Lima, 23 de junio de 1972
Repasó mentalmente la agenda, se aseguró que como siempre llevaba la pistola en el bolsillo, constató que su uniforme cumplía los más severos requisitos del reglamento y entró a la sala de sesiones del COAP donde esa misma noche se decidiría de una vez por todas la suerte del latifundismo cajamarquino. La historia hablará de él como de Castilla: también soldado de humilde origen, también autoritario, también libertador de los más pobres, también enérgico y astuto, también fue Presidente, tampoco se hizo rico en el poder.
Juan Velasco Alvarado había tomado el poder, quebrado el espinazo a la oligarquía, rifado su poder a vida o muerte, decretado en fin la más radical Reforma Agraria de América Latina que esa misma noche iba a ponerse a prueba en el caso de Cajamarca.
Las frías cifras del censo agropecuario de ese mismo año l972, indicaban que en ninguna otra parte del Perú era más urgente la Reforma Agraria: las dos terceras partes de la tierra estaban en manos de un insignificante 7.5% de la población rural; el 92.5% restante, harapientos siervos de hacienda o minifundistas al filo de la desnutrición.
Los técnicos del Ministerio de Agricultura objetaron que la Reforma Agraria iba a poner en peligro la importante industria lechera de Cajamarca, la segunda del país. El latifundio de Cajamarca había llegado más allá de los límites tolerables, contestó Velasco: no estábamos hablando de una planta lechera, se trataba de la vida de un millón de peruanos y con eso no se juega. Tras las cifras del censo, el general adivinaba fácilmente la harapienta multitud de los pobres entre los pobres, los que hablaban a sus patrones sólo de rodillas, esos pauperizados campesinos que según la República eran iguales a los demás peruanos.
Velasco conocía: la Reforma Agraria era necesaria.
En l964 el presidente constitucional, Fernando Belaúnde, había promulgado también una Ley de Reforma Agraria, justamente en Cajamarca, en el Cuarto del Rescate: fracasó.
Demasiados trámites, demasiados funcionarios, demasiados expedientes que completar, demasiadas causales de inafectabilidad, demasiado bien relacionados los terratenientes, demasiado marginados los campesinos. Los latifundistas se burlaban de la Reforma Agraria, parcelaban sus tierras entre parientes, todos los cambios se orientaban a mantener el orden de propiedad vigente. En l961, 3,678 fundos tenían el 74.9 % de la tierra; en l972, unos doce mil fundos, propiedad de un reducido 7.5% de los agricultores, concentraban el 65 % de la tierra cultivable. El gamonalismo cajamarquino no había cambiado, no mostraba dolor de corazón ni propósito de enmienda.
No mucho tiempo atrás, apenas en 1967, algunos centenares de campesinos hambrientos invadieron la hacienda Chim- Chim, en: querían tierra. Tierra les dieron (en la forma de tumbas en la fosa común) los hacendados Juan Puga y Richard Knoch, reunieron a sus amigos, invitaron una amable partida de placer, les recomendaron escoger sus armas más finas y sus mejores caballos. Todo el día practicaron tiro al blanco con los amotinados, nunca se supo si fueron cuatro los muertos o cuarenta, después de todo a quién le importaba. Después agasajaron a los visitantes con una suculenta pachamanca en la casa hacienda. (Tú tenías la culpa, peruanito, tú que consentías también eras culpable)
En menos de diez minutos, en esa tensa sesión en que se jugaban intereses, pasiones e ideologías, sin dejar de escuchar a ninguno de sus asesores civiles o militares, Velasco había tomado una determinación: esa misma noche, el departamento de Cajamarca fue declarado zona de Reforma Agraria.
Aquel era mi tercer día de trabajo para PRODIRA, la flamante institución creada para promocionar y difundir la Reforma Agraria y que poco después se integraría al naciente SINAMOS. Me tocaba grabar el discurso de Velasco y volar a Cajamarca la siguiente mañana, para hacerlo trasmitir por todas las radios de la ciudad, a la buena o a la mala.
Advertí que el rostro de Velasco parecía alterado, como si un involuntario nudo de emoción le ajustara la garganta. Más tarde comprendí que en ese mismo momento, Velasco había decidido modificar una sola palabra en el mensaje que sus asesores habían preparado para ser grabado y retransmitido al día siguiente por las emisoras de Cajamarca.
