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6 nov 2013

LA PLATA LLEGA SOLA




Aburrido estaba el presidente- que se alucinaba como un monarca- y más contrariado aún, al abrir el cofre donde guardaba el dinero que acopiaban sus vasallos; se dio con la sorpresa que este había disminuido considerablemente. No se acordó, en ese instante, que se había comprado una casa en París en la que invirtió un millón de dólares americanos; que se había comprado casa de
playa. Que sus hijos cada día pedían más.
Las relaciones con Pilar, la dama que le diera cuatro hijos, no iban muy bien desde que se vio en la urgencia de presentar a su pequeñín habido en relación extramatrimonial. ¡Carajo! Requintaba, cómo es que este chato Hildebrandt me ampayó. Nada hubiera pasado; Pilar hubiera seguido aguantándome. Ahora ella quiere botarme de la casa y yo tengo que proveerme de fondos frescos.
El dinero de los mirage que habían estado intactos, ahora tenía que sacar de allí. Lástima se decía, que lo del tren eléctrico se lo haya llevado ya la mamá de su engreído pequeñín, y a ella no podía negarle nada pues lo tenía al día y no se arriesgaba a que le cerraran la puerta en las narices. Así como voy me iré quedando pobre. ¡Horror! Eso jamás, se alentaba. Fue cuando se decidió a llamar a sus vasallos. Los reprendió: ¡Qué se han creído! los llamé para que me ayuden y qué han hecho. Constato que de mi fuente solo brota un débil chorrito.
Quiso gritarles que solo estaba recibiendo ripio. Vean- se dispuso a empujarlos- cómo es que corregimos esta falencia. A ti - se dirigíó al Presidente de la Comisión de Gracias Presidenciales - ¡Chinguel!,- desconocía si ese sustantivo fuera su chapa, o… ¿Qué? pero siguió para recriminarlo: Te he dado ese puesto y no veo qué es de lo fructífero que dijiste, era el sitio. O es que estás trabajando por tu cuenta. No, señor se apuró asutado, Chinguel. Entonces dame una explicación. Dedícate a trabajar con ahinco. El abogado,- que esa era la profesión de chinguel, le reclamó que él no conocía a Ahinco.

Se indignó Piegrande y casi le encaja un puntapie como el que le diera a un ciudadano; desde aquella acción recibió el apelativo de Piegrande y frente al leguleyo le recriminaba: ¿cómo es que fui a llamar a este que me lo recomendaron como un excelente y efectivo rapaz. Mira oye mediotalco, ahinco es el empeño que tienes que poner para recaudar fondos; entendiste, eso. Piegrande estaba eufórico “cuadrando” a chinguel que no atinaba a interrumpirlo para prometerle que de ahora en adelante recibirá buena remesa para su fuente. Aunque todavía no sabía cómo. Solo asintió con un débil: ¡ah! Aprovechó el monarca para seguir descargando su mal humor y temor a la vez de quedarse misio. Eso no podía ser, se decía, no soy Presidente por las puras alverjas y mis vasallos tienen que traerme algo; qué caray. Fue cuando al arrinconado chinguel se le encendió la lamparita del mal; reponiéndose le dice eufórico: mi señor: ya tengo solucionado el problema. En los próximos días verás los resultados.
Se acordó que tenía sobre su carpeta cientos de pedidos de indulto. La mayoría de ellos no estaban enfermos si no que sabiéndose con dinero presentaban sus solicitudes con la seguridad que chinguel los llamaría a preguntarles porqué si están sanos quieren que les dé el indulto el señor Presidente. Él, chinguel, se decía que no era tonto y los había puesto de lado pues los reconoció como narcotraficantes.
Pero ahora que Piegrande estaba necesitado de fondos, los llamaría para proponerles un indulto seguro. Esta vez, se dijo, no aceptaré propinas; el que quiera salir que pague. Confeccionó su tarifa sin mucho esfuerzo: ya está: tendrán que darme diez mil verdes por año que les falte pasar en prisión. Entonces se decidió a llamar a uno que era el que le hacía los mandados a Mosca Loca. Ése dejaba su cuota para salir para hacer los mandados. Oye, ¿cuántos años te faltan? Diez, señor. Y cómo es que has presentado solicitud de indulto. Bueno… Yo podría colaborar con Ud. – De esa forma continuaba el diálogo mirándose y estudiándose ambos. Bueno, -dijo chinguel- son diez mil verdes por año; lo tomas o lo dejas. Está bien, atraco señito. Luego las instrucciones. Mira el dinero me lo tienes que dar cuando te enseñe la solicitud firmada por Piegrande. Si no veo el dinero… la solicitud firmada… se rompe en tu presencia ¿ok? Listo señito estoy de acuerdo. ¡No me llames señito , carajo! Está bien jefe.

