*El gobierno de la gran corrupción*
Si el gobierno de Ollanta
Humala todavía sigue en pie es porque el Perú ya se ha adaptado al hedor
de la corrupción en el poder a toda escala durante los últimos diez
años. Parece una cosa natural en la política peruana desde que los
partidos fueron reemplazados por simples aventureros y trepadores de
baja estofa, solventados por la billetera de mafiosos que los rodean
como asesores durante las campañas. Esa es la
génesis de las mafias que
luego acaban operando en el Estado bajo la venia y complicidad del
gobernante que los mantiene en su entorno íntimo.
La cruda
realidad es que la corrupción política ha crecido en el Perú al punto de
convertirse en el principal peligro para el Estado de derecho. Hoy ya
no tenemos el terrorismo ni la inflación como amenazas. En su lugar está
la corrupción, tanto en el gobierno central como en las regiones y
municipios. Pero la corrupción no viene sola. Junto a la corrupción está
el otro problema no menos grave que es la absoluta miseria intelectual
del gobernante. Es la gente más bestia que jamás se haya visto ni
imaginado en la gestión pública. La pobreza de su discurso así como sus
modales los delatan. No tienen ideas y se limitan a los tradicionales
clichés sobre la pobreza, la desigualdad y el antifujimorismo. Tampoco
tienen reparo en insultar al adversario. Alardean de su poder
pavoneándose en un estrado.
Mientras que el gobierno se hunde en
la miasma de la corrupción con el escándalo de las agendas de Nadine y
las fechorías de su operador político Martín Belaúnde Lossio y toda una
gran red de mafiosos conectados con Ollanta Humala y Nadine Heredia, a
lo único que atinan es a insultar al fujimorismo y al aprismo como si
eso los hiciera santos. Ya es penoso y hasta ridículo escuchar al
humalismo invocando a los años 90 cada vez que quieren zafar el cuerpo o
restar autoridad al fujimorismo para investigarlos. Es una treta tan
infantil que solo la desesperación puede justificarlo, para no mencionar
otras limitaciones.
Hay una gran diferencia entre la corrupción
que vimos a fines de los 90 y la que se ventila en estos días. Durante
los últimos años del fujimorismo la corrupción era de índole política.
Se compraban medios, periodistas y congresistas para mantener y
controlar el poder. Lo que vemos hoy, en cambio, es una corrupción de
carterista, de vulgar ladrón que solo busca medrar en el poder para
llenarse los bolsillos. Es un gobierno que le abre las puertas del
Estado a una plaga de ratas que corretean por todos los espacios
devorando lo que encuentran a su paso. Los gobiernos comparten el poder
con asesores y amigos palaciegos que más tarde aparecerán justificando
los sueldos de la primera dama y las cuentas del presidente. Si es que
ya no tienen los cajones de la cómoda repletos de dólares, como acabamos
de ver en Chiclayo. Y eso no sería nada raro.
La corrupción y la
incapacidad que hoy nos golpea desde el poder no tienen ningún parangón
en toda la historia de la política nacional. Ministros como Cateriano,
Perez Guadalupe o Segura, no pasan de ser más que meros cortesanos del
poder no han hecho más que llevarnos de caída en todos los sectores. La
inversión minera se ha paralizado hace dos años, una gran empresa minera
acaba de dejar el país, ya no hay exploración petrolera, el crecimiento
está detenido mientras nos siguen meciendo con el estúpido rollo de la
inclusión social y el aumento del presupuesto cuando ni siquiera saben
gastar. Ahora ya no se puede dar seguridad ni a si mismos y Perez
Guadalupe está invocando una serie de ridículos argumentos para
justificarse. En realidad está faltando a sus funciones y ya deberían
denunciarlo.
Ningún gobierno puede evitar que durante su gestión
aparezcan avivatos haciendo negocios por lo bajo y que en algún nivel de
la administración pública surjan escándalos de corrupción, pero de allí
a que la misma pareja presidencial y su entorno más íntimo sean los
implicados ya es otra cosa. Decir que fueron amigos pero que ahora no lo
conocen es ridículo. Nos quieren contar el cuento de que Martín
Belaunde, López Meneses, Rivera Ydrogo y otros mafiosos, los apoyaron
durante dos campañas electorales donando hartas sumas de dinero y que,
luego de llegar al poder, se fueron calladitos y dejaron de verse. Sin
embargo, existen reportes de visitas a Palacio y al Congreso, así como
diversos testimonios que desacreditan la versión oficial de Ollanta y
Nadine.
Por mucho menos de lo que ya hemos visto acá han rodado
cabezas de gobernantes en otros países como Italia o Japón. Si esta
parejita se sostiene es porque, como ya dije, la población esta
acojudada y se ha acostumbrado al hedor y porque el sector del
progresismo y la caviarada andan mirando al cielo. Los indignados que
antes salían a lavar banderas, hacer vigilias, marchitas contra el
fujimorismo y a arrojar basura en la casa de Matha Chávez, entre otras
exhibiciones de histeria activista progre, hoy se hacen los dementes,
andan más ocupados fumando el opio del ambientalismo climático. No nos
debe extrañar. La doble moral del progresismo es parte de la debacle
nacional y de la decadencia política.
No sería mala idea que
Ollanta adelantara las elecciones para evitarle al país tanta
inestabilidad y desgobierno. El deterioro de la imagen presidencial
puede resultar muy peligroso pues el descontento irá en aumento. Que se
vayan de una vez por las buenas.
Escribe: Dante Bobadilla Ramírez
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