Diarmaid MacCulloch ha escrito probablemente el libro más fascinante, erudito y completo de la historia de la cristiandad. En un mamotreto de 1293 páginas reconstruye desde sus orígenes más remotos en la antigua Grecia, con una habilidad narrativa infrecuente en los historiadores, la cronología de más de 3 mil años de historia.
¿Por qué comenzar la historia de la cristiandad en la Grecia antigua y no en un pesebre de Belén? Es la primera luz
que el libro nos revela, no se puede comprender al movimiento cristiano, sin entender antes como el mundo helénico alumbró y enriqueció al judaísmo y las culturas antiguas que precedieron al nacimiento del maestro judío que fue Jesús.
No es gratuito que este libro le haya valido a su autor el premio Cundill de Historia, el más importante del mundo, y que hayan dicho de él que es “un triunfo absoluto, un hito en su campo, asombroso por lo que cubre, una lectura apasionante (The Guardian), o que “este libro es un hito en su campo, asombroso en su alcance, de lectura compulsiva, lleno de hallazgos para el profesional más escéptico y fascinante para el lector común” (Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury), entre otros halagos que llevan a pensar que se ha trazado un antes y un después en la historiografía cristiana.
A lo largo del libro acompaña una idea central que divide la prédica cristiana entre las enseñanzas bíblicas que se desprenden del libro y la tradición católica, y cómo en ambas en algunas ocasiones los hechos relatados no se ajustan a la verdad histórica.
UN PESEBRE EN BELÉN INEXISTENTE


Por ejemplo, la imagen que expone de Jesús difiera bastante de la arraigada en el mundo cristiano y más lejos aún está de las que proyecta las películas Hollywoodense, tan habituales en los días de Semana Santa. En la segunda parte del libro “Un mesías crucificado”, MacCulloch derriba primero la tradicional idea de que Jesús nació en un pesebre en Belén.
Solo dos de los evangelios, el de Mateo y el de Lucas, narran que el nacimiento de Jesús se produjo en Belén. En el evangelio de Lucas se afirma que los padres de Jesús viajaron desde la aldea galilea de Nazaret (todos los evangelios coinciden en que Jesús era procedente de Galilea) hasta Belén porque debían cumplir con los requisitos de “residencia impuestos por la confección de un censo imperial romano realizado con fines fiscales” (por ser él de la casa y familia de David).
MacCulloch afirma que es inverosímil que las autoridades romanas hubieran realizado un censo en un reino “subsidiario como el de Herodes” y que no hay registro histórico de aquel censo. “La historia parece encerrar cierta confusión con un censo imperial romano bien documentado que sí se realizó en el año 6 n.e (de nuestra era)".
“Lo que hace surgir la sospecha de que alguien que escribió sobre ello mucho tiempo más tarde (y bastante confuso sobre la cronología de aquella época) fue displicente en exceso con la historia del nacimiento de Jesús por razones completamente ajenas al interés por describir los hechos tal como ocurrieron”.
MacCulloch se sitúa en el contexto y explica que en los primeros tiempos del movimiento cristiano, bastante sectario en realidad, se buscaba intensamente legitimar la figura de Jesús como el Mesías. Y como se le objetaba ese título al no haber cumplido con la profecía de Miqueas quien había augurado que el Ungido de los judíos, el Mesías, nacería en Belén de Judea, se acomodaron los hechos.
Conviene recordar que los evangelios se escribieron cincuenta años después de la muerte de Jesús (Mateo, Lucas y Marcos, los evangelios sinópticos) y alrededor de cien años después (el de Juan) no es casualidad de que estos difieran en varios puntos, y que sea la versión de Juan, es decir la última, la que termine por erguir la figura de Jesús como el hijo de Dios.

Otro relato que tiene que ver más con la tradición en este caso que con lo escrito en la Biblia, es la supuesta virginidad perpetua de María. En el texto bíblico existen diversas referencias a los hermanos y hermanas biológicos de Jesús, que “sin duda no fueron concebidos por el Espíritu Santo”. Esta idea de la virginidad perpetua de María parte de una confusión en la traducción que aparece en la Septuaginta (traducción de los textos sagrados judíos del arameo y hebreo al griego).
“Este entramado de preocupaciones por la virginidad de María gira en torno a una cita de Mateo de una versión griega de las palabras del profeta Isaías en la Septuaginta: “Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel”. En el hebrero original el profeta hablaba solo que “una doncella” iba a concebir y alumbrar un hijo. En todo caso, históricamente a la muerte de Jesús, su hermano Santiago tomó la posta del movimiento cristiano de Jerusalén hasta ser ejecutado por obra del Sumo Sacerdote de Jerusalén.
           Jesús, ¿hijo de dios?

