“Para ser abierto sólo en caso de mi muerte”
Soy soltero, sin ninguna relación estable de carga legítima, y nunca he tenido hijos ni en Europa ni en el Perú. Soy absolutamente pobre y no tengo ni propiedad ni dinero alguno. Vivo de mi sueldo en “La Tribuna” y de la eventual ganancia que me dan mis libros.
Solo tengo míos unos cuantos muebles sin ningún valor apreciable, un dictáfono que me obsequio mi amigo y compañero Luis Sechin y mi pobre biblioteca, que he tratado de implementar con mi sueldo. Recomiendo a mi familia y compañeros que mis pobres muebles sean para mi fiel ama de llaves Rosa
Ángeles, quien a pesar de su juventud ha sido para mi gran servidora de los días sombríos de la persecución. Desearía que mi familia respetara este deseo y que todos los muebles de la casa sean para ella, como testimonio de mi gratitud.
Si Jorge Idiaquez, mi gran secretario y ayudante, pereciese conmigo, recomiendo que se le dé sepultura en Trujillo, donde él ha querido siempre reposar, y que se trate de atender a su hijita. Si me sobreviviese, él debe disponer de mi ropa, así como también de mi máquina de escribir. Es tanto lo que le debo a su bondad, que aún en el sacrificio del desafió de la muerte no hay como pagar tanta grandeza. El automóvil que uso, marca Patter, es del partido. Que vuelva a él. Deseo también que mis revistas descansen en Trujillo. Pido que se me entierre como he vivido: pobremente. Si el partido considera que no debo reposar en la tumba de mi familia, donde descansan mis padres y abuelos, debe respetarse ese deseo, en vista que después de la muerte yo pertenezco al partido.
No tengo deudas. Solo debo un artículo para un periódico, por el que se me dio como pago adelantado un reloj pulsera por valor de 300 soles. Que se devuelva esto a Seoane.
Nada tengo que dejar a mi familia, y si se pudiera conservar algún objeto pido un dibujo al óleo. Que le sea devuelto a mi madre para que se lo dé a mis hermanos.
A la muerte de mi madre, pido que se la entierre en Trujillo, al lado de mi padre y abuelos, sepultada junto a ellos en la tumba que adquirí con mis primeros sueldos de La Tribuna.
A mis compañeros de partido que han visto de cerca mi vida les recomiendo mis perros. Ellos han sido para mi, parte de mi existencia de refugiado y saben como los he tratado y querido. Son cuatro: Tobi, Chusqui, Ñusta y el Cholito. Pido que sean tratados con máxima consideración. A los compañeros que sientan interés por los perros, que se hagan cargo de ellos. No serán personas crueles que después de un tiempo los abandonen.
Cuatro horas antes de partir a Chile, este es el testamento que expresa mi voluntad.
Firmado Víctor Raúl Haya de la Torre.
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