PASTILLITAS PARA EL ALMA
El viejo Anselmo trata de ser bien considerado. El sabe que es viejo y la ancianidad se le vino encima, por eso, lucha para adaptarse a su nueva realidad.
A sus 34 años, junto a su amada con sus 19 años, construyó un hogar, pasando miles de problemas, llegaron los hijos con sus dificultades, con sus alegrías y sus contrariedades que llenaron el corazón. Su casa se cubrió de risas, de llantos, de carritos en miniatura, pelotas, patines y bicicletas, de muñequitas con caritas de loza, de tacitas chinas de juguetes y cocinitas con lucecitas que parecían
llamas de fuego. Aumentaron sus dormitorios y aparecieron los padrinos y parientes. Los hijos crecieron, estudiaron, se volvieron profesionales y en poco tiempo, se convirtieron en padres inmaduros, imprecisos, temerosos, en permanente consultas angustiadas con el pediatra ante un poquito de fiebre, de tos o alguna diarrea de sus párvulos, que motivaba la salida intempestiva a la clínica de emergencia.
Hay escuelas, institutos, universidades de todas las profesiones, pero ninguna que enseñen el oficio más dulce y el mas importante que es, el de ser Padre.
Lo aprendimos por imitación de nuestros viejos y las más de las veces por intuición y jamás pensamos que llegaríamos a ser viejos.
Los hijos te traen los nietos. Unos bebitos, rollizos con roponcitos de color celeste o rosado, con nanas uniformadas, de mandil blanco y cofia, que van creciendo rápidamente y te dicen papapa o cochito…, los bebes son más difíciles de tratar por que son de generaciones muy distintas, con costumbres y hábitos diferentes.
Los viejos miran desde lejos a sus hijos, con sus yernos y sus nueras y los guambrillos que hablan de todo menos de los viejos.
El viejo Anselmo, con lo poco que le queda de dignidad trata de no ser víctima…, en su soledad ya se acostumbró a la tristeza de haber llegado a ser viejo…, trata de disimular el temblor de sus manos, que ayer fueron ágiles y se volvieron callosas por el bienestar de su familia… sus oídos ya no escuchan y su sordera, es su felicidad o fatalidad, cuando trata de adivinar o participar con alguna opinión, que a veces provoca hilaridad y comprende, que mejor es el silencio de la lengua y del alma, porque hasta sus ojos también cansados, no lo dejan ver la realidad que lo muestra la vida y se levanta con pasos inseguros, con sus achaques a cuestas, apoyándose en esa mesa de caoba, de su viejo comedor, que ayer fue escenario de grandes acontecimientos.
Oye muchacho, agarra a tu papapa, no se vaya a caer y se rompa un hueso y nos vaya a dar más problemas de los que nos da.
El nieto un mozalbete de 10 años lo agarra del brazo y con la inocencia de los niños, le lleva a esa habitación de 4 paredes a seguir viviendo prisionero de la cárcel de su cuerpo.
Luego las luces en el jardín, los gritos y las risas y las felicitaciones por el Día del Padre y de repente…, se abre la puerta y los nietos con sus regalos de bufandas, medias de lana y guantes, te dicen “Papapa te manda esto mi papá o mi mamá por el día del padre”, y salen presurosos…
Cómo cambió el tiempo para don Anselmo, allá lejos en su pueblo, en su casa de abobes y de quincha, donde la alondra canta, el jilguero silba, se huele el olor de los limoneros y los romeros y la presencia de las vacas, caballos, asnos, gallinas y cerdos hacían una sinfonía de sonidos, en un escenario de alfalfa verde regada con el rocío de la noche y no existía ningún día que se celebraba en forma especial, porque todos los días, eran una fiesta interminable, al lado de su viejo don Jacinto, un hombre respetable de cabello blanco y mostachos como la nieve, fue el que le dio la vida y le enseñó a ser hombre…, el viejo que fue su culto y constituyó una religión que le permitió, con respeto y gratitud, quererlo, admirarlo por haberle dado lo que es ahora.
Hasta hora resuenan en sus oídos sus sabios consejos y recomendaciones de su padre, don Jacinto:
Anselmo en tu poco de tiempo de vida que te brinda, el Tayta Amito, – le decía -, nada se regala y todos en alguna forma somos pordioseros.
Mendiga el pobre un trabajo, un pan, una caridad…, el hombre rico mendiga sinceridad, amor, cariño…, aunque pueda comprarlo.
El limosnero en la puerta del templo mendiga compasión o una moneda y los que están adentro mendigan perdón o mendigan algún milagro por algo que no tienen o por un amor que se fue.
La mujer no agraciada mendiga encontrar un hombre que le regale felicidad y la mujer bonita, termina mendigando al tiempo, que lo marca con sus arrugas y la flaccidez de sus carnes.
El enfermo mendiga salud, alivio para sus males y sus dolores…, el que carece de enfermedades pide como limosna, bienestar, un sitio de respeto y un trabajo que le brinde comodidad.
Todos somos mendigos hijo, decía don Jacinto, todos mendigamos algo que nos falta.
Por eso debes ser un buen hombre, un hombre piadoso, digno, honesto y hace respetar tu honor aunque sea con tu propia vida.
Nunca faltes a una dama, porque faltar a una mujer es un crimen imperdonable y aún sin testigos, tu conciencia nunca te dejará en paz.
Grande su viejo de don Anselmo, aunque nunca tuvo algo especial por el día del padre, como él dice, está seguro que siempre estará en su corazón y que todos los días lo bendicen y le da ventura desde el cielo.
Una bonita historia, de la vida real, algo fantasioso, que comparto con todos aquellos que son padres, con los que tienen la dicha de tener a su padre vivo y con los que hemos perdido a nuestros viejos, al que particularmente yo, lo llevo en mi corazón, le respeto, lo admiro y lo venero, desde que tuve uso de razón.
Jorge REINA Noriega
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