Igual de interesante es apreciar el retrato de Jesús que construye MacCulloch. El historiador señala que se puede conocer fehacientemente la enseñanza del maestro judío apelando a la sustancial bibliografía que se ha empeñado en escrudiñar el magisterio de Jesús. Lo primero que señala es que no existe una gran novedad en el discurso de Jesús respecto al de otros maestros ambulantes de la época, pero justamente fuera esto “las ideas que compartía con sus coetáneos y predecesores lo más relevante para la época y lo que le reportara más atención por su familiaridad”.
En cuanto a las enseñanzas como: “Lo imposible para los hombres, es posible para Dios” o “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres hacédselo también vosotros a ellos” son tópicos de la filosofía antigua. Dos innovaciones en la forma de predicar caracterizan el legado de Jesús. El llamar a Dios Abba, palabra aramea que equivale a Papá, que no figura en ningún texto judío antiguo y la utilización de parábolas para trasmitir sus enseñanzas, forma que causó tanto impacto en la comunidad judía que tras la muerte de Jesús fue adoptada para enseñar por los maestros judíos. “Otra peculiaridad es la utilización frecuente y, al parecer, sin precedentes que hace Jesús de la exclamación enfática hebrea y aramea “¡Amén!” justo antes de realizar una declaración solemne.
¿Se arrogaba Jesús algún título? Responde MacCulloch: “No hay evidencia positiva de que en la época de Jesús alguien hubiera concedido rango especial al título de “Hijo del hombre”, de hecho, en los Evangelios no hay demasiadas pruebas de que Jesús se arrogara ningún título, con independencia de cómo le llamaran los demás. Más bien, “Hijo del hombre” puede ser un reflejo en griego de una expresión aramea (la lengua cotidiana de Jesús) que significa “alguien como yo”. Conviene recordar que en los evangelios sinópticos (los más antiguos) Jesús autodenominaba el Hijo del hombre.
Un hecho que caracterizaba a Jesús es su comportamiento irreverente frente a la autoridad judía e incluso romana, pues pieza clave en sus parábolas era “la inminencia del reino venidero”. Queda demostrado en el “Padre Nuestro” que enseñó a sus discípulas en el que suplican “venga a nosotros tu reino”.
Jesús hablaba de sí mismo con “una ironía y una ambigüedad calculadas” y exhibía un “fino sentido del humor” que se manifestaba en algunas enseñanzas. Hacía “reír a la masas”. “Las impresionaba o las excitaba con comentarios irreverentes sobre la autoridad”, de ese modo “caricaturizó” a los maestros religiosos rivales diciendo “Coláis el mosquito y os tragáis el camello”.
El historiador refiere que Jesús se mostraba a veces displicente y caprichoso con la Ley Judía, actitud que luego ha puesto a los cristianos en una situación de incongruencia porque no concilian hasta qué punto imitarle. La respuesta de esta actitud de Jesús quizá resida, afirma MacCulloch, en que a él le importaba poco este mundo pues creía en ese mundo nuevo que estaba por llegar y que traería una ley nueva.
           JUDÍOS SÍ, ROMANOS NO. JESÚS: UNA AMENAZA POLÍTICA


Los judíos son los malos. Así lo exhiben las películas de hollywoodenses, y sin duda respaldan la intención de los primeros cristianos, pero ¿fueron realmente los judíos los malos de la película? Está claro que quienes mataron a Jesús fueron los romanos, por “mucho que la clase dirigente del Templo, enfurecida y temerosa por la naturaleza de su predicación, les hubiera inducido a hacerlo”.
MacCulloch afirma con claridad que las prédicas de Jesús no eran más insurrectas o escandalosas que la de otros representantes del judaísmo, pero para “la frágil estabilidad de la región no representaba una amenaza teológica, sino política. Los no judíos mataron a un dirigente judío potencial, igual que hacía mucho habían matado a los héroes macabeos”.
Entonces, ¿por qué se empeñan las escrituras en mostrarnos a los judíos como los responsables de la muerte de Jesús? La respuesta también encierra un fin político. Casi ningún cristiano quería ser enemigo del Imperio Romano, y por tanto minimizaron el papel de Roma en la historia. “De modo que la Pasión desplazó la culpa sobre las autoridades judías y presentó al dignatario local de la autoridad romana, un soldado tosco llamado Poncio Pilatos, como a alguien inquisitivo y atribulado que interroga a ese prisionero sedicioso que comparece ante él como si Jesús fuera un igual al que hace todo lo posible por salvar del atolladero”.


La bisagra que le permitió al cristianismo dejar de ser un culto de Oriente semítico a pasar a formar parte de las civilizaciones griegas y latinas que luego interpretarían y decidirían el modo de referir la historia de Cristo fue Saulo de Tarso o el apóstol Pablo, un judío fariseo, cuya lengua materna era el griego coloquial. Él mismo se autodenominó el “Apóstol de los Gentiles”, aunque más probablemente predicará a los conversos a la fe judía y en los templos judíos fuera del territorio de Judea.
Lo curioso es que Pablo “casi nunca recogió lo que Jesús enseñó en realidad”. Una de las pocas cosas en las que Jesús se mostró inflexible fue en prohibir la ruptura del matrimonio, Pablo la permitía en caso de adulterio. Además, Pablo amante de la ley, solía recurrir mucho más al Tanak, libro sagrado judío, que a las enseñanzas de Jesús a quien no conoció en persona y cuyas enseñas si le llegó a conocer fue a través de los primeros apóstoles y no las empleó.
Él y no Pedro moldeó las bases de la Iglesia con predicas como la obediencia o la “rectificación” de los pecados en Cristo. Introdujo el concepto de Espíritu Santo, una figura judía, ausente en las enseñanzas de Jesús. Pablo utilizó por primera vez el concepto de iglesia como templo y como comunidad unidos “en Cristo” por el bautismo.
Con los siglos, la Iglesia Católica modeló un propio perfil institucional, pero las bases que sentó Saulo de Tarso o el Apóstol Pablo son la piedra angular, por encima incluso de las enseñanzas de Jesús.