Iba a decir “campesinos”, pero lo pensó dos veces. Para Juan Velasco Alvarado no existía sonido más dulce ni más alto timbre de honor que la palabra Perú.
Su voz de fumador inveterado sonó un poco más áspera, tomó un severo tono de denuncia cuando empezó diciendo: “peruanos”.
La Ley 17716 se había promulgado, realmente, para convertir en peruanos de verdad, ciudadanos de pleno derecho, a campesinos sujetos a relaciones de producción propias de la Edad Media. Eso quiso decir
Una historia cruel
La Conquista española fue, en el fondo, un proceso de expropiación forzosa de la tierra a favor de una nueva clase dominante, los conquistadores. Pero el proceso que condujo a la Reforma Agraria en Cajamarca había empezado 260 años antes, cuando las potencias europeas se repartieron el mundo en el Tratado de Utrecht y decidieron abrir el mercado sudamericano a los textiles franceses y británicos. Así empezó la crisis de los obrajes textileros de Cajamarca que generó un flujo de capitales negativo para toda la sierra del entonces virreinato del Perú.
Al empezar el siglo, los terratenientes de Cajamarca comprendieron que no podían seguir siendo señores de horca y cuchillo. La guerra del Pacífico y las prolongadas guerras civiles subsecuentes, habían asolado el departamento, descapitalizando las haciendas mediante cupos, reclutamientos y saqueos. Los bandoleros que ocupaban gran parte del territorio imponían su propia Ley a revólver y machete. Ya no era posible prosperar transportando alimentos a lomo de mulo hasta la costa, llevando ganado en pie para venderlo en Tumán o Cayaltí. O alquilando la mano de obra de sus feudatarios a las haciendas azucareras de la costa. Los hacendados más lúcidos comprendieron, a fines del siglo XIX, la necesidad de modernizar su actividad productiva, pero antes era necesario capitalizarse.
Las primeras cabezas de ganado lechero importado llegaron en l906. Muy pronto la crianza se mostró diez veces más rentable que la agricultura. Empezó así un largo proceso que finalmente generó el establecimiento de la ganadería lechera como actividad productiva predominante en el sur de Cajamarca. Los terratenientes empezaron a parcelar sus latifundios vendiéndolos a antiguos caporales o a arrendatarios enriquecidos mediante el comercio de ganado en pie: esa fue, bien entendida, también una Reforma Agraria.
Modernización
La ganadería lechera fue el producto de un decidido apoyo estatal. Hacia 1920, Augusto B. Leguía modernizó el Estado. No sólo le encantaba inaugurar sus propios monumentos: también envió a Cajamarca una eficiente Guardia Civil que reemplazó a la vieja gendarmería y exterminó a los bandoleros. Además mandó instalar en los Baños del Inca una estación experimental donde se proporcionaba asesoramiento, se enseñaban técnicas de manejo, se importaban sementales y vacas finas.
Hacia 1927, los terratenientes que habían sabido sumarse al cambio prosperaban. Cuando Leguía ordenó un Censo Agropecuario, Cajamarca alcanzó el primer lugar en producción de leche a nivel nacional, el cuarto en mantequilla y el quinto en queso: se estaban sentando las bases de una industria de lácteos cajamarquinos basada en la transferencia tecnológica y una nueva estructura de la propiedad.
En l933, la Nestlé, poderosa empresa lechera con sede en Vevey, Suiza, empezó a explorar las posibilidades de incorporar otro país a sus ya vastos inventarios: el Perú, en la lejana Sudamérica.
En l932, cuando el APRA empezaba una larga guerra civil exigiendo la nacionalización de tierras e industrias, los terratenientes cajamarquinos obtenían premios por la calidad de su ganado en diferentes ferias agropecuarias. Una noche tormentosa, el famoso "Zorro" Jiménez puso sobre las armas al 11º de Infantería y se sublevó contra Sánchez Cerro, pero tuvo que suicidarse poco después en Paiján para no caer en manos de su enemigo. Los técnicos de la Nestlé que llegaron poco después a Cajamarca visitaron también Piura, Ancash y La Libertad. Otra sublevación aprista encabezada por Ricardo Revilla terminó en Cajamarca con el habitual baño de sangre.
