Gustavo Gorriti.-(*)
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Si hay algo patético de ver es las riñas y disputas en el Congreso en torno a cómo se arma la comisión investigadora sobre el caso López Meneses. Algo de honestidad intelectual demostrarían quienes integran esa comisión si, para empezar, renunciaran al título de investigadora.
Investigar presupone tratar de encontrar la verdad de los hechos sobre algo que se ignora total o
parcialmente. Hacerlo exige una actitud no contaminada por prejuicios ni conclusiones a priori, seguida por una búsqueda disciplinada y diligente de indicios y evidencias.
Nada de eso hay, ni por asomo, en el intercambio de acusaciones y en el pulseo por definir cómo se integra la comisión. El objetivo de cada uno de los grupos es sacar al aire las vergüenzas del otro y utilizar la escandalera para tapar las propias.
La posibilidad, modesta pero posibilidad al fin, de una investigación seria con efectos legales, está en el ministerio Público. Pero la fiscal Norah Córdova, que tiene que atender varios otros casos a la vez, no dispone del tiempo mínimo para una indagación seria y organizada.
Ninguno de esos fracasos anunciados debiera ocurrir, porque el caso López Meneses demanda ser investigado con cuidado y a fondo. Es un caso complejo y ambiguo, donde algunos hechos están claros, pero no las razones y los objetivos.
No es imposible que la explicación final tenga que recurrir a la ayuda de la psiquiatría. Pero tampoco es imposible que haya razones mucho más siniestras que un narcisismo desbordado en la mezcla del exhibicionismo con la circulina.
Por lo pronto, lo que puedo decir es que lo que ha salido hasta ahora no expresa sino una pequeña parte, y no la más importante, de la dimensión entrevista del caso.
Ordenemos, si les parece, los hechos conocidos, para componer los fragmentos de evidencia en algo que, si bien no arroja resultados concluyentes todavía, permite ver más de lo que se supone.
Para empezar, asumamos que todos saben de la cercanía que tuvo López Meneses con Montesinos durante los años del fujimorato, y de las razones, o delitos, que lo trajeron de vuelta al Perú, expulsado de Estados Unidos, en 2003.
"El caso López Meneses, que demanda ser investigado a fondo, es complejo y ambiguo. Algunos hechos están claros, pero no las razones ni los objetivos".
En la cárcel, también, se sabe, López Meneses fue un preso muy influyente. Cuando Agustín Mantilla recobró la libertad, López Meneses, que todavía quedaba detenido, le organizó desde adentro de la cárcel una escolta policial completa, con motociclistas de liebre y patrulleros, que llevó al sorprendido ex ministro del Interior aprista hasta su casa.
López Meneses salió de la cárcel a comienzos de 2007 y prontamente reinició actividades. Ese año, en el restaurante Fiesta, se juntó en el almuerzo, que la interrupción periodística hizo súbitamente memorable, con Agustín Mantilla, Javier Ríos (que tuvo que renunciar al TC), y el general EP Roberto Vértiz, entonces en actividad. Ahí estaban, sentados con él, lo político, judicial y militar, un patrón de penetración e influencia captado de su antiguo mentor, Montesinos.
En 2007, López Meneses participó en una reunión en el restaurante Fiesta con el ex ministro aprista Agustín Mantilla, el entonces magistrado del Tribunal Constitucional, Javier Ríos Castillo; y algunos mandos militares. (Foto: Revista Caretas).
En esa mesa faltó lo empresarial, pero no en la vida de López Meneses. Ya entonces el reciente ex interno de San Jorge era hombre de confianza de Roberto Letts, el multimillonario accionista principal de Volcan.
Según testigos varios y fuentes que conocieron a los dos, López Meneses tenía “el manejo de seguridad de Letts” como “hombre de confianza” de este. Trabajó también con Sirius, la empresa de seguridad vinculada con Volcan. La relación se mantuvo cercana, según fuentes diversas, hasta la muerte de Letts, en 2010.
