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28 dic 2012

UN DIA COMO CUALQUIERA DE PEPE RUIZ CARO


Un día como cualquiera.

A la memoria de Esteban Chuquizuta, vecino de Bocanegra – Chachapoyas.

En una hoyada y en las faldas de un cerro, se asentó Esteban Chuquizuta, con María, su mujer y su única hija, sordo muda. Se situó en esa finca, por gracia y bondad de su dueño, pues no tenía donde ir, ni familiar que le preste ayuda. La tierra concluía en su parte más baja, con una quebrada, donde discurrían las aguas turbias que procedían de los desagües de la ciudad, y por su franco derecho, con un cristalino manantial que nacía de su pequeño monte, en la cumbre del cerro, que este, la menguaba de los amaneceres. La vida se
les presentaba, de esa manera: con poca claridad, por un lado, como la reducida fuente de aguas claras, y de inmensa desesperanza, como las aguas confusas.

Allí hizo su cabaña. Cultivó la tierra, para alimentarse de su pequeña cosecha. Su mujer María, lavaba el traje ajeno, en sus aguas cristalinas; con ello ayudaba a aumentar los suministros. Así supieron mantenerse, sin mermar sus pobrezas; pero subsistieron con lo poco que les proveía la tierra. Se hicieron viejos, igual envejecieron los trapos que les cubrían, y la cabaña que los cobijaba resistía a la fuerza de los vientos y a las lluvias. Los días no tenían diferencias, más bien unos eran de sol y otros de lluvia, y con ellos el cálido viento, abrigado por los cerros, o el frío de las noches, que penetraba por los agujeros, de la esquelética cabaña. No conocían de días de fiesta, ni de santos que guardar, pecaban de ignorancia. Y en Nochebuena, sabían que era una de esas, de diciembre; en sus noches, a puertas de lluvias, observaban a través de la rala cubierta, un lucero en el cielo claro, este al parecer no se movía, se veía desde el mismo agujero, como si fuese una fiel compañía. Tampoco conocieron de males. Si es que supieron diferenciar de un dolor de cabeza de un dolor de panza. Las tripas se retorcían, unas veces de hambre y otras veces de frío. Un trozo de pan desembarazaba los males.

Pasaron los días, los años. Un año más, un año menos. El año comenzaba, en enero, en marzo, o julio; daba igual. Lo que importaba, era la despensa de su cosecha y que en su fogón, quede un tizón encendido. Y vivió hasta que se apagó la lumbre de su humilde hogar. Murió, un día como cualquiera, igual de pobre, y quizás sin saber ni rezar. Y eso que importa, si no hizo mal a nadie.

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