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21 abr 2012

EL IDIOTA LATINOAMERICANO VIVE


El típico idiota latinoamericano vive
El típico idiota latinoamericano quedó inmortalizado por Alvaro Vargas Llosa, Plinio Apuleyo y Carlos Alberto Montaner en su librito “El típico idiota latinoamericano“. Allí caricaturizaban a ese clásico personaje que reniega del mundo y detesta lo que llama “el sistema”, que cree que el mundo está manejado
por una malvada mafia, por unos poderes ocultos que mueven los hilos de la historia interesados en que los pobres sean pobres y que nosotros seamos subdesarrollados, vive convencido de que “el sistema capitalista” es un juego de monopolio diseñado perversamente para que “ellos” ganen y nosotros perdamos. En suma, el típico idiota es un acomplejado que cree que la suerte de nuestros países depende exclusivamente de los designios de EEUU y del “sistema” que han montado para dominar el mundo.
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El típico idiota es un fabulador consumado que al ser incapaz de entender correctamente la realidad, simplemente la caricaturiza, la simplifica y la acomoda a su entender. En consecuencia, las emprende contra todo lo que es propio de ese mundo fabulado. Incluso está muy dispuesto a volar todo en mil pedazos, literalmente, con todo y gente. En medio de su estupidez cree que el mejor camino para arreglar el mundo es destruirlo para construir el paraíso socialista desde la nada, lo cual incluye un “nuevo hombre” que será educado desde su niñez con el catecismo del idiotismo socialista. Bueno, todo esto fue la versión mayoritaria del típico idiota latinoamericano en el siglo pasado. Hoy tenemos una versión más ligera, menos genocida, incluyendo algunos “vegetarianos”, y todos parecen estar algo más alejados del apocalipsis revolucionario, son menos tanáticos y venenosos, pero no menos idiotas. Eso sí.
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Luego de la debacle universal del socialismo en la última década del siglo pasado, muchos tuvieron que esconder a Marx en el baúl pero se quedaron con el cerebro enajenado. Los típicos idiotas latinoamericanos del siglo pasado han resucitado de la tumba y, luego de renovar ligeramente su discurso, han emprendido nuevamente su lucha por las mismas quimeras del pasado. Todavía creen que la pobreza es culpa de los ricos, que el capitalismo es un sistema nefasto que debe ser liquidado para dar paso a un “nuevo sistema económico mundial” en el que ya no haya mercado. El idiota no cae en cuenta de que no existe un sistema económico sin mercado y que no hay ningún poder capaz de controlar el mercado. Pero todo idiota cree firmemente que el Estado tiene ese poder.
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Los nuevos idiotas del siglo XXI han dejado de mentar el marxismo y apenas mencionan el socialismo pero “del siglo XXI” que en el fondo sigue siendo lo mismo. Ya no están interesados en reventar el mundo a balazos mediante genocidios masivos, ahora intentan modificarlo pero siempre con la consigna de construir el paraíso socialista, donde no hay ni ricos ni pobres, y donde la vida transcurre en medio de una bucólica mediocridad, donde una sociedad parásita alimentada por el Estado vive cual hormigas igualitarias al servicio del régimen y del tirano de turno.
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El típico idiota latinoamericano del siglo XXI apenas habla de socialismo. Hay que ser un idiota mayor como Hugo Chávez para seguir haciéndolo, pero incluso este se refiere a un neo socialismo llamado “del siglo XXI”, donde Marx ya no tiene cabida. Ha sido reemplazado por Bolívar. El idiota moderno ya no se circunscribe a la acción saboteadora y subversiva, ni a las guerrilla, ni al terrorismo. Ahora respeta el modelo democrático, al menos en sus formas electorales, aunque sus modales siguen siendo dictatoriales y totalitarios.
