German Merino V.
NOCHE DE FIESTA EN CHICLAYO.
Mágica noche de mayo del olvidado año
setenta. Noche de luz. Cuarenta reflectores precipitan otras tantas
cascadas de luz blanca y celeste que inundan el Coliseo Cerrado,
decorado esta noche con los
nuevos iconos de
la cultura local: el Tumi de Oro, la imagen de Naymlamp, el Dios del
Mar y las estilizadas garzas blancas de la empresa cervecera que
promueve la fiesta; desde temprano, unas diez mil personas, en su
mayor parte jóvenes, aplauden impacientes a los 42 músicos de la
orquesta capitalina Domingo Rullo, todos impecablemente vestidos de
frac, pechera blanca y corbata "michi" que han venido para animar la
fecha inaugural del Primer Festival Internacional de la Canción. Esta
noche, la primera del festival he cumplido justamente 19 años y estoy,
cosa propia de mi edad, enamorado.
La batuta del Director
golpea secamente el atril y todos callan, porque ya Mayté Montenegro
levanta las notas de la primera pieza. Conmoción en el grupo, en todos
los grupos, porque se trata de una canción de amor y todos los diez mil
espectadores estamos enamorados esta noche, todos experimentamos por
alguien la insólita ternura que comunica la canción: "niña linda, tacita
de té, yo te amo hasta el fondo de tu piel, …" ; todos estamos aquí
como parte de grupos más o menos homogéneos, grupos integrados por
muchachas y muchachos que aun no han superado el gregarismo de la
adolescencia, tímidas parejas que encuentran en el grupo, en la
"collera", la cobertura ideal para pasar más o menos desapercibidas y
poder, a la vez, estar un poco juntos, de repente pasar el brazo sobre
un hombro, estrechar una mano con devoción furtiva y repetir al oído,
simplemente como quien corea la canción: "……niña dulce, platito de miel,
cada día yo te quiero un poco más".
Chiclayo, tierra generosa:
cualquiera se goza, en verdad, con poca cosa. Para pagar la entrada al
Coliseo he reemplazado la cena de esta noche con una ración de emoliente
y chancay, aquí cerca nomas, en la "esquina del movimiento" de Balta y
Pedro Ruiz, muy cerca de mi cuarto de estudiante en el callejón
Servigón, casi al final de la calle Teatro. Eso me permite, aun,
conservar algunos soles en el bolsillo y sé por experiencia que no se
necesita más para alternar con mi grupo compuesto totalmente por
estudiantes, futuros estudiantes en verdad porque la Universidad se
halla todavía recesada, lo que no nos impide considerarnos estudiantes:
hemos ingresado hace cosa de un año a la Universidad Nacional de
Lambayeque y cualquiera de estos días empezarán las clases; entonces
será la hora de estudiar duro y parejo, qué duda cabe, pero por hoy, por
esta noche al menos no, porque es noche de fiesta en Chiclayo, porque
somos jóvenes y optimistas, porque el mañana está muy lejos y porque,
después de todo, el presente es hermoso, inagotable y se expresa en la
música, en la noche a la vez fresca y tibia, en la tacita de té de
grandes ojos negros cuya presencia nos invita, por qué no, a ser
felices. Noche de Festival.
La verdad sea dicha, la suerte del
Festival ha sido decretada dos o tres semanas antes, en una turbia cena
de periodistas celebrada en el Trébol de la Plaza de Armas, que en
Chiclayo preferimos llamar el Parque: dos o tres mesas juntas, un
mantel, abundante piqueo criollo, más bien pocas cervezas y bastante ron
Cartavio blanco, el veneno predilecto de las ocho o diez cabezas
perdidas que a nuestro modo gobernábamos la opinión pública de Chiclayo:
Freddy Medianero, Alfonso Tello Marchena, el "gallo" Vélez, José
Ramírez Ruiz, José Abad Valiente, Carlos Humberto López, Christian Díaz
Castañeda , en fin la bohemia logia de los periodistas locales a la cual
he logrado incorporarme después de pagar durante varios meses un duro
derecho de piso . El gordo Febreros paga la cuenta: pedante y detestado,
Febreros posee una billetera importante, porque es relacionista público
de la nueva Cervecería del Norte que ha instalado hace algunos meses,
en el arenal de Motupe, una nueva fábrica del brebaje nacional.
