German Merino
Me parece necesario recordar que hace 34 años cayó el Muro de Berlín.Fue aquel un momento estelar en la Historia de la Humanidad, un episodio análogo a la toma de Constantinopla por los turcos otomanos en 1453, el secuestro de Atahualpa por los conquistadores españoles en 1532 o la toma de la Bastilla por los revolucionarios franceses en 1789.
La caída del Muro de Berlín determinó, más que el fin de una época, la cancelación de una cosmovisión , el final de una manera de interpretar el mundo: con el Muro, se derrumbó la concepción errónea de que la Ideología es independiente o aun superior a la Economía.
La noción errónea de que la Realidad se puede modificar mediante la Voluntad. La convicción –ineludiblemente totalitaria- de que es posible adoctrinar, regimentar y modelar a las masas como dócil arcilla. La interpretación de la política como una mera secuencia mecánica, susceptible de manipulación. La práctica de subordinar la democracia al criterio supuestamente lúcido de una minoría de "cuadros". El error en fin de suponer que la economía y la técnica deben y pueden someterse a una voluntad política, se derrumbó sin remedio cuando cayó el Muro.
La realidad es terca y, como sucede siempre, la realidad se impuso sobre los esquemas: el Muro cayó.
El Muro no cayó como resultado de una guerra o como producto de una insurrección. Los sucesos que conmovieron al mundo hace diez y nueve años no fueron el corolario de uno o más actos volitivos. Fueron, por el contrario el resultado de un proceso económico: el desarrollo de las fuerzas productivas definió y modificó las relaciones de producción.
El viejo Marx – que fue tan mal comprendido por los marxistas – debe haberse reído de buena gana en el fondo de su tumba londinense al comprobar cómo el capitalismo en la más cruda de sus manifestaciones derrotaba, en el terreno económico, al socialismo de Estado y a la planificación centralizada. Ese proceso, hay que decirlo, fue marxismo puro, quintaesenciado. Nadie menos iluso que Marx, nadie menos proclive al voluntarismo. Nadie tan materialista, tan racionalmente marxista, como Marx.
El capitalismo derrotó al socialismo –recordemos sin amargura – en el terreno de la producción. El Muro de Berlín cayó porque la economía centralizada de los países del Pacto de Varsovia – disciplina, planificación, racionalismo, justicia social – fue menos eficiente, menos capaz de producir bienes y servicios que la anárquica economía de mercado, basada en la competencia, en la Ley de la Selva, si así se la quiere llamar.
Una vez caído el Muro todos coincidimos en la necesidad de descartar los dogmas, los prejuicios y las consignas para considerar a la realidad objetiva, material, económica, como único referente valido en el debate político y social.
¿Hasta donde hemos avanzado en esa ruta? ¿Hasta qué punto somos capaces de pensar y de actuar "considerando en frio, implacablemente".? ¿Somos lo bastante honestos para buscar siempre "el análisis concreto de la situación concreta? ¿Creemos, como Gramsci, que "la verdad es revolucionaria"?.
Se lo pregunto a mis amigos, a los que trataron de debatir sin amargura, a los que leerán estas líneas, todos ellos gente racional, inteligente, interesada honestamente en el bienestar, la paz y la justicia: ¿Acaso los hombres y la mujeres del siglo XXI podemos, decir, realmente que "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos"?
¿Hemos cabiado en verdad, como personas?
Me parece que no.
Me parece que seguimos siendo los mismos. Seguimos procurando someter el desarrollo de las fuerzas productivas a la voluntad supuestamente iluminada de los actores sociales. Seguimos siendo –pésima palabra- subjetivos.
Viejas calamidades, la autosuficiencia y el sectarismo impregnan el debate político y la conducta social. No se trata de convencer: hay que ganar. No se busca educar, sino más bien se procura decidir. Son muy pocos los políticos que se resisten a la tentación totalitaria de manipular. Ser congresista, Presidente, ministro, regidor en el peor de los casos, resulta más atractivo (remunerativo) que ser Estadista.
Habituados a considerar a las masas como simples sujetos de la política, los hombres públicos han dejado de considerar al Hombre, Protagonista de la Historia.
De cemento y de ladrillo al fin y al cabo, el Muro cayó. Pero los dogmas, los prejuicios y las consignas han resultado más sólidos que el Muro. No fueron sepultados bajo sus escombros. Perviven.
Ese otro Muro conceptual, ideológico, levantado sobre los ladrillos del dogmatismo, amasado con la cal de la intolerancia. sigue en pie y constituye el más grande obstáculo en la larga marcha de la Humanidad desde el Reino de la Necesidad hasta el Reino de la Libertad.
Será preciso, pues, echarlo abajo, como al otro
No hay comentarios:
Publicar un comentario