió como los hombres, ofreciendo su muerte como una protesta contra su propia clase y un desafío a toda una generación, a la historia despiadada de esta tierra, su tierra
En estas montañas creció Ciro Alegría, este fue su mundo ancho y ajeno de comunidades despojadas; en la neblina de la mediatarde se puede adivinar aun el fantasma del “Fiero Vázquez”, el bandolero que no supo tener compasión, porque nadie había tenido compasión del honrado campesino Vázquez.
En estas jalcas ya no están el Fiero Vázquez ni sus apacibles bandidos: el viajero prudente no viaja en bus, porque los asaltan a cada rato; prefiere ir en camioneta, acompañado si es posible por un par de amigos, con alguna escopeta de repetición bajo el asiento y una 9mm en la guantera, porque los asaltantes de ahora no se contentan con robarte, lo más habitual es que te maten o secuestren.
El divortium aquarum, la línea divisoria de las cuencas del Atlántico y el Pacífico está en Aguamiro, un paisaje desolado a 4,250 m.s.n.m. Es increíble, pero histórico: fue aquí, en esta puna desolada, donde Cáceres pasó revista por última vez a su ejército que llegaba, aunque nadie pueda creerlo, desde el Valle del Mantaro, en una extraordinaria marcha a pie que duró 27 días.
Dura, cruel la carretera, pero grato llegar inesperadamente a Huamachuco, en un valle pequeño, casi una quebrada con molles, eucaliptos y retamas, al pie del Cerro Sazón.
Imposible olvidar que aquí se perdió la guerra con Chile. Fue aquí donde Cáceres, indomable defensor de la soberanía nacional, cometió el único error de su carrera militar cuando dejó el valle del Mantaro, donde nadie lo había podido derrotar, para venir hasta Huamachuco, camino a Cajamarca. Iglesias, patrón de Cajamarca, negociaba ya con el enemigo; entonces Cáceres recorrió a pie la mitad de la sierra con su ejército de invencidos harapientos para buscar a Iglesias en su guarida. Había prometido fusilarlo por lo que era, por traidor. Pero aquí lo esperaban los chilenos: la batalla de Huamachuco fue una pelea encarnizada de once horas en la que ambos bandos se disputaban el cerro Sazón, precisamente la ruta a Cajamarca, justo encima de la enorme plaza de armas de Huamachuco, donde esta noche te hospedarás en un hotelito amable y barato, con buenas mantas de lana serrana, con cocina y chimenea de leña y también un paradójico servicio de internet inalámbrico, aquí nomas, frente a la plaza.
Dicen que la plaza de Huamachuco es tan grande que se necesita llevar fiambre para darle una vuelta. No necesité fiambre alguno, pero me tomé, en cambio, un "termolin", uno de esos tragos serranos cada vez más raros en la sierra: agua caliente, azúcar, limón y hierbas aromáticas con buen aguardiente de Santa Cruz. En la costa, hablaríamos de un emoliente sin alcohol, pero este "termolin" es diferente, es un trago propio de los pueblos mineros de la sierra: un “calentito”, como se dice .
He tomado “calentitos” en Hualgayoc, en Tarma, en Cerro de Pasco, Cobriza y Bambamarca. Pero este “termolín” de Huamachuco es diferente, tenaz; es un trago que te va abrigando por dentro, un calor intimo que se te va derramando a partir de la garganta, poco a poco, sin embriagar del todo, acariciándote y animándote hasta desafiar el frio abrumador de la medianoche en la enorme plaza de armas de Huamachuco, a 3,210 congelados metros sobre el nivel del mar.
Enorme plaza, no hay otra palabra: enorme.