En l947, la Nestlé optó por Cajamarca. Tomó el nombre de Perulac, ofreció asesoramiento técnico, inseminación artificial, proporcionó maquinaria para abrir trochas carrozables a las haciendas, utilizando la mano de obra gratuita proporcionada por los terratenientes. Articuló así un sistema de acopio en toda la cuenca lechera y lo centralizó en su planta de deshidratación primaria de los Baños del Inca.
A mediados de siglo, Cajamarca, celebró el primer aniversario de su independencia administrativa como departamento autónomo: en Suiza, los gerentes de la Nestlé deben haberse reído de buena gana porque el departamento era ya, en buena cuenta, un activo más de la empresa.
Hacia 1960, cuando un hombre llamado Hugo Blanco empezaba a organizar en sindicatos a los campesinos del Sur, la actividad económica predominante en Cajamarca era la ganadería lechera.
Todo eso lo modificó para bien y sin excesivo costo social, la Reforma Agraria. Cajamarca cambió, para bien y para siempre , gracias a la Reforma Agraria.
Asi lo comprendo cada noche, no solo en el relativo bienestar de los campesinos sino, sobre todo, en el odio visceral e irreconciliable con que todavía soy recibido en ciertos salones de Cajamarca, más de 40 años después. En buena hora sea. Lo compruebo en el rencor con que hablan del “cojo Velasco” los ociosos hijos de los gamonales expropiados que se pasan las tardes y las noches fumando e intercambiando chismes en la plaza de armas de la vieja ciudad.
Porque cuando cayó Velasco, ya la vieja clase dominante tenía quebrado el espinazo Nunca más el campesino de Cajamarca le hablaría de rodillas a sus patrones, nunca más en las haciendas de los Puga los hombres serían valorizados por debajo de los toros de lidia.
En Cajamarca el campesino tenía ya la calidad de ciudadano, era un peruano libre, con derechos cívicos.
Lo sigue siendo. Comete a menudo errores políticos y sociales, pero también acierta. Pero son sus errores y sus aciertos: es, como quiso Velasco, un peruano, un ciudadano, un hombre libre
En su tumba, el General puede dormir tranquilo. Los hombres que con él hicieron la Reforma Agraria en Cajamarca, jamás renegarán de su memoria.
Juan Velasco Alvarado había tomado el poder, quebrado el espinazo a la oligarquía, rifado su poder a vida o muerte, decretado en fin la más radical Reforma Agraria de América Latina que esa misma noche iba a ponerse a prueba en el caso de Cajamarca.
Las frías cifras del censo agropecuario de ese mismo año l972, indicaban que en ninguna otra parte del Perú era más urgente la Reforma Agraria: las dos terceras partes de la tierra estaban en manos de un insignificante 7.5% de la población rural; el 92.5% restante, harapientos siervos de hacienda o minifundistas al filo de la desnutrición.
Los técnicos del Ministerio de Agricultura objetaron que la Reforma Agraria iba a poner en peligro la importante industria lechera de Cajamarca, la segunda del país. El latifundio de Cajamarca había llegado más allá de los límites tolerables, contestó Velasco: no estábamos hablando de una planta lechera, se trataba de la vida de un millón de peruanos y con eso no se juega. Tras las cifras del censo, el general adivinaba fácilmente la harapienta multitud de los pobres entre los pobres, los que hablaban a sus patrones sólo de rodillas, esos pauperizados campesinos que según la República eran iguales a los demás peruanos.
Velasco conocía: la Reforma Agraria era necesaria.
En l964 el presidente constitucional, Fernando Belaúnde, había promulgado también una Ley de Reforma Agraria, justamente en Cajamarca, en el Cuarto del Rescate: fracasó.
Demasiados trámites, demasiados funcionarios, demasiados expedientes que completar, demasiadas causales de inafectabilidad, demasiado bien relacionados los terratenientes, demasiado marginados los campesinos. Los latifundistas se burlaban de la Reforma Agraria, parcelaban sus tierras entre parientes, todos los cambios se orientaban a mantener el orden de propiedad vigente. En l961, 3,678 fundos tenían el 74.9 % de la tierra; en l972, unos doce mil fundos, propiedad de un reducido 7.5% de los agricultores, concentraban el 65 % de la tierra cultivable. El gamonalismo cajamarquino no había cambiado, no mostraba dolor de corazón ni propósito de enmienda.