La madre de López Meneses, Susana, es persona de importancia en el Opus Dei, como lo es también la hermana de Letts, y una de sus principales herederas, Doris Letts de Bayly.
En el aspecto judicial, una de las personas que tuvo más prolongada cercanía con López Meneses ha sido César Vega Vega, quien hasta hace poco fue, por mucho tiempo, el poderoso presidente de la Corte Superior de Lima, y, antes de ello, socio de Alan García en el estudio de abogados que ambos tuvieron. Distanciado, quizá enemistado con Alan García y con la salud quebrantada, Vega Vega sigue siendo hoy una figura importante en el poder judicial.
Alan García junto a César Vega Vega, ex presidente de la Corte Superior de Lima. (Foto: Revista Ideele).
Pero donde López Meneses llevó a cabo su más profunda penetración institucional luego de salir de la cárcel, fue en el Ejército. Cuando Rafael Rey fue ministro de Defensa, entre julio de 2009 y septiembre de 2010, varios militares –a decir de fuentes de la propia institución– se acercaron a López Meneses con la esperanza de que les facilitara un buen contacto con Rey, gracias a los lazos del Opus Dei. Rey conoce, según ha admitido, a López Meneses desde que este era niño, un pequeño asistente del club ‘Saeta’ del Opus. Luego, según ha dicho, lo volvió a ver en 1993 y en el 2000 como asesor de la bancada fujimorista y de Jorge Polack en especial.
Otro ministro de Defensa con el que López Meneses tuvo relación fluida fue José Urquizo, un ex militante aprista ayacuchano (fue vicepresidente regional, elegido en la lista que presidió Omar Quesada) que terminó en Gana Perú.
A la izquierda José Urquizo, vicepresidente regional de Ayacucho durante la gestión del aprista Omar Quezada (al centro). (Foto: Vanguardia Aprista).
Dentro del Ejército, lo que, según parece, interesó más a López Meneses, fue el servicio de inteligencia. Por eso, cuando en junio de 2008 se reactivó el arma de inteligencia, López Meneses influenció con éxito para que se ordenara a los oficiales a cargo de la reclasificación, incluir a dos primos de López Meneses: el coronel Oswaldo Zapata (compañero de promoción del presidente Humala) y el comandante (hoy coronel) Luis Zapata.
A la vez, López Meneses hizo, según fuentes militares diversas, un lobby intenso para que se nombrara al general EP Paul da Silva como comandante general del Ejército. En el proceso, da Silva, López Meneses y Mantilla fueron vistos en un restaurante del club Regatas. La llamada burlona de un amigo de Mantilla, un fotógrafo de peso, pidiéndoles que sonrían a las cámaras, hizo que los tres dejaran el local con la comida a medio digerir.
Al extremo izquierdo, el general PNP Luis Miguel Praeli, ex jefe de la VII Región Policial. Al centro, el ex comandante general del Ejército, general EP (r) Paul da Silva, junto a Óscar López Meneses. (Foto: Panamericana).
No está claro cuán exitoso fue el lobby, pero sí que Alan García no le dio ninguna posibilidad de plantear alternativas a su entonces ministro de Defensa, Jaime Thorne. Fuentes familiarizadas con el pensamiento de Thorne indican que García le dijo que podía proponer, si quería, a alguien en la Marina, pero que en el Ejército él, García, iba a nombrar a Paul da Silva. Y así fue.
Uno de los ministros más influyentes de Alan García fue José Antonio Chang, el también rector de la universidad San Martín de Porres, con quien López Meneses tenía una larga cercanía.
El ingreso de Paul da Silva a la comandancia general del Ejército, en 2010, le dio a López Meneses un acceso virtualmente irrestricto a las instalaciones del Ejército. Pero él se concentró especialmente en la Dirección de Inteligencia y provocó cambios y conflictos cuyas secuelas duran hasta hoy♦
(*) Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2312 de la revista ‘Caretas’.
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