- Franco Giuffra
- Empresario
Tengo la impresión de que el coronel Francisco Bolognesi
ya fue. Debe ser ínfimo el porcentaje de jóvenes peruanos que se
levanta diariamente con la idea de repetir la gesta de Arica. Se van a
estudiar
computación o a cumplir con su chamba, mientras revisan su smartphone y escuchan a Beyoncé. No habrá muchos, imagino, que esperan que su día les traiga la oportunidad de tirarse al vacío desde un morro para salvar la bandera nacional.
No sé si sea bueno o malo, pero los modelos de virtud modernos se parecen más a Steve Jobs que a Miguel Grau. La idea misma de una patria que se defiende con la vida se ha desgastado harto con la modernidad. No parece haber mucha gente inquieta por ir a la guerra.
En sintonía con todo ello, haríamos bien en bajarle el volumen a toda la cosa militar. Para comenzar, porque culturalmente el asunto es bien anacrónico. Un ejemplo es la celebración del día nacional con un desfile de hombres armados y tanques y otros equipos que serán dados de baja sin haber servido nunca su propósito de defender la integridad de nuestro territorio.
Pero sobre todo por una razón muy práctica: no necesitamos una fuerza armada como la que tenemos. El tema de límites con Chile ya está cerrado. Con el resto de nuestros vecinos no tenemos pendiente ninguna discusión. Lanzarnos nosotros a conquistar países limítrofes es impensable cuando ni siquiera podemos controlar la esquina de Angamos con Aviación. ¿Cuánto armamento necesitamos, por tanto, para protegernos de un conflicto exterior?
Nuestros apremios de seguridad hoy en día son otros. La probabilidad de ser herido por una bala extranjera es inexistente para efectos prácticos frente a la casi certeza de ser asaltado en un bus interprovincial. Uno mira fríamente nuestros problemas y necesidades frente a los recursos de los que disponemos y algo no cuadra. Decenas de miles de hombres encerrados en cuarteles haciendo ensayos y maniobras mientras la delincuencia campea en las calles. Tenemos tanques, submarinos y cañones que requieren ser lustrados y mantenidos para un uso improbable mientras en las comisarías no hay computadoras o radios o papel para imprimir.
Hay que repensar el tema de la fuerza armada, de los enemigos reales que tenemos y de los mejores medios para combatirlos. La memoria de nuestros héroes no tiene nada que ver con esto ni tiene por qué mancillarse. No quiere uno menos a su país por proponer que se reduzca el ejército y crezca la policía. Por el contrario, al paso que vamos, el Perú tiene más riesgo de colapsar por falta de ley y orden en las calles que por una invasión extranjera al glorioso mar de Grau.
Tenemos seguramente necesidad de patrullar nuestras fronteras, combatir el narcoterrorismo y otras muchas otras tareas para las cuales son requeridos los militares y sus equipos. El servicio que ya nos prestan hoy, incluso entregando sus vidas, es invalorable y muy apreciado. Más allá de ello, dedicar tantos recursos a conservar o acrecentar el poderío bélico del país es puro lobby militar y una pésima política pública frente a la verdadera inseguridad nacional.
Personalmente, preferiría tener a muchos de estos compatriotas sirviendo como policías equipados y entrenados adecuadamente, vigilando las calles, custodiando los penales y protegiendo a los ciudadanos de peligros reales, en lugar de estar metidos en sus tanques, barcos o aviones, desconectados de la patria cotidiana que los necesita de verdad.
computación o a cumplir con su chamba, mientras revisan su smartphone y escuchan a Beyoncé. No habrá muchos, imagino, que esperan que su día les traiga la oportunidad de tirarse al vacío desde un morro para salvar la bandera nacional.
No sé si sea bueno o malo, pero los modelos de virtud modernos se parecen más a Steve Jobs que a Miguel Grau. La idea misma de una patria que se defiende con la vida se ha desgastado harto con la modernidad. No parece haber mucha gente inquieta por ir a la guerra.
En sintonía con todo ello, haríamos bien en bajarle el volumen a toda la cosa militar. Para comenzar, porque culturalmente el asunto es bien anacrónico. Un ejemplo es la celebración del día nacional con un desfile de hombres armados y tanques y otros equipos que serán dados de baja sin haber servido nunca su propósito de defender la integridad de nuestro territorio.
Pero sobre todo por una razón muy práctica: no necesitamos una fuerza armada como la que tenemos. El tema de límites con Chile ya está cerrado. Con el resto de nuestros vecinos no tenemos pendiente ninguna discusión. Lanzarnos nosotros a conquistar países limítrofes es impensable cuando ni siquiera podemos controlar la esquina de Angamos con Aviación. ¿Cuánto armamento necesitamos, por tanto, para protegernos de un conflicto exterior?
Nuestros apremios de seguridad hoy en día son otros. La probabilidad de ser herido por una bala extranjera es inexistente para efectos prácticos frente a la casi certeza de ser asaltado en un bus interprovincial. Uno mira fríamente nuestros problemas y necesidades frente a los recursos de los que disponemos y algo no cuadra. Decenas de miles de hombres encerrados en cuarteles haciendo ensayos y maniobras mientras la delincuencia campea en las calles. Tenemos tanques, submarinos y cañones que requieren ser lustrados y mantenidos para un uso improbable mientras en las comisarías no hay computadoras o radios o papel para imprimir.
Hay que repensar el tema de la fuerza armada, de los enemigos reales que tenemos y de los mejores medios para combatirlos. La memoria de nuestros héroes no tiene nada que ver con esto ni tiene por qué mancillarse. No quiere uno menos a su país por proponer que se reduzca el ejército y crezca la policía. Por el contrario, al paso que vamos, el Perú tiene más riesgo de colapsar por falta de ley y orden en las calles que por una invasión extranjera al glorioso mar de Grau.
Tenemos seguramente necesidad de patrullar nuestras fronteras, combatir el narcoterrorismo y otras muchas otras tareas para las cuales son requeridos los militares y sus equipos. El servicio que ya nos prestan hoy, incluso entregando sus vidas, es invalorable y muy apreciado. Más allá de ello, dedicar tantos recursos a conservar o acrecentar el poderío bélico del país es puro lobby militar y una pésima política pública frente a la verdadera inseguridad nacional.
Personalmente, preferiría tener a muchos de estos compatriotas sirviendo como policías equipados y entrenados adecuadamente, vigilando las calles, custodiando los penales y protegiendo a los ciudadanos de peligros reales, en lugar de estar metidos en sus tanques, barcos o aviones, desconectados de la patria cotidiana que los necesita de verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario