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16 ene 2014

LO QUE PIENSA UN CHILENO CULTO DEL PERU


LO QUE ESCRIBE CRISTIAN WARNKEN EN SU COLUMNA DEL MERCURIO (CHILE)

Perú y Chile: ¡Qué más da!"Perú debe sanarse del resentimiento hacia Chile. Y Chile debe dejar de despreciar a vecinos que tienen un producto interior muchas veces superior al nuestro..."

Cristián Warnken Mientras Perú y Chile esperan el fallo de la Corte de La Haya, releo -preparando una clase- al gran poeta peruano César Vallejo. Una coincidencia que me permite escuchar una tonalidad, una voz que hunde sus raíces en el mestizaje andino: el poeta era nieto de sacerdotes católicos españoles que procrearon con indias chimú. Paternidad que hoy nos sorprende, pero que fue frecuente en ese mundo del que Vallejo es descendiente, el poeta de sangre y sintaxis quebrada, híbrida.

Leer a Vallejo aquí, en el Valle Central de esta Capitanía, me hace pensar que la gran poesía se salta todas las fronteras, todos los litigios que nos separan. Nuestros creadores han ido tan lejos, que en cada uno de sus versos redefinen el territorio interior, y hacen amar las patrias profundas de una manera mucho más sutil que los patrioterismos hueros y los chovinismos estrechos.

No quiero entrar, porque no tengo la suficiente preparación para hacerlo, en las aristas de este fallo inminente, que redefine fronteras. Reconozco eso sí que me cuesta entender la actual política exterior del Estado peruano, que parece a veces más apelar a un resentimiento soterrado, que da réditos políticos internos, que a un genuino amor y defensa de lo supuestamente propio. Y los peruanos tienen motivos de sobra para amar y defender lo propio: su cultura, su historia, su arte alcanzan cumbres más altas y macizas que los mismos Andes. Los escritores peruanos me han enseñado a amar profundamente a Perú. Julio Ramón Ribeyro, José María Arguedas, Vargas Llosa me marcaron en la adolescencia, y por ellos tomé una mochila en tercero medio y recorrí una parte de Perú palmo a palmo. Llevaba también conmigo unos versos del cholo Vallejo en la oreja, zumbándome: "Murió mi eternidad y estoy velándola", o estos otros, imborrables: "Hay golpes en la vida tan fuertes ¡Yo no sé!, /Golpes como del odio de Dios".

Me deslumbraron no solo esas ruinas que nosotros no tenemos, sino también sus habitantes. Por eso me indignaron esos jóvenes chilenos que rayaron -con esa inconsciencia tan nuestra ante el patrimonio- unos hitos sagrados en Perú. Y más me indignaron los comentarios de algunos periodistas locales que salieron a defenderlos, diciendo que esos pobres jóvenes solo habían rayado unas "piedras". Aquí hemos dejado que se raye y se borre todo. A veces pareciera que los propios chilenos no amáramos lo propio. Y, además, la élite peruana parece más instruida, más culta, más refinada, más leída que la nuestra. Tuvimos una mejor élite en el siglo XIX, pero ahora campea la desmesura, que desprecia lo que ignora y por eso lo destruye.

Tenemos mucho que aprender y enriquecernos con nuestros contactos y diálogos con Perú. Hay mucho más que el ceviche y el pisco sour. Los peruanos que han escogido vivir aquí nos han traído y nos están trayendo no solo sabores, sino también saberes, y un idioma preñado de delicadezas y honduras, oro puro.

Leo la poesía de Vallejo y toco con ella el dolor humano. Hay tanta comunión con el dolor de los otros en sus versos, como cuando ve a un hombre cualquiera que va por la calle, le hace una seña, él viene y el poeta le da "un abrazo emocionado, emocionado. ¡Qué más da! Emocionado...". Es el amor al hombre porque sí, en su fragilidad, en su desamparo, en su pequeñez y nimiedad dignas de misericordia.

No hay otra poesía, al menos en español, que tenga esa carga de humanidad tan sincera, tan poco retórica. En Vallejo hay rabia por la injusticia, hay grito, incluso compromiso político radical, pero no percibo resentimiento. Eso es harina de otro costal. Perú debe sanarse del resentimiento hacia Chile, tan manipulado por políticos sin visión. Y Chile debe dejar de despreciar y mirar en menos a vecinos que tienen un producto interior refinado, muchas veces superior al nuestro. ¿Por qué no saltamos de una vez por todas por encima de las fallas y fallos que nos separan y nos damos un abrazo de verdad emocionado, emocionado?

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