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31 ene 2015

SOY UN HIJO DEL PAN POPULAR

SOY UN HIJO DE... DEL PAN POPULAR

 Fui adolescente durante el primer gobierno de Alan García. Sí, soy de los que creció alimentándose con leche ENCI y pan popular. Y, aunque hoy me cueste admitirlo, a veces extraño ese pan de escaso peso, pinta barraconera y horrendo sabor. Alan García llegó con pinta, juventud y demagogia al poder. Al inicio, sus desbordes de entusiasmo eran atribuidos a su juventud. Luego, dicen, a la falta
de algunos calmantes. No me consta que tome litio, pero a los peruanos sí nos consta que cuerdo no es. Este señor, aún no entrado en carnes pero sí en ego, quiso dárselas de estadista y hundió al país. Manejó como quiso al Perú y arruinó su economía. No me voy a poner a discutir si estuvo bien que quisiera estatizar la banca, que creara el dólar MUC, que no quisiera pagar la deuda externa y que pusiera nuestras fantasmales reservas en el BCCI. Mejor veamos los resultados de sus decisiones. Al hacerlo -récords mundiales de inflación, miedo y violencia, Sendero a punto de tomar el poder y los peruanos comiendo puritas verduras con fideo y arroz (cuando se conseguía)- no nos queda sino decir que, durante su gobierno, el país estaba hecho mierda... y toditito por su culpa. Y como los alimentos escaseaban y se especulaban, una de sus grandes decisiones de ¿estadista? fue crear los Mercados del Pueblo, pequeños supermercados donde, con suerte, mucha paciencia y si te levantabas a las 4 de la mañana, los peruanos podíamos conseguir dos bolsas de leche ENCI en polvo, un kilo de arroz, medio kilo de azúcar rubia y un cuarto de aceite Capri. Y eso alcanzaba a las justas para dos. Si tu familia era más grande estabas jodido, tenías que levantar hasta la abuelita, subirla en su silla de ruedas y meterla a la cola, para que con lo que tú, tu vieja, tus hermanos y la nona comprasen, pudiesen comer -y hasta las huevas- ese día. Eso sí, olvídense de las colas preferenciales. En épocas de 'García Uno' (que es distinto a García I, hay que tener cuidado con los términos que usemos porque el ego de este pata es tan colosal que puede creerse el rey de una nueva dinastía peruviana) hasta las abuelas con suero en la vena tenían que hacer su cola, porque cuando hay hambre hasta las 'buenas costumbres' desaparecen. ¿Y qué podía uno preparar con leche ENCI y pan popular? Si tu familia aún no era recontrapobre, es probable que tuvieses en la despensa un poquito de cocoa Winter, esa que promocionaba el payaso de Gastón Du Postre, un francés que cocinaba tan mal como hablaba el castellano. Había que ser muy cuidadoso con las porciones de cocoa, porque un pote debía durar un año. Felizmente, la intensidad de la azúcar rubia ayudaba: uno metía una cucharadita y su gránulos estaban tan mal procesados y quemados (es decir, marrones) que al toque 'pintaban' la leche ENCI, leche que, para ser sinceros, muy blanca no era. Eran tiempos turbios para el Perú, todo estaba sucio, desde sus alimentos hasta sus políticos. Con ENCI, hasta el arroz con leche era un plato que perdía su magia y su gusto. ¿Alguna vez prepararon un rico postre usando la leche que nos chantó el aprismo? Y cómo hacer del pan popular algo comible. En mi casa mermelada no había, ¿jamón? ni en nuestros cuerpos. Lo que sí había era mantequilla. Felizmente mi familia era cajamarquina y, aunque las vacas ya no daban leche como antes, todavía quedaba un poquito de nata para hacer mantequilla. Mi abuela la preparaba con su receta ancestral -batido lento, alguna especia y un toque de sal extra para darle un punche de sabor- y nos enviaba cada mes un paquetito a Lima. Solo así era soportable el feo pan popular. Lamentablemente, había que cuidar la mantequilla y esta, más que por su presencia, era notoria por su ausencia, porque mi madre no le ponía una capa a mi pan sino, y con las justas, una lengüita, una capa tan delgada que hacía más evidente la crisis que vivíamos, una donde los alimentos, por ser tan magros, no te alegraban sino te entristecían. Obviamente, con tanta crisis y con tantas verduras (y con tan mal pan y leche), los peruanos enflacamos. Es más, redujimos nuestras comidas de cuatro a tres. ¿Sí o no que hasta antes de García Uno, los nacidos en el