Aburrido estaba el
presidente- que se alucinaba como un monarca- y más contrariado aún, al
abrir el cofre donde guardaba el dinero que acopiaban sus vasallos; se dio
con la sorpresa que este había disminuido considerablemente. No se acordó,
en ese instante, que se había comprado una casa en París en la que
invirtió un millón de dólares americanos; que se había comprado casa de
playa. Que sus hijos cada día pedían más.
playa. Que sus hijos cada día pedían más.
Las relaciones con Pilar,
la dama que le diera cuatro hijos, no iban muy bien desde que se vio en la
urgencia de presentar a su pequeñín habido en relación extramatrimonial.
¡Carajo! Requintaba, cómo es que este chato Hildebrandt me ampayó. Nada
hubiera pasado; Pilar hubiera seguido aguantándome. Ahora ella quiere
botarme de la casa y yo tengo que proveerme de fondos
frescos.
El dinero de los mirage que habían
estado intactos, ahora tenía que sacar de allí. Lástima se decía, que lo
del tren eléctrico se lo haya llevado ya la mamá de su engreído pequeñín,
y a ella no podía negarle nada pues lo tenía al día y no se arriesgaba a
que le cerraran la puerta en las narices. Así como voy me iré quedando
pobre. ¡Horror! Eso jamás, se alentaba. Fue cuando se decidió a llamar a
sus vasallos. Los reprendió: ¡Qué se han creído! los llamé para que me
ayuden y qué han hecho. Constato que de mi fuente solo brota un débil
chorrito.
Quiso gritarles que solo estaba
recibiendo ripio. Vean- se dispuso a empujarlos- cómo es que corregimos
esta falencia. A ti - se dirigíó al Presidente de la Comisión de Gracias
Presidenciales - ¡Chinguel!,- desconocía si ese sustantivo fuera su chapa,
o… ¿Qué? pero siguió para recriminarlo: Te he dado ese puesto y no veo qué
es de lo fructífero que dijiste, era el sitio. O es que estás trabajando
por tu cuenta. No, señor se apuró asutado, Chinguel. Entonces dame una
explicación. Dedícate a trabajar con ahinco. El abogado,- que esa era la
profesión de chinguel, le reclamó que él no conocía a Ahinco.
Se indignó Piegrande y casi le encaja
un puntapie como el que le diera a un ciudadano; desde aquella acción
recibió el apelativo de Piegrande y frente al leguleyo le recriminaba:
¿cómo es que fui a llamar a este que me lo recomendaron como un excelente
y efectivo rapaz. Mira oye mediotalco, ahinco es el empeño que tienes que
poner para recaudar fondos; entendiste, eso. Piegrande estaba eufórico
“cuadrando” a chinguel que no atinaba a interrumpirlo para prometerle que
de ahora en adelante recibirá buena remesa para su fuente. Aunque todavía
no sabía cómo. Solo asintió con un débil: ¡ah! Aprovechó el monarca para
seguir descargando su mal humor y temor a la vez de quedarse misio. Eso no
podía ser, se decía, no soy Presidente por las puras alverjas y mis
vasallos tienen que traerme algo; qué caray. Fue cuando al arrinconado
chinguel se le encendió la lamparita del mal; reponiéndose le dice
eufórico: mi señor: ya tengo solucionado el problema. En los próximos días
verás los resultados.
Se acordó que tenía sobre su carpeta
cientos de pedidos de indulto. La mayoría de ellos no estaban enfermos si
no que sabiéndose con dinero presentaban sus solicitudes con la seguridad
que chinguel los llamaría a preguntarles porqué si están sanos quieren que
les dé el indulto el señor Presidente. Él, chinguel, se decía que no era
tonto y los había puesto de lado pues los reconoció como narcotraficantes.
Pero ahora que Piegrande estaba
necesitado de fondos, los llamaría para proponerles un indulto seguro.
Esta vez, se dijo, no aceptaré propinas; el que quiera salir que pague.
Confeccionó su tarifa sin mucho esfuerzo: ya está: tendrán que darme diez
mil verdes por año que les falte pasar en prisión. Entonces se decidió a
llamar a uno que era el que le hacía los mandados a Mosca Loca. Ése dejaba
su cuota para salir para hacer los mandados. Oye, ¿cuántos años te faltan?
