Perdidos en la Selva
El 13 de febrero el helicóptero Mi–8T EP 547 fue derribado por la artillería ecuatoriana en la densa selva del Cenepa y desde esa fecha los tripulantes de la nave vivieron once días de infierno en medio de la jungla. Lucharon con todas sus fuerzas por sobrevivir, pero a consecuencia de sus heridas perdieron la vida cuatro miembros del Ejército: el My Inf Gustavo escudero Otero, piloto, Tte Ing Eduardo Gutiérrez Rondón, copiloto; SO2 Manuel González Durand, ingeniero de vuelo y el Cap Pedro Díaz Huamán del Servicio de Material de Guerra. Sólo sobrevivieron el SO1 José Mosquera Soto, radio operador y el Tco 3° Pedro Pasapera Choque. De este episodio heroico, la revista Actualidad Militar del Ejército ha recogido el testimonio del SO1 José Mosquera, quien fue la última persona que vio con vida al My Ecudero al Tte Gutiérrez.
“Aquel lunes fatal teníamos que transportar abastecimientos, partimos a la una y cuarto de Ciro Alegría para llegar en treinta minutos al PV–1.
“Era una misión más que cumplíamos, viajábamos en un helicóptero Mi–8 en misión de abastecimiento, pues nuestras tropas no podían detenerse. Estábamos todos alertas, el silencio era casi total mientras volábamos bajo, bordeando los cerros y a pocos metros de los árboles.
“Aparentemente todo iba bien, había buena visibilidad, pero de un momento a otro sentimos unas ráfagas de ametralladora antiaérea (ta–ta–ta … ta–ta …). ¡Cuidado! ... ¡Guarda, guarda!
“La parte posterior de la aeronave fue afectada y perdimos equilibrio, las hélices impactaron en uno de los árboles y fuimos rodando hasta que se detuvo sobre la copa de los mismos, quedando la máquina de cabeza. Todo fue rápido y repentino y en cuestión de segundos estábamos en el suelo. Yo no perdí el conocimiento en ningún momento, sólo sentí el impacto, vi que el tanque de combustible estaba en el piso, y me tiré como pude hacia afuera por la ventana del helicóptero. Mi mayor preocupación era que la máquina en cualquier momento iba a estallar, pues al estar encendido el motor hay movimiento de combustible y energía eléctrica; además el material que llevábamos era altamente peligroso.
“Al salir de la nave me fijé que el técnico Pasapera tenía las piernas atrapadas debajo de los motores. ¡Chato, ayúdame!, ¡esto va a explotar cuñao! Me dijo; yo desesperado lo cogí de los brazos y lo jalé. Luego lo ayudé a bajar del helicóptero y en esos momentos escuché la voz del suboficial Gonzalez (“Cacharrón”), … ¡Ayúdenme, ayúdenme! … Lo buscaba pero no lograba verlo, moví las ramas que cubrían parte del helicóptero y entonces vi la planta de su borceguí, lo jalé pero su pierna estaba atascada; otra vez lo jalé con fuerza. ¡Cara de bebe me vas a romper la pierna! … ¡Pero que … yo te saco! Estaba en duda, el tiempo apremiaba y debía salir de allí.
“Por una de las ventanas ya estaba saliendo humo y por el otro lado una lengua de fuego anunciaba que pronto iba a explotar. El sentía que se quemaba, lo que me dio más coraje y de un tirón lo saqué. Ambos corrimos antes que explosione. Tenía la cara ensangrentada, estaba bañado en combustible y mientras nos alejábamos escuchamos que explotaban las municiones, una tras otra. A los diez minutos escuchamos la explosión de la nave. De allí nos alejamos todos pensando y a paso lento hasta las 5 pm, en que decidimos buscar un lugar para dormir. El Mayor tenía una herida en la frente y en la mejilla; el Teniente Gutiérrez en el brazo; Gonzalez estaba muy golpeado: los glúteos y la cintura los tenía ampollados, producto de las quemaduras que sufrió; el Capitán Díaz estaba igual; sin embargo, Pasapera y yo casi no tenámos nada, apenas unos rasguños y pequeñas heridas; pero aún así no pudimos librarnos de los gusanos.