Pero era insuficiente todo el vasto espacio de esta plaza cuando la repletaban los indios de don Alfonso Pinillos y Orbegoso, el dueño de Sarin, Sartibamba y Yanasara, un viejo gamonal flaco y desdentado, que vestía un poncho rotoso, calzaba ojotas de cuero y montaba potros españoles aperados en plata. La mañana de su cumpleaños, siempre disfrazado de pobre, pero montado en su mejor caballo, el viejo recibía los tributos de sus haciendas y regalaba toros de lidia para todas las fiestas patronales de la comarca. Ese viejo explotador insaciable, terrateniente paternalista, nunca aceptó la Reforma Agraria y tampoco quiso legar sus haciendas a sus orgullosos herederos, los opulentos Ganozas y Orbegosos de Trujillo. Más bien las parceló entre “sus indios”, con la única condición de seguir en su casa hacienda, rodeado de sus pongos y mayordomos armados hasta el día de su muerte.
Se salió con su gusto.
El "termolin" te anima a caminar a medianoche por esta plaza silenciosa, solitaria, sombría, llena en otros momentos de escolares que desfilaron marcial y mecánicamente en homenaje a una Patria que no les dará trabajo ni esperanza.
Aquí nomás, en una de las viejas casonas de esta plaza, los chilenos fusilaron a Leoncio Prado, que supo morir como varón y sin mostrar flaqueza para limpiar la memoria de ese hijo de puta que fue su padre, el Presidente. No murió solo, por cierto: entre el 10 y el 14 de julio de 1883, los chilenos fusilaron en Huamachuco a 200 sobrevivientes del ejército de Cáceres, los resistentes de la Breña que llegaron hasta aquí para perder la última batalla de la guerra del Pacifico. Aquí se consumó la derrota, aquí se perdió la guerra y ese mismo día, en Cajamarca, los partidarios de Miguel Iglesias celebraron con fuegos artificiales y retreta la destrucción del último ejército que le quedaba al Perú. Así se garantizaron el Tratado de Ancón, la entrega del guano y del salitre y la mutilación del territorio nacional. El Contrato Grace, la “Peruvian Guano”, la ignominia del caucho ocurrieron después, mucho después.
Nadie se acuerda ya de aquellas tragedias nacionales en la vieja, enorme plaza de Huamachuco, bajo cuyos portales se refugian precariamente cuatro o cinco putas silenciosas y desanimadas porque ya han adivinado que esta noche tampoco harán negocio con ese caminante melancólico que se aleja solitario, envuelto en un poncho serrano, fumando un cigarro negro, desafiando el soroche, abrigado con el precario aroma de un "termolin", pensando ahora que sobre estas mismas piedras caminaron Simón Bolívar y su asesor político, el huamachuquino José Faustino Sánchez Carrión, el implacable jacobino, el intransigente intelectual que escribía: "nunca se fundó República alguna sin exterminar antes a toda la aristocracia”. Sánchez Carrión quería liquidar a todos los oligarcas limeños que habian servido alRey de España.Bolivar no le hizo caso.
La economía de Huamachuco estaba integrada, hace 40 años, con la costa peruana, por obra y gracia de la Negociación Gildemeister.
No fue en vano que Vallejo escribió su poema “arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor; la Hacienda Menochuco te cobra mil sinsabores diarios por la vida”. Era verdad, ocurría en Huamachuco.
En realidad, casi todo el departamento era un poco propiedad de la Hacienda Casagrande, dueña de la tierra y de la vida en los ocho pisos ecológicos y las tres regiones naturales de lo que se insistia en seguir llamando La Libertad.
Casagrande tenía cuatro grandes haciendas en la sierra de Huamachuco: Cochabamba, Moyán Munmalca y San José. Ahí criaba un ganado escocés de raza “norton”, flacos y peludos vacunos que se alimentaban del pobre pasto de la jalca y que después eran trasladados en rebaño al centro de engorde que tenía Casagrande en Shorey, cerca de Trujillo. Alimentados con melaza, maíz y broza de caña, los “norton” engordaban en cuatro meses y eran sacrificados de inmediato en Casagrande, su carne distribuida como parte del “bono alimenticio ” que la hacienda pagaba en especies a sus obreros, complementando así sus exiguos salarios en moneda. De ese modo,Casagrande pagaba salarios nominales de 30soles diarios, pero solo seis u ocho soles en moneda.
