MEDICO DE CABECERA
Pastillita para el Alma 27 – 08 - 1999
Las 2 o 3 de la mañana, el ulular de la sirena rompe el silencio de la noche fría y lluviosa, y la ambulancia se desplaza rauda, entre calles y avenidas de la Lima vieja y
moderna, en su interior va una viejecita con la piel arrugada, las manos temblorosas y un notable esfuerzo por tratar de respirar, su mirada es perdida, pero sus ojos están humedecidos por el dolor de hogar, de familia, de Patria, o de recuerdos imborrables que rumia en silencio; Atrás en un cuarto lóbrego y entre cuatro paredes enmohecidas, quedó un anciano extendiendo las manos, tratando de retener lo que mas quiere, impotente ante esos hombres de rojo, todos muchachos jóvenes, y con una gran voluntad de ayudar y entre ellos, también un hombre maduro, que estetoscopio y tensiómetro al ristre, es el que presuroso ayuda, da las órdenes y reza para que todo salga bien.
Las rejas de fierro de un Hospital, se abren penosamente y el chillido de sus rueditas, trabajosamente se deslizan dentro del barro formado con agua, orines, restos de jugos, gaseosas o tal vez de lágrimas de miles de pacientes y familiares, de gente humilde, que llega a pedir una ayuda o un apoyo caritativo y se encuentra, desde el inicio, con aquel ingrato personaje, que dice que cumpliendo una orden, de un gran señor que encontró la oportunidad de crear su empresita para jugar a ser jefe de policías, ahora se da el lujo de dar órdenes a jovenzuelos y señoritas que por un mísero sueldo, tratan mal a todos los que llegan a sus puertas y contra ellos chocan, el verdulero, el obrero, el ama de casa, el taxista, el jardinero, aquel Juan Pablo, que encarna a todos los que sufren y buscan con ansiedad la ayuda que muchas veces se les niega y que no saben a quien levantar los ojos, mordiendo muchas veces su impotencia y talvez su odio, ese odio que corre interminable dentro de sus venas.
Pero dejemos, a esos hombres, Cristos del Alma, que continúen cargando sus cruces, sigamos, con nuestra viejita, que venciendo todo y por la “magia”de los bomberos, ya ocupa una cama del servicio de emergencia, y que al decir del médico y de las enfermeras ya fue atendida , porque le tomaron la presión, le controlaron el pulso no tiene fiebre, está conectado a su monitor y para que respire mejor se le ha puesto oxígeno, pero ,ella llora, gime y se desespera; entreabre sus ojos y no tiene a nadie quien le consuele, porque su esposo, el ancianito enfermo, llegó al Hospital, está en la puerta, y hasta allí no mas puede llegar, porque a dentro todo está limpio y “estéril” y él, claro puede contaminar y manchar, con ese pijama color tiempo, que no le dieron siquiera oportunidad de cambiarse.
Los minutos pasan y las horas también. De repente alguien en tono suplicante, le dice al médico, ese hombre de blanco, impávido, duro, acostumbrado a liarse con la muerte, que la ancianita sigue gritando de dolor, pero no de aquel dolor que producen las llagas, lo calambres o las lisiaduras, sino de ese dolor que rasca el alma, que quebranta la calma y acrecienta la Fe en Dios.
Doctor por favor, por lo que más quiera, atienda a mi viejita, se lo ruego, se lo imploro.
Ya no me moleste hombre. !No ve que se le ha puesto una inyección y tragó unas pastillas?
No Doctorsito, usted no comprende; ella no necesita sus drogas; ella quiere algo mas, quiere una palabra de cariño, o tal vez una caricia, que le haga revivir sus épocas idas, que le vuelva a ver a su médico de cabecera, a su doctor Buenaventura, o a su doctor Emilio o a su doctor Cholo, o a su doctorcito El Papa que allá en su pueblito sin nombre, entraba a su casa humilde, se sentaba en el poyo de su rústico dormitorio, y conversaba animadamente con su paciente, que le agarraba su espalda y su barriga con sus manos sin guantes, que le recetaba un drake, una tisana, un baño de pies, con malva y madreselvas, y que no tenía apuro, que inclusive aceptaba el ampesito endulzado con chancaca, que se le ofrecía.
Si doctorcito, Ud. quizás no tiene la culpa, pues ahora hay tal vez más enfermedades, y tiene que estudiar el SIDA, el colesterol, el estrés, el cólera, y diz que también el cáncer. Que se tiene que preparar para entender la ecografía, la resonancia magnética y el rayo Láser, pero usted ha olvidado que los enfermos somos seres humanos, hechos de carne y hueso. Que nuestro corazón enferma mas de sentimientos que por infartos, que nuestros suspiros son plegarias que suben al Cielo y que siempre será una gran verdad, que la misión más grande del médico y las enfermeras será:
Primero curar, si no te es posible curar, aliviar el dolor, y cuando no puedes curar, ni aliviar el dolor, siempre, cuando menos consolar.
Jorge REINA Noriega
“AYÚDAME A AYUDAR”
UN HOMENAJE A LOS MÉDICOS DEL PERÚ, QUE CUMPLEN CON EL JURAMENTO HIPOCRÁTICO Y ENTIENDEN LOS SENTIMIENTOS DE LOS ENFERMOS.
”
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