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La tormenta se anunciaba con un estado de exaltación semejante al
aura que precede a las migrañas. La atmósfera se oscurecía en pleno
mediodía, como si Dios hubiera cerrado los ojos, y se levantaba un aire
extraño, de tonalidades psíquicas, productor de una euforia gratuita.
Cada grieta de la pared