Juan Gonzales Sandoval
Hoy ya no debe hablarse del problema policial, sino de la crisis total de la PNP, pero esta crisis no ha sido como se pretende hacer creer a la ciudadanía, producto de una descomposición interna, sino consecuencia del abandono irresponsable de los gobiernos precedentes. En los últimos diez años no ha
existido en ningún momento voluntad para atender los justos reclamos de los policías, que no solo han sido reclamos salariales sino apoyo decidido del Estado para recuperar nuestro prestigio institucional, y con ello nuestra capacidad para servir mejor a la sociedad peruana.
Esta crisis se
incubó, no hay por qué ocultarlo, durante la primera administración del
doctor Alan García, cuando se produjo la unificación de la Guardia
Civil, la Guardia Republicana y la Policía de Investigaciones. Esa
reforma hubiera sido un acierto si se habría hecho sin improvisación y
con el propósito de desterrar la mediocridad y la corrupción. Pero lo
que se hizo fue, simplemente, unificar sin estudio ni planes, eliminando
las especialidades policiales y convirtiendo a todos los miembros de la
PNP en especialistas en nada y expertos en todo. Aún estamos pagando
este desacierto mayúsculo.
La gente se
pregunta por qué la PNP no acierta, por qué el crimen crece, por qué la
seguridad ciudadana se volatiliza. Allí tiene la respuesta. En
condiciones normales y lógicas los oficiales que fueron formados para
resguardar penales y fronteras deberían estar en el lugar que les
corresponde, evitando que prospere la anarquía en las cárceles y que
incluso las mafias que controlan estos establecimientos se den el lujo
de asesinar a un director de penal. Pero no están en su sitio, sino
atareados en “prevenir” el delito e “investigar”
los crímenes. Los resultados, repito, a la vista: asaltos continuos en
las carreteras, el surgimiento de Chicagos en el interior del país y en
la cada vez más populosa Lima, el crimen-hormiga aumenta, generando
angustia en el ciudadano, victima cotidiana de los famosos marcas, de
cogoteros, violadores y otros. Y ni qué decir de las zonas liberadas del
Callao y otros puertos.
El segundo
alanismo no hizo nada para corregir el error del primer alanato. Pero el
gobierno del señor Humala es la mayor decepción para la PNP. El
Presidente Humala se comprometió a liderar la lucha por la seguridad
ciudadana y al final, para justificar su rotundo fracaso, nos ha echado
el muerto a los policías. Y por último habla de prácticas corruptas en
la policía para justificar lo injustificable.
Es totalmente
injusto que se eche una sombra sobre la moral de la mayoría de los
policías, cuando se sabe que los malos elementos son algunos y el propio
régimen los protege, al no separarlos. Pero además, a pesar de la
estabilidad del país, se nos maltrata en lo económico. Da vergüenza
comparar las remuneraciones de nuestros policías con sus similares de la
región. Y no solo sueldos: en salud, vivienda y educación, la familia
policial peruana también está abandonada y al garete.
La PNP no es el
trapeador del señor Presidente, sino una institución que merece respeto
porque de ella salieron los hombres que ofrendaron sus vidas para lograr
la Pacificación Nacional, mientras otros cobraban cupos al narcotráfico
en complicidad con el terrorismo. Los policías no vamos a mendigar
ningún reconocimiento, lucharemos por ello. Y tampoco vamos a tolerar un
maltrato. La democracia es también madre nuestra.
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