Porque yo llevaba una doble vida en Chiclayo y mi juvenil collera
universitaria estaba muy lejos de la bohemia periodistica local, que esa
noche asumia el encargo de promocionar una nueva cerveza.
El
producto se llama Garza Blanca y es realmente malo, admite el gordo
Febreros. Pero después de todo, todas las cervezas son iguales, se trata
de imponer la marca, hay que enseñarle a los chiclayanos a tomar
cerveza chiclayana porque si no donde acabaría la industria regional.
Hay que crear una identidad, nos dice y por eso Garza Blanca está
auspiciando el Festival, para que Chiclayo llegue al nivel artístico de
Ancón o de Viña del Mar: si es necesario gastar, pues se gasta y se
acabó. Más aun, es necesario que Chiclayo gane el primer premio y para
eso están ustedes, muchachos, dice Febreros y nos presenta a un comensal
silencioso, más bien obeso, con la piel cenicienta del diabético y con
unos ojos azules, inmensos, inexpresivos: se trata de Juan Gonzalo Rose,
un poeta de verdad que la Cervecería del Norte ha contratado en Lima
para que componga el mejor vals, el que debe ganar el Festival para
levantar la imagen deChiclayo y, obvio, de Garza Blanca.
Entre
incómodo y divertido ante el desconcierto general, Rose habla y a sus
primeras palabras los bohemios hemos reconocido a uno de los nuestros:
si, se puede componer un vals por encargo, dice el poeta: ¿Por qué no?
Más aun, la única manera de componer buenos valses es pagando bien a los
buenos poetas, hasta hoy los compositores han sido zapateros
analfabetos como Márquez Talledo, borrachitos de puerto como Sotomayor;
por eso los valses son huachafos, llorones, por eso no alcanzan la
calidad de un buen tango argentino. Exaltado, el poeta pregunta si
acaso los periodistas de Chiclayo no saben quien era Mecenas, un romano
que pagaba en buenas monedas de oro a los poetas escultores y pintores
de la Antigüedad Clásica: el mecenazgo es una institución necesaria,
porque el artista tiene derecho a comer y a chupar bien, y por eso Juan
Gonzalo podía componer un excelente vals por cuenta de la Garza Blanca,
lo que no significaba que estuviese dispuesto a tomar Garza Blanca, a
Juan Gonzalo Rose la cerveza Garza Blanca solo le servía para lavar los
vasos, que le traigan una Pilsen y que el gordo Febreros no joda, so
mercader de mierda.
No sin cierta timidez, el vate saca un
ajado cuaderno y nos lee el poema manuscrito que, por encargo de Garza
Blanca, ha compuesto para ganar el Festival: "Tu Voz". Imposible
desconocer la manera precisa como se inserta en el texto la descripción
exacta y austera de un amor que pervive a la derrota…"tu voz existe,
amiga en el jardín de lo soñado, inútil es decir que te he olvidado".
Rompiendo el respetuoso silencio que ha sucedido a las palabras del
poeta, Febreros, también emocionado, saca una grabadora de cinta que
reproduce la pista musical del tema: es un vals de verdad, sincopado en
cuatro por cuatro auténtico, pero también es un poema, en el mejor
idioma, no cabe duda. Por fin, don "Fuco" Tello aprueba: esta es la
fórmula chiclayana del nuevo vals, a la vez poético y popular. Habrá que
buscar una voz chiclayana para interpretarlo. El viejo "Fuco" conoce
casualmente a una chiquilla, un poco pituca, todavía en quinto de media,
que tiene una voz admirable para los valses y cuyos padres aceptarían,
si se les palabrea bonito, que represente aChiclayo en el Festival.
Inclusive, la chibola tiene un nombre ideal para ponerlo en los
carteles: Tania Libertad.
Chiclayo vive los primeros días
de su Reforma Agraria: recién en junio de 1969 Juan Velasco Alvarado
ha expropiado sin pago los grandes latifundios azucareros, propiedad de
los "barones del azúcar" a quienes el "gallo" Vélez, el más viejo de
nosotros, sigue llamando, como en el siglo pasado, "los civilistas". En
Cayaltí, que salía de una dura huelga de seis meses, los sindicalistas,
encabezados por el "Chocho" Rivas se han plegado a la Reforma y han
expulsado de la hacienda, en ceremonia simbólica, al caballo del patrón.