Diez, señor. Y cómo es que has presentado solicitud de indulto. Bueno… Yo
podría colaborar con Ud. – De esa forma continuaba el diálogo mirándose y
estudiándose ambos. Bueno, -dijo chinguel- son diez mil verdes por año; lo
tomas o lo dejas. Está bien, atraco señito. Luego las instrucciones. Mira
el dinero me lo tienes que dar cuando te enseñe la solicitud firmada por
Piegrande. Si no veo el dinero… la solicitud firmada… se rompe en tu
presencia ¿ok? Listo señito estoy de acuerdo. ¡No me llames señito ,
carajo! Está bien jefe.
Ahora voy a revisar las otras
solicitudes que son como cuatrocientas. Te pregunto: tú crees que todos
estarán dispuestos y conformes con ese aporte. ¡Claro, jefe! La mayoría
tiene esos fondos y al toque se los van a entregar. Yo voy a pasar la voz.
Oye, solapa nomás; no levantes polvo, ¿Ok? Sí,
jefe.
Y comenzó a caminar la maquinaria
montada por chinguel, y ahí fue presto remitiendo lo recaudado. Piegrande
se compuso y estaba feliz. El país seguía su rutina. Él no había tocado
fondos públicos.
Nadie le reclamaría nada. De puro
contento se animó exhortar a un posible candidato, que postulara sin
ningún miramiento a la Presidencia de la República pues la plata llega
sola. No pasaron dos día cuando casi hablando solo se decía ¡Yala! ¿Por
qué, mi señor? Le preguntó un acomedido paje. ¡Cuidado! Paje, hay que
recalcar, es con la vocal e final y quiere decir que era el muchachón que
le servía en las habitaciones. No piense, ni por asomo, que era uno que se
tocaba el pito. Piegrande contestó a esa pregunta al que daba licencia
para dialogar con él. Yo me entiendo, no te preocupes. Temió haberse ido
de boca. En fin, ojalá que no pase nada, invocaba para sí. Al final y
reponiéndose de que hubiera cometido un desliz mayor se dijo: Que
brillante había sido este Chinguel que me da doble oportunidad de quedar
como un santo varón. Quedaría en la mente de los narcotraficantes
indultados lo comprensivo que era este Piegrande, casi piadoso. De ese
modo se agenciaba de indulgencia entre los narcotraficantes. De otro lado,
pensó que nadie le tomaría cuentas. Pues la plata llegaba sola. Él quedaba
como ángel incapaz de tocar un centavo del Estado. Jamás imaginó que a su
vasallo, este Chinguel, sería cuestionado y ampayado como el recaudador de
los chantajes a los narcos.
Era inquietante ver que a Piegrande no
se le podía comprobar nada mientras él disfrutaba de inmensa fortuna. Su
caminar despreocupado casi toreril después de dar una excelente
manoletina, retirarse pasito a paso arrastrando displicente la capa.
Lástima, no tenía suficiente derrier para pararlo como hacen los rosquetes
de octubre. El chamán de la megacomisión porfiaba: ah este no puede cantar
victoria; ya lo tengo de los gemelos. Se aseguraba que había agarrado
carne. Si así no fuera, reflexionaba, porqué es que Pechoelata y Sipán se
hubieron puesto tan gallitos armando gran alboroto en el corral. Ellos
reclamaban por qué no se investigaba al sucio de Stanford y recordaba la
casa de cuatro millones de dólares que su anciana suegra se compró con ese
sencillo. Solo le faltó, al sucio de Stanford decir que su anciana suegra
daba conferencias de a 50 mil dólares como alegaban Pechoelata y Sipán
cuando querían justificar los ingentes fondos con los que contaba
Piegrande. Por qué insistían, ambos, no se investiga los ingentes fondos
que está dilapidando Ollanta Humala Tasso en el empeño proselitista de su
esposa a la Presidencia de la República. El Chamán… guardó silencio............ CONTINUARA PROXIMAMENTE.
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