No mucho tiempo atrás, apenas en 1967, algunos centenares de campesinos hambrientos invadieron la hacienda Chim- Chim, en: querían tierra. Tierra les dieron (en la forma de tumbas en la fosa común) los hacendados Juan Puga y Richard Knoch, reunieron a sus amigos, invitaron una amable partida de placer, les recomendaron escoger sus armas más finas y sus mejores caballos. Todo el día practicaron tiro al blanco con los amotinados, nunca se supo si fueron cuatro los muertos o cuarenta, después de todo a quién le importaba. Después agasajaron a los visitantes con una suculenta pachamanca en la casa hacienda. (Tú tenías la culpa, peruanito, tú que consentías también eras culpable)
En menos de diez minutos, en esa tensa sesión en que se jugaban intereses, pasiones e ideologías, sin dejar de escuchar a ninguno de sus asesores civiles o militares, Velasco había tomado una determinación: esa misma noche, el departamento de Cajamarca fue declarado zona de Reforma Agraria.
Aquel era mi tercer día de trabajo para PRODIRA, la flamante institución creada para promocionar y difundir la Reforma Agraria y que poco después se integraría al naciente SINAMOS. Me tocaba grabar el discurso de Velasco y volar a Cajamarca la siguiente mañana, para hacerlo trasmitir por todas las radios de la ciudad, a la buena o a la mala.
Advertí que el rostro de Velasco parecía alterado, como si un involuntario nudo de emoción le ajustara la garganta. Más tarde comprendí que en ese mismo momento, Velasco había decidido modificar una sola palabra en el mensaje que sus asesores habían preparado para ser grabado y retransmitido al día siguiente por las emisoras de Cajamarca.
Iba a decir “campesinos”, pero lo pensó dos veces. Para Juan Velasco Alvarado no existía sonido más dulce ni más alto timbre de honor que la palabra Perú.
Su voz de fumador inveterado sonó un poco más áspera, tomó un severo tono de denuncia cuando empezó diciendo: “peruanos”.
La Ley 17716 se había promulgado, realmente, para convertir en peruanos de verdad, ciudadanos de pleno derecho, a campesinos sujetos a relaciones de producción propias de la Edad Media. Eso quiso decir
Una historia cruel
La Conquista española fue, en el fondo, un proceso de expropiación forzosa de la tierra a favor de una nueva clase dominante, los conquistadores. Pero el proceso que condujo a la Reforma Agraria en Cajamarca había empezado 260 años antes, cuando las potencias europeas se repartieron el mundo en el Tratado de Utrecht y decidieron abrir el mercado sudamericano a los textiles franceses y británicos. Así empezó la crisis de los obrajes textileros de Cajamarca que generó un flujo de capitales negativo para toda la sierra del entonces virreinato del Perú.
Al empezar el siglo, los terratenientes de Cajamarca comprendieron que no podían seguir siendo señores de horca y cuchillo. La guerra del Pacífico y las prolongadas guerras civiles subsecuentes, habían asolado el departamento, descapitalizando las haciendas mediante cupos, reclutamientos y saqueos. Los bandoleros que ocupaban gran parte del territorio imponían su propia Ley a revólver y machete. Ya no era posible prosperar transportando alimentos a lomo de mulo hasta la costa, llevando ganado en pie para venderlo en Tumán o Cayaltí. O alquilando la mano de obra de sus feudatarios a las haciendas azucareras de la costa. Los hacendados más lúcidos comprendieron, a fines del siglo XIX, la necesidad de modernizar su actividad productiva, pero antes era necesario capitalizarse.
Las primeras cabezas de ganado lechero importado llegaron en l906. Muy pronto la crianza se mostró diez veces más rentable que la agricultura. Empezó así un largo proceso que finalmente generó el establecimiento de la ganadería lechera como actividad productiva predominante en el sur de Cajamarca. Los terratenientes empezaron a parcelar sus latifundios vendiéndolos a antiguos caporales o a arrendatarios enriquecidos mediante el comercio de ganado en pie: esa fue, bien entendida, también una Reforma Agraria.