Pero en Tumán los peones habían expulsado a los interventores
estatales y finalmente, cuando dos compañías de infantería tuvieron que
tomar la hacienda a filo de bayoneta, los cañeros formaron en dos
filas, sombrero en mano, para despedir al patrón, don Felipe Pardo, con
las mayores muestras de respeto. En Pucalá el linajudo abogado Javier
Valle Riestra y González Olaechea, yerno de los patrones, se había
girado a sí mismo un cheque por tres millones y medio de soles la tarde
del 24 de junio y después de hacerlo efectivo, había pedido asilo
político en la Embajada de España, desvalijando a la empresa naciente e
iniciando una carrera política que lo conduciría, años más tarde, a los
más altos cargos de la República.
La Reforma sirvió, entre
otras cosas útiles, para que los peones de las haciendas pudieran
disponer directamente de sus salarios, que antes se pagaban en "bonos" o
"vales" utiles solo para comprar en los economatos de la hacienda.
Calzones o jabón, zapatos o licuadoras, cuadernos o cigarrillos, el
economato vendía de todo a precios fijos y estables, generando una
economía de circuito cerrado, un enorme enclave azucarero cuya cúspide
era la poderosa Casa WOYKE & COMPAÑÍA, abastecedor monopólico de
todos los economatos. Pero cuando los peones de Cayaltí, de Tumán, de
Pucalá y de Batangrande empezaron a cobrar sus quincenas en metálico,
WOYKE se vino abajo en seis semanas, en tres quincenas solamente, porque
los latifundios azucareros, como se comprobaría después, estaban
totalmente descapitalizados, no podían siquiera sostener sus créditos y
su emporio comercial, WOYKE, estaba también quebrado. Así la Reforma
Agraria generó un nuevo modelo de circulación monetaria en Lambayeque:
la demanda solvente proveniente de las haciendas aceleró el comercio,
multiplicó las empresas de servicios y la distribución de productos al
por menor. Apenas dos años después de la Reforma, se empezó a construir
en Chiclayo el nuevo Complejo Comercial de Moshoqueque, que hasta
entonces era un barrio modesto en las márgenes de la Acequia Cois.
Actual emporio comercial del norte, Moshoqueque abastece con toda clase
de productos a cuatro departamentos y es un ejemplo modélico del nuevo
Chiclayo dinámico y comercial, heredero directo de la Reforma Agraria.
Chiclayo es, siguiendo a Mercedes Sosa, "gente de mano caliente, por
eso de la amistad". En Chiclayo las amistades se forjan para toda la
vida y los rencores son breves, pasajeros. El chiclayano es informal en
la vestimenta, alegre en el trato cotidiano, hábil para los negocios y
sobre todo, hospitalario.
La legendaria hospitalidad lambayecana
tiene su elemento central en la excelente culinaria local, seguramente
la mejor del Perú: todavía hoy, casi cuarenta años después, el
tolerante endocrinólogo que revisa periódicamente las múltiples
dolencias, supuestas o reales propias de mi condición de gastrónomo
impenitente, fumador inveterado bebedor mas que social y sedentario
permanente, confiesa que ha instalado su próspera consulta en Chiclayo
porque aquí el per cápita de gota, diabetes, triglicéridos y
colesterol negativo es bastante mayor al registrado en otros lugares del
país, producto sin duda de esa admirable sazón chiclayana donde
imperan el pato y el cabrito, asediados no obstante por otros platos
igualmente excelentes y no tan conocidos.
