Por: Carla Toche Casalino.
Aquí se aprecia lo lejano por ser lejano
Tzvetan Todorov.
Hablar del problema indígena, en el Perú, es también hablar, en
varios sentidos, sobre el problema de la pobreza ya que, para empezar,
ambos tipos de grupos han evidenciado en el transcurso de la historia,
una constante ausencia de legitimización de su identidad y condición
como peruanos y seres
humanos y, además, porque el acercamiento a ambos
ha sido, también de forma histórica, bajo miradas etnocéntricas con
objetivos civilizatorios.
Al respecto, hablando primero sobre lo que es el problema del
indígena, quisiera ubicar el contexto desde donde surgió el choque
cultural, religioso, social y económico que trastocó los sistemas y
estructuras desde los cuales las culturas en el Perú generaban y
mantenían su propia identidad. Para tal propósito quisiera recurrir a
Nathan Watchel (1976) ya que en “Los vencidos” el menciona cómo el
“traumatismo de la conquista” perduró incluso hasta el periodo de la
colonia a través del uso constante y sistemático de la violencia.
Así, entre los indígenas, se generó una fuerte incapacidad de poder
surgir de nuevo como Estado, dado los constantes y distintos tipos de
abusos físicos y psicológicos que sufrieron directa e indirectamente por
parte de los españoles. Esta incapacidad fue el resultado de la
imposición externa de una cultura y de sistemas e instituciones ajenos
al Estado Inca, “superponiendo dos sectores que se unían justamente a
través del lazo de la violencia y la dominación justificada por la
dimensión religiosa”. De esta manera, considero pertinente señalar cómo
los españoles justificaron su dominación violenta por aportar a los
indios lo que, según ellos, era la verdadera fe. Esto implicó el
absoluto rechazo que tuvieron los misioneros y españoles en general
hacia las prácticas rituales ancestrales que observaban los indígenas
como parte no solo de su formación espiritual sino, además, como parte
de su propia identidad con respecto a su ayllu, su comunidad y sus
ancestros. Es por esto que el proceso de evangelización y conversión de
las comunidades indígenas, significó, sobre todo, una agresión directa y
sistemática (tanto directamente agresivo, como lo fue todo el proceso
de la conquista y la colonia como también de manera pasiva por parte de
los misioneros y sus reducciones al asumir la incivilización del otro
como una misión paternalista al ser esta encargada por fuente divina
para extirpar idolatrías y civilizar los lados salvajes del indígena
proclamando el reino de Dios en la tierra). Esta nueva ideología cambió
no solo las formas de ritos en el mundo de los vivos sino también se
exigió cambiar los ritos en el mundo de los muertos observando el
entierro en cementerios consagrados como la práctica correcta.
“desesperados, desenterraban a los cadáveres por la noche para
transportarlos a sus antiguas sepulturas. A los sacerdotes jesuitas que
les preguntaban el motivo de obrar así, les respondían: << por
piedad, por conmiseración hacia nuestros muertos, a fin de que no se
vean fatigados por el peso de los terrones de tierra >>
Desde la conquista, la relación que se estableció con los indígenas
fue una trágica dicotomía que oscilaba entre la explotación por parte de
los conquistadores y el paternalismo por parte de los misioneros. Es en
este contexto que Roland Joffé desarrolla la trama de su película “La
Misión”. Esta dicotomía se hace explícita en el transcurso de la
película donde se observa cómo se desarrollan las aproximaciones hacia
el otro tanto de manera violenta como de manera positiva, en tanto que
el uso de la agresión física para someter al otro queda fuera del
contexto. Al respecto, se muestra cómo la Compañía de Jesús asume
positivamente la situación de diversidad cultural que genera una
relación dialéctica entre la sociedad que los guaraníes desarrollan de
manera particular según su propias necesidades y contexto natural y la
convivencia que se logra con respecto a la situación española que se
vale justo de esa diversidad para transferir sus símbolos religiosos
junto con los de la comunidad indígena y ejercer una suerte de dominio a
través de la hibridación y misticismo. En este nuevo contexto, donde se
trata de desarrollar pautas interculturales, se genera una abierta
intención de dialogo mostrando un proceso permanente de civilización
mutua y donde no hay intención de desestructurar al sistema guaraní,
sino complementarlo con nuevas visiones integradoras.
Personalmente, considero que la película, más allá de ser una
película y no un documental, da pautas interesantes con respecto a cómo
uno puede interpretar la frágil relación entre lo humano y lo salvaje
del propio ser consigo mismo y con su entorno y la relación mística que
se establece con Dios para invocar espacios de paz y respeto en la
tierra, evidenciando la incapacidad humana de hacerlo por sus propios
métodos y la necesidad que tiene este de recurrir a un aspecto abstracto
y lejano y la urgencia de materializarlo a través de las acciones
compasivas entre los seres humanos para transformarlo en algo palpable.
Recomendaría esta película para poder entender que cuando se hace
referencia a la relación entre lo humano y lo salvaje, no necesariamente
se hace referencia a las diferencias que se establece entre lo que se
denomina civilizado y no civilizado y que, aunque según Tzvetan Todorov
(1991), Claude Levi Strauss renuncia a lo que son las “formas
universales de la moralidad”, dado que cada una de las sociedades han
hecho una elección según sus necesidades y sus medios naturales,
culturales y sociales y que estas mismas elecciones no pueden ser
comparables sino equivalentes con respecto a las otras dado que surgen
en contextos particulares, considero, como Kant, la importancia de las
máximas universales que deberían regir el carácter del ser humano para
promover verdadera inclusión y respeto mutuo. Y es en este punto que yo
me baso para diferenciar lo civilizado de lo incivilizado ya que este
ultimo surge, a mi parecer, cuando estas máximas son quebradas o mal
transformadas para avalar diversos tipos de abusos y exclusiones
sistemáticas que dañan el carácter del ser humano como ser social, como
lo vendría a ser la tortura, la trata de personas, entre otras.
Al respecto, observando cómo en el Perú la imagen y realidad del
indígena no se ha transformado desde hace ya varios siglos sino, por el
contrario, ha cobrado nuevos matices al entender el problema del Estado
en el siglo 21 como el problema de la pobreza, problema que, aunque con
otro concepto, sigue marcando a las áreas rurales cómo los lugares donde
no hay desarrollo, o sea donde no hay ejercicio de ciudadanía ya que
son lugares donde no se cuenta con educación ni salud de calidad, ni
vivienda y donde hay altas tasas de desnutrición y de mortalidad
infantil,me
planteo la siguiente reflexión ¿hasta cuándo dejaremos de tildar al
otro como salvaje incivilizado y seremos cada uno capaces de ver nuestro
propio aspecto salvaje que es finalmente el que nos impide
transformarnos en seres civilizados nutriéndonos con la civilización del
otro para poder finalmente surgir como una nación que, aunque concepto
imaginario, no por eso menos real? Es capaz una pregunta utópica pero,
como dice Todorov, las utopías sirven para hacernos avanzar y esta,
pienso, es la misión que tenemos con nosotros mismos y con nuestra
sociedad.
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