El psicólogo Christopher Ryan escribió un polémico artículo para CNN en el que plantea que la naturaleza humana Homo Sapiens
y el grueso de nuestro proceso evolutivo indican que nuestra especie
está bioprogramada para la poligamia, para recibir y responder a
estímulos sexuales de múltiples
parejas. Sin embargo, el argumento que
se puede oponer al de Ryan es que la evolución humana ha llegado a una
nueva etapa que podemos llamar epigenética, donde la cultura, la
tecnología y nuestra propia inteligencia son capaces de moldear y
dirigir la evolución hacia ciertos valores que consideramos
trascendentes, es decir, que van más allá de las urgencias del primate.
Pero para Ryan —como para Giordano Bruno— seguimos siendo primates y el
polideseo nos mueve.
A decir de este psicólogo por la
Universidad de Saybrook en San Francisco, la historia sexual de la
humanidad es la historia de la represión autoritaria de la libertad
orgiástica —que disfrutábamos en las sociedades nómadas igualitarias—
por parte de los mecanismos de poder religiosos y políticos formados con
el nacimiento de la agricultura hace 10 mil años. La cultura, esa ropa
mental indisociable del cultivo propio de la agricultura, es una especie
de cover-up de nuestra energía libidinal, en el que participan tanto sacerdotes como terapeutas.
En el fondo la monogamia, según Ryan, es
una manifestación del autoritarismo posesivo, más que el resultado de
un romanticismo idealista (como ideó Platón con el mito del alma gemela)
que apela a las necesidades emocionales, monogámicas, de las mujeres
que buscan entregar su dote sexual a un hombre único, al padre capaz de
proveer para sus hijos (un contrato monogámico posesivo en el que se
intercambia su sexualidad por provisiones) y por eso dicen NO a otros,
porque solo así obtienen la seguridad y los bienes materiales de este
hombre. La doble raíz de la monogamia sería, según Ryan, la posesión y
el No. Pese a que la creencia cultural es que la monogamia es una
práctica impulsada por la mujer para favorecerla, sucede justamente lo
contrario. En la práctica la monogamia muchas veces ha sido una forma de
autorreprimir el deseo sexual femenino, impulsada por el hombre cuyo
mayor miedo es la expresión de dicho deseo y que lo quiere solamente
para él, como parte de su propiedad, como forma de asegurarse que tendrá
aquello que más desea.
El nacimiento de la monogamia tiene que
ver con el nacimiento de la propiedad privada. Anteriormente las tribus
humanas distribuían los alimentos de forma equitativa, amamantaban a los
bebés de los demás (entre otras razones porque no se sabía del todo de
quién era el bebé, lo cual, dicho sea de paso, es otra de las posibles
razones para la institución de la monogamia) y dependían el uno del otro
para sobrevivir.
Cuando
evolucionaron las comunidades basadas en la agricultura las cosas
cambiaron rápidamente, ya que era importante saber dónde empezaba lo
mío (mi tierra, mis cosechas y luego mi mujer) y donde lo tuyo. Es
curioso que aunque tradicionalmente se enseña que la agricultura fue
desarrollada por las mujeres y que su práctica se asocia, con cierta
razón, con la feminidad (por ejemplo, las diosas de la tierra y la
fertilidad), al basar la civilización en esta práctica la mujer fue
relegada a un rol secundario, a una posesión más dentro del apilamiento
de bienes. No es que la agricultura en esencia provoque esto, es la
posesión y la acumulación las que generaron históricamente este rol.
Épocas primitivas muestran la existencia de matriarcados y sociedades de
parejas igualitarias.
También con la agricultura nació la
preocupación por la paternidad biológica. Ciertamente un argumento en
contra de la poligamia es que la inteligencia evolutiva marca la
tendencia de cuidar nuestros genes en circuitos cerrados de inetracción y
educación. Tanto desde una perspectiva de eugenesia como de la creación
de ambientes familiares que fomenten el desarrollo, siendo que
teóricamente el mejor modelo es el de la pareja, la eterna dualidad que
se funde para crear (y que se encuentra, como una numerología sagrada,
en todos lados en la naturaleza). Sin embargo, se podría argumentar que
esto es solamente una convención social y no obedece a ninguna
certidumebre biológica y que además se podrían tener estos ambientes
familiares propiciatorios dentro de una sociedad poligámica de igual
forma.