La mejor causa es la
de Ferreñafe, "Ñafe", para los amigos, con su peje seco, su ají panca y
su queso serrano. El mejor cabrito es el de leche, que se prepara en
Mochumí con su arroz graneado y sus frejoles más. Un subproducto modesto
y poco conocido, pero igualmente delicioso es el chirimpico, a base de
sangre de cabrito y mano de chiclayana. El culantro y el loche tienen
que ser de Íllimo, el ají de Pacora, el limón de Jayanca, pero el
cabrito no está completo si no se han incorporado todos los ingredientes
en esa proporción exacta que solo alcanzan las manos mágicas de las
cocineras chiclayanas. El "espesado" que se sirve tradicionalmente los
días lunes alcanza niveles de excelencia en Monsefú. La monumental
parihuela nunca es mejor que en Santa Rosa, para ser consumida en las
mañanas que siguen a cualquier noche turbia. El ceviche puede ser de
tollo, de corvina o mejor aun de mero, pero en todos los casos tiene que
ser picante, bien picante, con su pizca de ajo y su culantro y se debe
servir con chicha, porque con cerveza solo lo consumen los monses, los
desconocedores. La cachema, en cambio es más modesta y se aprovecha
mejor frita, con pan francés y un café fuerte para el desayuno, que a
veces se reemplaza con un buen caldo de choros, cerca del mercado. La
guitarra, que solo se pesca en Chiclayo se sirve seca, en un ceviche
especial que se conoce como chinguirito y sirve también para preparar un
delicioso picante. La tortilla de raya es otro plato lambayecano que
apenas empieza a conocerse. El arroz con pato se sirve en todas
partes, porque es el plato regional por excelencia, el potaje
emblemático de la culinaria lambayecana, que se sirve los días de
fiesta, cuando hay invitados, cuando el ama de casa quiere hacer gala de
su habilidad: el "concolón" es el residuo denso y un poco quemado, el
que queda en el fondo de la olla, bien impregnado en la grasa del pato y
que se sirve como muestra de cariño, al invitado predilecto, al
padrino, al novio o al huésped.
En Chiclayo se come bien en
todas partes, pero especialmente donde Panchita Roalcaba, que sirve
banquetes como para ministro a precios relativamente bajos, en el recreo
"La Ñusta", en La Tapera de la Avenida Balta donde los periodistas
disfrutamos de un crédito no siempre cancelado, pero mi favorita es una
humilde picantería de El Porvenir que ya entonces se llamaba "Fiesta" y
que hoy es un famoso restaurante de cinco tenedores registrado en la
Guía Michelin.
Chiclayo es tierra de brujos, cuenta don "Fuco"
Tello, experto en el vasto folklore lambayecano; alguna vez me condujo a
Motupe para asistir a la monumental fiesta de la Cruz de Chalpón,
multitudinaria combinación de feria y procesión, reproducción
sincretizada del culto a alguna huaca precolombina, cuyo recuerdo
pervive en la memoria colectiva y convoca a fieles de todo el norte que
le ofrecen sus ofrendas y le piden salud, éxito en los negocios, castigo
para sus enemigos. Más cerca está Túcume, la tierra del famoso Santos
Vera, padre de una generación de curanderos a quien tuve ocasión de
entrevistar durante una" mesa" adornada con santos y espadas, perfumada
con sanpedro y otros alucinógenos: "para que te levantes, para que
florezcas, para que tengas amor de las mujeres, para que desprecies a
tus enemigos"… Tello Marchena puede animar la tertulia horas enteras
relatando historias de bandoleros y de chicherías, donde se prepara la
temible "chicha de calzón" cuyos efectos irreversibles solo se pueden
prevenir, según don "Fuco" cortando la mañana con un buen trago de
aguardiente que tiene que ser, eso sí, de Santa Cruz y de ningún otro
sitio.
Pero la cultura lambayecana va mucho más allá de su rico
folklore: su sede es precisamente la Casa de la Cultura, presidida por
el exiliado español Fernando de la Presa que auspicia toda clase de
conferencias, conciertos y exposiciones, escribe también en La Industria
y tiene un circulo de estudiantes a quienes reúne de cuando en cuando
para hablar de política y enseñarnos las viejas canciones de la Guerra
Civil, marxismo depurado en guitarras, a ritmo de jota española. Los
estudiantes tenemos lideres de verdad, como nuestro secretario general
en Derecho Jorge Rojas Cordova, el ultimo sobreviviente de la guerrilla
donde murio Javier Heraud.
En La Industria , donde trabajo como
aprendizz de periodista y pronto jefe de redaccion, escribe también
Nixa, el viejo poeta y tradicionista Nicanor de la Puente cuya columna
diaria "A Propósito…" es un autentico repositorio de la tradición
lambayecana. Una de mis comisiones favoritas es ir, a cosa de las tres
de la tarde, hasta la oficina de Nixa en la Compañía de Seguros Atlas,
para recoger y ser el primero en leer su columna del día siguiente.
