Jorge Reina N.
Pastillita para el Alma 13 febrero del 2014
Soñemos, abriguemos nuestros ensueños, nuestras ilusiones y arrullemos
nuestros recuerdos, que son de nosotros, nuestra propiedad privada, sin
edad, sin tiempo, sin condicionamientos.
Dicen que el viejo ya no sabe amar y lo que ayer perturbó su mente, se fue para no volver.
Piensan, que amar es simplemente ser amado, gustar, saborear la
cercanía de una mujer o de un
hombre que llene una ilusión o un vacío, a
veces no correspondido.
Amar, es mucho más. Es sentir en carne viva
la llama vibrante del amor que ennoblece, que alegra, que te hace
sentir en el paraíso, que te hace dudar que lo que das es poco y no lo
suficiente para aquel que comparte tu vida, para esa persona amada que
sabe de tus ternuras y tristezas.
Insensatos aquellos que ven, en la
persona encorvada por el peso de los años, que ya no vibra con las
fuerzas pasionales del joven que arrebata y muere en los besos ardientes
que le hicieron perder su vida loca, que se regocija de sus conquistas o
llora un amor desesperado…, para nosotros el cariño se nota en la
dulzura de ojos que te miran, de las palabras que suenan a himnos de
gloria, a pedacitos de cielo enclavados en lo más profundo de nuestro
ser, porque aprendimos a vivir en un mundo raro y sabemos acomodarnos en
las sombras de nuestra soledad o en el brillo de la luz parpadeante, en
la penumbra de nuestra existencia que se agarra a la compañía de los
que nos rodean y nos llenan con su presencia los anhelos de caricias que
tal vez, se perdieron en la bruma de los tiempos.
Claro que la
pasión ya no es la misma de cuando nuestros abriles eran medianamente
pocos, pero esa energía que ayer perturbó nuestros sueños, se ha
convertido en algo maravilloso que se siente en la caricia del ser amado
a tu lado, del apretón de manos del hijo hecho hombre, del beso en la
frente de las hijas, que son signos de ternura y amor filial, de la
mirada y el cariño de los nietos que con sus tiernas manitos, te hacen
sentir que te necesitan y nos hacen acostumbrarnos a todas esas cosas
asombrosas que justifican nuestra presencia en la tierra.
El viejo,
paladea las remembranzas de aquel amor que ayer dio luz a su vida,
siente y entiende que las heridas producidas por ese amor imposible,
que no pudo ser, nunca se cierran y camina y lleva la lesión en su alma
quebrantada, aunque ría y finja por fuera.
Nuestra tercera edad, nos
hace valorar a los sinceros amigos. Reconocer que una verdadera amistad
es solo una ilusión, que te engaña, te traiciona o vale, mientras
tienes una buena posición y desaparece cuando caes en infortunio o
desgracia o tienes el atroz delito de ser pobre o estar enfermo del
cuerpo y el alma. Amigos buenos son los que están con nosotros, aunque
sea en su lejanía, cuando se los necesita, cuando comparten alegrías y
tristezas sin interés, no aquellos que lamentan tu partida, entre
chistes y chascarros, en la noche de tu velorio.
El viejo ama con
inteligencia, saboreando los momentos más dulces que le llenaron en su
juventud. Ama a la persona amada y agradece a la vida la felicidad de
tener en quien apoyar su cabeza, en quien confiar sus cuitas, de quien
sentirse orgulloso por la mujer que D+os lo puso en su camino, que le
dio un hijo y le hizo no cumplir un juramento. Ama y pide al cielo que
detenga el tiempo mientras podamos valernos por nosotros mismos y nunca
permita que seamos una carga pesada para nuestra familia y cuando nos
toque irnos, nos vayamos llevando el sabor de la felicidad por nuestro
tiempo de vida y por las personas que nos rodearon y amamos.
Ese es
para nosotros los de la tercera edad el Día de los Enamorados, el día
que D+os nos dio el milagro de que aparezca una dicha en nuestras vidas y
nos enseñó a vivir tan enamorados de las cosas que hicimos y todavía
hacemos, enamorados de nuestra juventud acumulada sin odios, sin
envidias, sin revanchas, llevando una gran dulzura en nuestras venas,
regalando bondad y amor, porque el que ama, no se hace viejo, porque el
Amor, es el eterno fuego de la juventud.
Jorge REINA Noriega
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