antiguo Tahuantinsuyo desayunábamos, almorzábamos, tomábamos lonche y, además, cenábamos, es decir, pasábamos por la cocina cuatro veces al día? Bueno, el lonche -purito pan popular con té por culpa del ególatra aprista- reemplazó a la cena, ese festín donde antaño se comía tan rico -y a veces mejor- que en el almuerzo. Y un lonche tan falto de proteínas nos alejó hasta de nuestros amigos y, obviamente, nos hizo más tristes y torpes, porque una buena comida convoca a la amistad, a las grandes charlas y aviva las neuronas. El lonche se volvió como un rapidín, esa escena amatoria que gusta pero nunca satisface. Y mientras nosotros no comíamos, perdíamos a nuestros amigos, nos entristecíamos y enflacábamos, ¿qué pasaba con Alan García? Que yo sepa, nunca enflacó, es más, sospecho que hasta engordó. Es que en Palacio de Gobierno no compraban, como hacíamos todos los peruanos, el té que más pintaba, el más potente, nunca el más rico, porque esa bolsita filtrante debía 'colorear', por lo menos ocho tacitas, y tener dos funciones dos: desayuno y lonche. Y así, durante casi cinco años, los peruanos nos alimentamos de arroz a granel -si te tocaba uno de grano entero y que hinchase debías hincar tus rodillas y darle gracias a Dios, al de verdad, no al de Palacio-, de leche ENCI (solo tomaban leche Gloria los apristas, los empleados del PAID y los millonarios), de fideos Nicolini, de té con extracolor (y cero sabor) y de las verduras que, por ser muy baratas, siempre estaban en nuestras mesa. Y las verduras eran baratas por la explotación que sufrían nuestros campesinos, quienes estaban obligados a vender barato o se morían, como los demás, de hambre, solo que en ellos se nota un poquito más la desnutrición pero nos enteramos un poquito menos porque prensa no tienen. Y, lo peor, su situación sigue igualita. Pero, repito, de todos los anémicos productos que durante los 80 comimos, el que mejor refleja la crisis que padecimos por culpa de García Uno, es el pan popular. Y vaya que la chuntó. Si el aprista quería representar al espíritu, la idiosincrasia y el rostro del Perú de aquellos años, nada más preciso que el pan popular: chiquito, desabrido, marroncito, peso pluma y muy barato. Los había de papa y de camote, de trigo y de cebada, y su precio -pero no su calidad- estaba controlado. Y tan feo era que, hasta en momentos de apremio y hambre, uno prefería llenarse el estómago con agua. Y aunque su precio estuviese controlado, lo que estaba sin control -además de la personalidad de García- era la inflación. Así, a las 6 de la mañana uno iba por su pan popular y con 10 millones de intis compraba diez insípidas piezas; a las cinco de la tarde, cuando uno volvía por la ración vespertina, pues el lonche había sustituido a la cena, con los diez millones de intis se conseguían, y con suerte, dos panes. En once horas los precios se habían quintuplicado, pero no los sueldos. Mal alimentados y con la estima por el subsuelo, a los peruanos no les quedó otra alternativa que huir del vegetariano reino de García Uno y comprobar si era verdad que en el extranjero la carne existía y que se servía hasta en porciones de 750 gramos (acá, el pan popular llegaba a las justas y, con supervisor estatal metiendo el pan al horno, a los 45 gramos). Pero algunos resistimos con estoicismo -porque la plata no nos alcanzaba ni para el pasaje a Argentina- y nos quedamos a sacar adelante a este país, a recuperarlo de García Uno y de Fujimori. Por eso, cuando alguien se queja de los macondianos problemas que a veces nos toca vivir -las colas, los trámites absurdos, las pistas rotas, el tráfico y la violencia, la delincuencia, etc.- y me dice que este es un país hecho 'a la peruana', al toque lo corrijo. No señor, este es un país hecho al purito estilo 'pan popular'. Pero, felizmente, ese pan ya no está más en nuestras dietas y, aunque a veces lo añore -porque uno siempre tiene un grado de estupidez en el cuerpo, sobre todo si vivió una adolescencia llena de leche ENCI y pan popular-, hay 'sueños' que uno no quiere que se conviertan -otra vez- en pesadillesca y muy aprista realidad. Porque a mí me gusta mucho lo popular -la música, el arte, la cultura-, pero, por favor, que no venga convertido en pan.

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