La tierra sobrante, la que ni siquiera servía para los “norton”, la dividía Casagrande en parcelas que asignaba a campesinos sujetos a relaciones feudales de producción. Ellos pagaban la renta de la tierra en trabajo: para disfrutar de esas mínimas parcelas, “bajaban” a Casagrande a trabajar, tres meses al año, gratis, en el corte de caña, la tarea más dura del proceso agroindustrial. Así Casagrande obtenía el máximo posible de toneladas de azúcar por el mínimo posible de salarios. Ese era el feudalismo agrario uncido a la economía agroindustrial, esa era la política del “cholo barato y dólar caro” que denunció, con certera pluma, Manuel Seoane Corrales.
Casagrande había desarrollado científicamente una serie de minuciosos mecanismos destinados a convertir en azúcar y en libras esterlinas la última gota de sudor de los campesinos.
La Reforma Agraria de Velasco terminó con eso, quebró el espinazo oligárquico que articulaba la sierra, pero no pudo construir un modelo superior y alternativo.
“Bien cortado, pero mal cosido”. La Reforma Agraria convirtió las haciendas en cooperativas, pero los cooperativistas agroindustriales de la Costa no quisieron asociarse con los cooperativistas empobrecidos de la sierra. Los nuevos socios de Casagrande tampoco quisieron aceptar en su empresa a los harapientos macheteros de la sierra, los pobres golondrinos siempre despojados, la base social oprimida de la pirámide injusta. Después vinieron el PUM y la ultraizquierda que parcelaron las cooperativas, después vino Sendero que voló a dinamita las fábricas de queso y expulsó a los técnicos a punta de G-3 y AKM.
La historia pudo ser distinta.
Pero la historia dice que Bolívar no le hizo caso a Sánchez Carrión, Bolívar fusiló apenas a quince o veinte aristócratas, prefirió perdonar a los demás, cuyos hijos se volvieron consignatarios del guano, sus nietos fueron banqueros o terratenientes, fundaron el Partido Civil y gobernaron, de nuevo, el Perú.
Contra ese Perú del civilismo se levantó el APRA de los años 30, y empezó la historia del cuartel O´Donovan tomado a machetazos, los estudiantes y peones fusilados en Chan Chan, la epopeya de Arévalo torturado seis días sin delatar, la insurgencia del MIR y el resto de la historia que todos conocemos porque la hemos vivido y que ahora más vale callar, mejor para todos. Esa fue la historia de Huamachuco, tales sus causas. Las consecuencias las están pagando ahora los campesinos que no pueden sobrevivir en el minifundio, las putas que no encuentran clientes y los niños que mañana tampoco tendrán trabajo.
Amargas serán por siempre las noches del que tenga memoria.
Mañana será de día en esta tierra de los wachemines que después fue el señorío de los Huamachucos, donde se hablaba también la lengua culle de los caxamarcas. Mañana será sábado, día propicio para visitar la laguna de Sausacocha o los baños termales de Yanasara. En Huamachuco siempre es bueno tener cuidado de no tomar el "agua de los pajaritos" que brota en ese manantial vecino a la ciudad. Mejor será no beberla para no correr el riesgo de enamorarte de alguna de esas huamachuquinas de ojos negros y vivaces que te invitan al huayno:"huamachuquina, la flor de mayo, cajabambina laflor de abril...." Mañana será fácil pensar que muy pronto, en agosto, en la fiesta de la Virgen de Altagracia, la plaza estará llena de vivanderas, de procesiones, de comerciantes y de grupos folklóricos que se congregan aquí, provenientes de todo el norte para rendir culto a la Madre de Dios.
Pero esta noche no. Esta noche el frío te cala los huesos y la pésima, insaciada memoria te congela el alma. Esta noche , en la enorme plaza de Huamachuco, solo puedes pensar en las tragedias, los errores y las derrotas acumuladas y multiplicadas. Esta noche solo la implacable embriaguez de un "termolin" te permite desafiar el insomnio, conjurar los fantasmas del pasado y pensar que , a pesar de todo, mañana será de día, también, en Huamachuco.
2 comentarios:
Muy bueno.
Hermosa historia
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