Ahora voy a revisar las otras solicitudes que son como cuatrocientas. Te pregunto: tú crees que todos estarán dispuestos y conformes con ese aporte. ¡Claro, jefe! La mayoría tiene esos fondos y al toque se los van a entregar. Yo voy a pasar la voz. Oye, solapa nomás; no levantes polvo, ¿Ok? Sí, jefe.
Y comenzó a caminar la maquinaria montada por chinguel, y ahí fue presto remitiendo lo recaudado. Piegrande se compuso y estaba feliz. El país seguía su rutina. Él no había tocado fondos públicos.
Nadie le reclamaría nada. De puro contento se animó exhortar a un posible candidato, que postulara sin ningún miramiento a la Presidencia de la República pues la plata llega sola. No pasaron dos día cuando casi hablando solo se decía ¡Yala! ¿Por qué, mi señor? Le preguntó un acomedido paje. ¡Cuidado! Paje, hay que recalcar, es con la vocal e final y quiere decir que era el muchachón que le servía en las habitaciones. No piense, ni por asomo, que era uno que se tocaba el pito. Piegrande contestó a esa pregunta al que daba licencia para dialogar con él. Yo me entiendo, no te preocupes. Temió haberse ido de boca. En fin, ojalá que no pase nada, invocaba para sí. Al final y reponiéndose de que hubiera cometido un desliz mayor se dijo: Que brillante había sido este Chinguel que me da doble oportunidad de quedar como un santo varón. Quedaría en la mente de los narcotraficantes indultados lo comprensivo que era este Piegrande, casi piadoso. De ese modo se agenciaba de indulgencia entre los narcotraficantes. De otro lado, pensó que nadie le tomaría cuentas. Pues la plata llegaba sola. Él quedaba como ángel incapaz de tocar un centavo del Estado. Jamás imaginó que a su vasallo, este Chinguel, sería cuestionado y ampayado como el recaudador de los chantajes a los narcos.
Era inquietante ver que a Piegrande no se le podía comprobar nada mientras él disfrutaba de inmensa fortuna. Su caminar despreocupado casi toreril después de dar una excelente manoletina, retirarse pasito a paso arrastrando displicente la capa. Lástima, no tenía suficiente derrier para pararlo como hacen los rosquetes de octubre. El chamán de la megacomisión porfiaba: ah este no puede cantar victoria; ya lo tengo de los gemelos. Se aseguraba que había agarrado carne. Si así no fuera, reflexionaba, porqué es que Pechoelata y Sipán se hubieron puesto tan gallitos armando gran alboroto en el corral. Ellos reclamaban por qué no se investigaba al sucio de Stanford y recordaba la casa de cuatro millones de dólares que su anciana suegra se compró con ese sencillo. Solo le faltó, al sucio de Stanford decir que su anciana suegra daba conferencias de a 50 mil dólares como alegaban Pechoelata y Sipán cuando querían justificar los ingentes fondos con los que contaba Piegrande. Por qué insistían, ambos, no se investiga los ingentes fondos que está dilapidando Ollanta Humala Tasso en el empeño proselitista de su esposa a la Presidencia de la República. El Chamán… guardó silencio............ CONTINUARA PROXIMAMENTE.

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