Modernización
La ganadería lechera fue el producto de un decidido apoyo estatal. Hacia 1920, Augusto B. Leguía modernizó el Estado. No sólo le encantaba inaugurar sus propios monumentos: también envió a Cajamarca una eficiente Guardia Civil que reemplazó a la vieja gendarmería y exterminó a los bandoleros. Además mandó instalar en los Baños del Inca una estación experimental donde se proporcionaba asesoramiento, se enseñaban técnicas de manejo, se importaban sementales y vacas finas.
Hacia 1927, los terratenientes que habían sabido sumarse al cambio prosperaban. Cuando Leguía ordenó un Censo Agropecuario, Cajamarca alcanzó el primer lugar en producción de leche a nivel nacional, el cuarto en mantequilla y el quinto en queso: se estaban sentando las bases de una industria de lácteos cajamarquinos basada en la transferencia tecnológica y una nueva estructura de la propiedad.
En l933, la Nestlé, poderosa empresa lechera con sede en Vevey, Suiza, empezó a explorar las posibilidades de incorporar otro país a sus ya vastos inventarios: el Perú, en la lejana Sudamérica.
En l932, cuando el APRA empezaba una larga guerra civil exigiendo la nacionalización de tierras e industrias, los terratenientes cajamarquinos obtenían premios por la calidad de su ganado en diferentes ferias agropecuarias. Una noche tormentosa, el famoso "Zorro" Jiménez puso sobre las armas al 11º de Infantería y se sublevó contra Sánchez Cerro, pero tuvo que suicidarse poco después en Paiján para no caer en manos de su enemigo. Los técnicos de la Nestlé que llegaron poco después a Cajamarca visitaron también Piura, Ancash y La Libertad. Otra sublevación aprista encabezada por Ricardo Revilla terminó en Cajamarca con el habitual baño de sangre.
En l947, la Nestlé optó por Cajamarca. Tomó el nombre de Perulac, ofreció asesoramiento técnico, inseminación artificial, proporcionó maquinaria para abrir trochas carrozables a las haciendas, utilizando la mano de obra gratuita proporcionada por los terratenientes. Articuló así un sistema de acopio en toda la cuenca lechera y lo centralizó en su planta de deshidratación primaria de los Baños del Inca.
A mediados de siglo, Cajamarca, celebró el primer aniversario de su independencia administrativa como departamento autónomo: en Suiza, los gerentes de la Nestlé deben haberse reído de buena gana porque el departamento era ya, en buena cuenta, un activo más de la empresa.
Hacia 1960, cuando un hombre llamado Hugo Blanco empezaba a organizar en sindicatos a los campesinos del Sur, la actividad económica predominante en Cajamarca era la ganadería lechera.
Todo eso lo modificó para bien y sin excesivo costo social, la Reforma Agraria. Cajamarca cambió, para bien y para siempre , gracias a la Reforma Agraria.
Asi lo comprendo cada noche, no solo en el relativo bienestar de los campesinos sino, sobre todo, en el odio visceral e irreconciliable con que todavía soy recibido en ciertos salones de Cajamarca, más de 40 años después. En buena hora sea. Lo compruebo en el rencor con que hablan del “cojo Velasco” los ociosos hijos de los gamonales expropiados que se pasan las tardes y las noches fumando e intercambiando chismes en la plaza de armas de la vieja ciudad.
Porque cuando cayó Velasco, ya la vieja clase dominante tenía quebrado el espinazo Nunca más el campesino de Cajamarca le hablaría de rodillas a sus patrones, nunca más en las haciendas de los Puga los hombres serían valorizados por debajo de los toros de lidia.
En Cajamarca el campesino tenía ya la calidad de ciudadano, era un peruano libre, con derechos cívicos.
Lo sigue siendo. Comete a menudo errores políticos y sociales, pero también acierta. Pero son sus errores y sus aciertos: es, como quiso Velasco, un peruano, un ciudadano, un hombre libre
En su tumba, el General puede dormir tranquilo. Los hombres que con él hicieron la Reforma Agraria en Cajamarca, jamás renegarán de su memoria.
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