Ryan argumenta que nuestra historia
dentro del sistema operativo de la agricultura es de solo 10 mil años,
el 5% de nuestra moderna historia anatómica en la Tierra, por lo cual,
en el fondo, complazca a la instituciones religiosas o no, seguimos
siendo naturalmente poligámicos. Ryan hace una analogía diciendo que un
terapeuta nunca le diría a alguien: “madura, deja de ser gay”, pero la
mayoría de los terapeutas de matrimonio consideran que la monogamia es
normal y que la búsqueda de relaciones sexuales novedosas con diferentes
parejas es patológica. La poligamia no significa anular las relaciones
de fidelidad y lealtad emocional, significa entender los principios
biológicos que también son parte importante de nuestro complejo
organismo —y comprenderlo podría acabar con buena parte del daño
emocional que los celos y las infidelidades propician.
Dos de las especies primates más
cercanas a nosotros parecen confirmar esta idea. Las chimpancés hembras
en ovulación copulan docenas de veces al día con todos los machos
posibles. Los bonobos, famosamente promiscuos, disfrutan comúnmente de
sexo grupal (incluso homosexual y por puro placer), el cual sirve para
limar asperezas en el tejido social.
Por si eso fuera poco, los humanos
parecen ser los más sexuales de los primates, con penes y testículos más
grandes que cualquiera de los otros primates y con estos últimos fuera
del cuerpo donde temperaturas más frías ayudan a preservar el esperma
para poder tener múltiples eyaculaciones. La capacidad multiorgásmica de
las mujeres y la llamada “vocalización copulatoria femenina” también
sugieren que estamos hechos para la poligamia. Ahora bien, habrá quien
diga que no somos ya primates, y que podemos cambiar.
Es cierto que podemos decidir qué tipo
de paradigma sexual vivimos, pero es importante recordar que esta
pujanza poligámica —que no es necesariamente un residuo de un pasado más
bruto o menos sofisticado— existe entre nosotros y no debe de ser
satanizada por la falsa moral (incluso hay quien argumenta que la
verdadera evolución significa liberarse de los celos y de la posesión en
todas sus formas). “Los recien casados serían inteligentes si
recordaran que aunque hayas escogido ser vegetariano, es totalmente
natural desear una hamburguesa con queso y tocino ocasionalmente”, dice
Ryan.
Es
difícil esgrimir argumentos biológicos que nos lleven a la naturalidad
preeminente de la monogamia. Quizás el argumento que más permea la
historia a favor de la monogamia proviene de la herencia religiosa. La
implementación de la monogamia en la Tierra puede ser entendida como una
forma de vivir bajo los principios morales dictados por una entidad
superior, viviendo en imagen y semejanza. No solo dela tradición
judeocristiana, sino también tal vez entendiendo ciertas concepciones
esotéricas del principio de dualidad y de aniquilamiento de esa dualidad
a través de un matrimonio sagrado o alquímico: el trabajo energético o
tantra de los polos que se simbolizan en un hombre y en una mujer, el
día y la noche, y que para realizarse previene de la contaminación de
otras energías, karmas y material psíquico, para de esta foma purificar y
sublimar la piedra filosofal del cuerpo en espíritu. De alguna manera
(discutible) la forma de evolucionar de ser humanos a ser divinos. Sin
embargo, esta monogamia religiosa con fines de sublimación energética no
tendría que ser absoluta ni permanente, podría ser funcional y temporal
como parte misma de la evolución, del aprendizaje de la energía
masculina y femenina: de la otredad.
Quizás la pregunta por la monogamia o la
poligamia en la espiritualidad se puede neutralizar de esta forma: por
una parte el misticismo erótico es capaz de ver en una persona a todas
las personas (y amarlas) pero también en todas las personas es capaz de
ver a una sola persona. Así que tal vez un practicante del tantra
holográfico podría tener sexo con todas las personas del mundo y estar
teniendo sexo con una sola persona, y de igual manera podría solo tener
sexo con una persona durante toda su vida y haberlo hecho con todas las
personas del mundo. De cualquier forma lo que queda claro es que
poligámicamente o monogámicamente, es necesario reavivar el espíritu
orgiástico de épocas pasadas, una forma de comunión extática en la que
se conoce la unidad a través de lo múltiple.
No hay comentarios:
Publicar un comentario