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Cuando el típico idiota latinoamericano llega al poder todavía aspira a ser el matón del barrio. No ha dejado de detestar la libertad de prensa, y sigue acusando a los medios de estar al servicio de los intereses económicos. Porque, claro, el clásico idiota sigue pensando que el interés por la economía es un pecado mortal y no hay peor insulto que el de estar al servicio de los intereses económicos. Para el típico idiota el único interés válido es el que se tiene por los pobres o por “los más necesitados” y por la “justicia social”, que identifican con la igualdad y algo misterioso que denominan “repartición equitativa de la riqueza”, que en los hechos no ha pasado de ser el asalto de las arcas fiscales con diversidad de escusas muy nobles.
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Esa es la línea mayor de la beatería política que profesan los típicos idiotas, y con la que han convertido a la política en una falsa ocupación de beneficencia pública. Todo buen idiota es un filántropo, pero lo es siempre a costa del dinero del Estado. La filantropía del idiota pasa invariablemente por las arcas fiscales y les tiene sin cuidado la cuestión económica porque, hay que recordarlo, el interés por la economía es un pecado. Todo el interés del idiota clásico empieza y termina en la repartición de la riqueza. Más allá nada.
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El típico idiota latinoamericano no ha dejado de ver al Estado como una gran vaca lechera a la que puede ordeñar de mil formas, empezando por incontables programas sociales y terminando por las consabidas subvenciones. Precisamente por eso el buen idiota latinoamericano es un perpetrador constante de los mayores disparates que pueden concebirse en la economía. No han aprendido nada del pasado. No hay idiota que no sea un estatista consumado. Todo buen idiota emplea el erario público cual tarjeta de crédito sin límite. Y cuando se encuentra con la cruda realidad de la falta de fondos, es porque ya ni siquiera quedan reservas en el Banco Central, debido a que este suele ser siempre la primera víctima del atraco socialista.
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Cuando al fin la situación generada por la errática y caprichosa política económica del buen idiota deriva en crisis, el idiota empieza a culpar a los mismos fantasmas de toda la vida: los poderes fácticos, los intereses económicos, los grupos de poder, los EEUU, la CIA, el FMI, etc.  A continuación el buen idiota no tiene ningún reparo en engullir cualquier empresa privada. En tal sentido, la ética “progresista” considera justo el despojo, o sea, el robo, para decirlo de manera simple y clara. El “robo progresista” asume el nombre de “nacionalización”. El buen idiota vive convencido de que esto difiere del robo que perpetran las bandas callejeras porque la realiza el Estado “en nombre del pueblo” y de la “justicia social”. El robo se encubre con una buena dosis de demagogia patriotera que hace delirar a todos los idiotas.
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La tradicional demagogia progre tiene su propio vocabulario, donde algunas palabras resuenan como campanas de libertad, por ejemplo “soberanía” y “solidaridad”. Y no nos olvidemos de la “dignidad”. El moderno idiota latinoamericano ignora que el mundo ya no es el mismo, y que esa clase de atracos y despojos “soberanos” ahora tienen consecuencias jurídicas internacionales. Si bien los idiotas no han cambiado, el mundo sí lo ha hecho, y esto ya lo debe haber aprendido Rafael Correa, por lo menos, quien ha hecho que su país enfrente numerosos juicios y embargos por sus bravuconadas socialistas.
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Pero además el típico idiota latinoamericano se caracteriza porque nunca aprende de la realidad. La experiencia de la historia no les sirve de nada. Peor aún, suele negar la realidad y fabularla, prefieren la doctrina. Por eso nunca aprende que las empresas en manos del Estado terminan siempre en fracaso. Las razones son muy simples: nadie es dueño de nada y a nadie le importa nada. Además las empresas públicas son el mejor escenario para la corrupción en todos los niveles, desde el obrero más básico hasta los amplios directorios. Y allí sí que no hay excepciones. Aunque el primero en estropear las empresas públicas suele ser el propio idiota en el poder, ya que les obliga a vender con precios artificialmente bajos para alimentar su perfil de benefactor de los pobres y ampliar su base electoral. Eso sin considerar que usan las empresas públicas para dar empleo indiscriminado debido a que la brillante economía idiotista o neo socialista suele deprimir el mercado laboral, gracias a benefactoras leyes que supuestamente favorecen a los trabajadores.