“Esa tarde vimos sobrevolar un helicóptero pero por más que gritamos no nos escucharon y en esos momentos deseábamos tener una pistola, una bengala o fuego, pero no teníamos nada.
“En la noche tratamos de descansar cerca del riachuelo. Debo estar soñando, no podía creer lo que nos estaba pasando. Yo he visto miles de películas similares a la historia que estaba viviendo, pero esta vez nosotros éramos los protagonistas.
“El cielo estaba despejado y aunque había luna, se veía todo oscuro; a los lejos vi unas luces que descendían de los cerros. ¡Son linternas, cuñao! ¡nos están buscando! Me puse a gritar, pero me dijeron: ¡cállate!, pueden ser los ecuatorianos, era la voz de Pasapera; después de media hora me di cuenta que eran luciérnagas.
“Al día siguiente el Mayor Escudero decidió buscar la nave con la esperanza de encontrar algo que nos pudiera servir para hacer señales. Gonzalez y yo íbamos adelante pero nunca encontramos el camino, estábamos desorientados sin saber a donde ir; nuestros compañeros por sus heridas se fueron retrasando quedándose en el camino, nosotros pasamos la noche en la grieta de uno de los cerros. El fango nos llegaba a las rodillas. No había que comer y sólo el último día hallé pacaes.
“Al no encontrar el helicóptero, decidimos regresar para reunirnos con todos nuestros compañeros, nuestras heridas no cicatrizaban, mientras que las moscas se aprovechaban de ello. Las heridas de Gonzalez, del Capitán y del Mayor eran las más graves.
“Así por varios días seguimos caminando con la esperanza de encontrar algún poblado o algún nativo, pero no encontramos a nadie; sin embargo, todos los días veíamos que pasaban helicópteros, probablemente del Ecuador, y nosotros no pudimos hacer señales. Durante la noche llovía a cántaros, las enormes hormigas no nos dejaban descansar y nuestras heridas cada día empeoraban más, por causa de aquellas moscas, que habían puesto sus huevos en ellas; cuando intentábamos sacarlos, comprobamos que nos causábamos más dolor.
“Recuerdo que una noche construimos nuestro tambo cerca del río y en la madrugada no sólo llovió sino que el río aumentó su caudal inundando la precaria choza; aquella vez amanecimos empapados.
“Los días pasaban y las esperanzas de encontrar a alguién en ese solitario espacio inhóspito y agresivo las estábamos perdiendo, ya nada era importante, ni nuestros vacíos estómagos, ni nuestras mojadas ropas, ni las hormigas, ni los zancudos; sólo deseábamos con todas nuestras fuerzas o con lo poco que nos quedaba de ellas, escapar de allí; yo como nunca me aferré a la foto de mi madre.
“Gonzalez, el Capitán Díaz y Pasapera se quedarón atrás, mientras que el Mayor Escudero, el Teniente Gutiérrez y yo nos adelantamos y así sin darnos cuenta, poco a poco nos fuimos separando; era una carrera contra la muerte.
“En el décimo día nuestras fuerzas se estaban agotando, el Mayor Escudero nos ordenó al Teniente Gutiérrez y a mí continuar en busca de ayuda, el Teniente iba adelante y yo le seguía. Que alegría sentí cuando vi un tambo construido por algún nativo, estaba calientito, había una malla de pescar y una tarima.
“Al amanecer continué caminando siguiendo las huellas dejadas por el Teniente Gutiérrez, lo alcancé y me di cuenta que él tenía alucinaciones, imaginaba que ya habían venido a rescatarnos, o peor aún, me proponía un partido de fulbito; nuevamente volvió a la realidad y continuamos caminando, me adelanté y llegué hasta una zona donde los rayos del Sol cubrían la superficie, como si aún hubiera alguna esperanza, y así fue: un helicóptero pasó muy bajito, como pude le revelé mi presencia y al fin, gracias a Dios, nos rescataron, poniendo fin a la odisea.
“El Mayor Escudero y el Teniente Gutiérrez murieron por la gravedad de las heridas que sufrieron; Gonzalez y el Capitán Pedro Díaz al parecer tuvieron el mismo heroico final, pero no han sido localizados aún; solo el técnico Pedro Pasapera y yo sobrevivimos.
“Hasta hoy tengo pesadillas de aquellos once días en que caminé del brazo con la muerte”.
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