Afortunadamente cada vez hay más
personas que dudan de la legitimidad, y sobretodo de la eficacia, de la
mentada “guerra contra las drogas”. Ante las indefendibles estadísticas
alrededor de esta lucha mundial que lleva ya varias décadas, miles de
ciudadanos alrededor del mundo han comenzado a apoyar
campañas
pro-legalización, en particular de la marihuana. Y entre los múltiples
argumentos a los que recurren estas iniciativas, uno de ellos consiste
en contrastar los beneficios/peligros del consumo de cannabis frente al legal y socialmente aceptado de bebidas alcohólicas.
Ante este recurso de la retórica
pro-marihuana, ahora la industria del alcohol se queja –lo que nos hace
suponer que, en alguna medida, ya ha impactado sobre sus históricamente
jugosas ventas. No deja de resultar un tanto paradójico, y hasta
divertido, escuchar como la todopoderosa industria etílica ahora juega
el rol de víctima frente a la siempre perseguida ganja. Incluso, representantes del alcohol han advertido que lucharán por defender su causa:
No estamos en
contra de la legalización de la marihuana, simplemente no queremos ser
condenados en el proceso. No queremos que el alcohol sirva como chivo
expiatorio y vamos a luchar para defender nuestra industria ante su
posible satanización.
En un repaso histórico que publicamos en este sitio, sobre la criminalización de la marihuana,
se comprueba que desde los inicios de esta campaña, diversos grupos
industriales presionaron por consumar y mantener el estatus de ilegal en
esta planta. Entre ellos destacan la industria de los polímeros, la del
tabaco, el papel, y las grandes farmacéuticas. Pero al menos en
esa investigación no encontramos que los zares del alcohol hayan
intervenido. Sin embargo, tampoco debería sorprendernos que algo del
presupuesto cabildero de las principales compañías dedicadas al mercado
de la bebida se haya destinado para neutralizar al que bien podría
considerarse como un potencial competidor o, al menos, un inhibidor de
consumo.
Cada vez con mayor intensidad, el ánimo
pro-cannabis encuentra receptores y amplificadores. Hoy es común
encontrar múltiples artículos que abogan por su despenalización y que en
muchos casos cuestionan la legalidad de otras sustancias,
principalmente el alcohol. Entre los más destacables, tenemos el video
protagonizado por Ben Rosen, colaborador del sitio BuzzFeed, quien
se abocó a comprobar, empíricamente, cual de las dos sustancias,
marihuana o alcohol, te vuelve más inoperante –sí, adivinen cuál fue el
resultado. También tenemos, entre muchos otros artículos, reportajes y estudios, un listado creado por Alternet, que advierte “7 formas en que el alcohol es más peligroso y dañino que la cannabis“
Pero ¿quién tiene la razón?
Dudo que la satanización del alcohol sea
parte de la agenda pro-marihuana –que en realidad tiene aún una intensa
lucha por delante. Por otro lado, y si analizamos el contexto, resulta
entendible recurrir al comparativo entre el consumo de alcohol y el de cannabis,
ya que parece francamente ridículo que la segunda haya tenido que
enfrentar una larga cacería de brujas, mientras que el primero haya sido
una especie de baluarte de la cultura pop, avalada e incentivada
mediante campañas multimillonarias, cuando en realidad, si nos remitimos
a los datos duros, al menos a mi juicio su consumo resulta mucho más
cuestionable que el de la mota.
Pero más allá de dirimir quien de los
dos tiene la razón, lo cierto es que la respuesta resulta obvia: la
razón la tiene la libertad de elegir, el consumo responsable, la
educación, y una cultura de permisión inteligente. Independientemente de
cuál o cuáles sean tus sustancias predilectas, en el ser humano la
demanda de estímulos externos es una práctica milenaria y quizá
inevitable. Si realmente queremos apostar a un entorno más sano y
evolutivo en el consumo de estupefacientes, la realidad es que no
podemos condenar sustancia alguna, pero en cambio sí podemos
reglamentar, evaluar y regular las prácticas que resulten de su
consumo.
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