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Por ello las empresas públicas acaban superpobladas de trabajadores parásitos que son utilizados al mismo tiempo como bases partidarias de apoyo al tirano. Todo es un círculo vicioso de la incompetencia. Los países que gracias a la genialidad de algún idiota se han convertido en “paraísos neosocialistas” donde el Estado tiene el control de la economía con numerosas empresas públicas, son los mayores antros de corrupción de este planeta. No hace falta citar el clamoroso ejemplo de Venezuela, puesta al nivel de un país africano gobernado por caníbales uniformados. Los idiotas no acaban de entender que a mayor Estado mayor corrupción, a mayores controles mayor ineficiencia, a menor mercado mayor contrabando y fuga de divisas. Son pues idiotas, al fin y al cabo.
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Pero los discípulos de Chávez no han escatimado esfuerzos en alcanzar la grandeza bolivariana. Bolivia, Ecuador y ahora Argentina se han sumado con pasión a la insana tarea de desfalcar las arcas públicas con infinidad de programas sociales, subvenciones y empleos parásitos, dilapidar sus reservas, (incluso, en el caso argentino, defraudar a medio mundo ignorando su deuda externa)  para acabar finalmente atacando a las empresas privadas, nacionalizarlas y convertir al Estado en el regente absoluto de la economía, y en un esperpento burocrático repleto de ministerios con nombres rimbombantes.
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En el Perú no estamos libres de estos males. Tenemos también una amplia legión de idiotas, entre clásicos del pasado y modernos, pero cortados igualmente sobre el mismo molde de la estupidez socialista. Todos comulgan con esa misma beatería, y han convertido a la política en un concurso de ayuda a los más pobres. Hoy la política dominada por los progres es una especie de Teletón, una competencia de generación de programas sociales para ver quién es el más bueno de la película. Los idiotas andan empeñados en mostrar su altruismo como el signo positivo de su posición. Son los chicos buenos, dispuestos a repartir el dinero del Estado como Augusto Ferrando, desde un helicóptero sobre los barrios más pobres.
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Los típicos idiotas son víctimas de una ideología que no se sustenta en la praxis, es decir, en la realidad, pero están dispuestos a “morir por sus ideales”. Estos neo idiotas del siglo XXI no son muy diferentes que sus antepasados, pues siguen detestando al “sistema”, permanecen denigrando al empresario y atacando a la empresa privada, odiando a los EEUU, etc.; y no han dejado de vivir atormentados por sus viejos fantasmas: los poderes fácticos y los intereses económicos. Lo único nuevo es su  defensa del medio ambiente, que lo usan especialmente para detener los proyectos extractivos, hidroeléctricas y hasta carreteras. Paradójicamente los “progresistas” se han vuelto enemigos del progreso, y lo atacan llamándolo “desarrollismo”. En su confusión mental son incapaces de discernir adecuadamente las responsabilidades, y critican a las empresas por no invertir en las comunidades, y se muestran incapaces de condenar la ineptitud del Estado quien es el verdadero responsable de tales inversiones y receptor de los cuantiosos impuestos que las empresas pagan.
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En otro caso paradójico de idiotez mayor, los progres acusan a las grandes empresas de no pagar impuestos, ignorando adrede que son los que realizan los mayores aportes al fisco. Desde luego, el crecimiento notable que han experimentado nuestras reservas en los últimos diez años, y que ya superaron los 50 mil millones de dólares, no se debe a los ambulantes. Los progres son simplemente incapaces de reconocer el fracaso del Estado y, como todo buen idiota, solo saben culpar a la empresa privada.
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El moderno idiota sigue soñando con un mundo regido por un gran Estado benefactor, donde no exista el mercado nefasto, “donde todas las mercancías adquieren un valor mientras el ser humano se denigra” (Che), y aspiran a un mundo sin mercado, donde tan solo reine la buena voluntad de un noble tirano que los alimente con su mano bondadosa, mientras la sociedad sucumbe en la más asfixiante mediocridad y servilismo, alejada del mundo y dominada por un tirano o una vergonzosa dinastía.
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