Increíblemente, la columna de Nixa se sigue publicando en La Industria
40 años después, un caso extraordinario de longevidad literaria. En
Chiclayo está naciendo "Hora Zero" el movimiento poético juvenil que
renovó la literatura peruana de los setenta, encabezada por Camilo
Valqui y Juan Ramírez Ruiz, entre otros jóvenes poetas chiclayanos. Aquí
empieza también a cantar Homero Oyarce, mi paisano leimebambino. Lejos
de ser la "ciudad fenicia" de que escuché hablar en la vecina Trujillo,
Chiclayo es campo fértil y propicio para toda creación, tierra
hospitalaria para el recién llegado, tierra de amigos, espacio de
bohemia y libertad.
Chiclayo es pues el espacio ideal para
cualquier muchacho provinciano ansioso, como yo, de beber hasta el fondo
la copa de la vida. Aquí aprendí a ganarme la vida con mi querido
oficio de periodista. A tenderme la cama, lavar mis propias camisas y
afrontar la feliz pobreza del estudiante. En Chiclayo conocí también el
amor y la pena, la ilusión y la desesperanza. Conocí la bohemia,
adquirí cierta formación política y también tuve que trompearme como
los hombres en algún turbio callejón de medianoche, disputando los
favores de alguna samaritana nocturna
Los romanos decían "ibi
bene, ibi patria": donde eres feliz, ahí está tu Patria. En ese orden de
ideas Chiclayo es también mi Patria, porque en Chiclayo fui feliz.
Nunca tan feliz por cierto como en la tercera noche del Festival, cuando
vistiendo mi baqueteado saco "sport" de lanilla, una camisa nueva y un
pantalón cuidadosamente planchado me encaminé al Coliseo, llevando por
esta vez algunos billetes en el bolsillo. Los periodistas habíamos hecho
nuestro trabajo, en una versión libre de lo que hoy se llamaría
"marketing" y ya era una decisión colectiva que Chiclayo debía ganar el
Festival. Juan Gonzalo Rose había sido entrevistado en todos los
medios, el tema musical se había difundido por todas las radios
–atropellando las reglas del concurso- y la voz de Tania Libertad era
ya identificada por todos.
Nadie quedó decepcionado esa noche
cuando la cristalina voz de la cantante entonó, con infinita dulzura
"está mi corazón, llorando su pasión, su pena, y la antigua condena, que
escribimos los dos". Un aplauso unánime, multitudinario, estremeció el
Coliseo y anuncio, mucho antes que el Jurado, el tema ganador: "Tu Voz"
de Juan Gonzalo Rose, en la voz de Tania Libertad. Chiclayo ganaría el
Festival, la Garza Blanca ganaba en identidad lambayecana. Pero sobre
todo, esa noche nacía un nuevo estilo de canción peruana, poética y
refinada, pero también popular y masiva.
Han pasado los años. Ha
corrido, para usar un lugar común, mucha agua bajo el puente de Reque,
donde salvé mi vida, milagrosamente, durante las inundaciones de 1972.
Pero todavía voy a Chiclayo de cuando en cuando, en busca de mis propias
huellas. Me gusta recorrer sus calles estrechas, saborear sus potajes,
visitar a los amigos. Por las noches suelo escapar de la compañía
conyugal y deambular solo, ir al Parque Aguirre para ver a las parejas
abrazarse al pie de los mismos arboles, visitar también algunos bares
turbios y beber, solo, alguna que otra cerveza melancólica a la salud
del pasado. Han pasado los años, sin duda. Pero hoy los recuerdos se
han amontonado en mi memoria y me han obligado a escribir. Han pasado
los años, pues y el nuevo estilo de vals, a la vez poético y popular
que diseñaron Juan Gonzalo Rose, don "Fuco" Tello y el gordo Febreros
una noche turbia de mayo no ha llegado a popularizarse. Tania Libertad
alcanzó el estrellato, pero el tema es distinto. Se trata del viejo
estilo de vals, huachafo y llorón, tan detestado por los poetas, pero
intenso y popular que encarna, a mi modo de ver, toda la nostalgia del
pasado, siempre en la voz de Tania: "….aunque aciago el destino, dividió
nuestro camino y angustiado para siempre te perdí. Fatalidad, sino
cruel….."
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