Pepe Ruiz Caro
Si estás seguro, no preguntes como llegar.
Estoy extraviado, en las calles de este viejo pueblo blanco. Que en algunas arterias, como máscaras lunarejas el cemento suple al sillar, descontrolado y brutal, pero no compite con las cenizas fosilizadas de su volcán. Lleva en sus entrañas la fuerza de una erupción, por lo que se ofrece orgullosa y señorial. Una vez más, como un incógnito ermitaño volví a repasar sus calles, iluminado, empañado y petrificado, de esta noble ciudad blanca: Arequipa.
Me hospedé en un céntrico hotel, a un par de cuadras de la casa de Melgar. Tuve información, que muy cerca se encontraba el barrio de San Lázaro, el más antiguo de la ciudad, de calles angostas y casonas de sillar. Con la certeza de su cercanía emprendí camino. Luego de recorrer dos cuadras, y de algún modo para asegurar mi destino, atiné a preguntar a un peregrino caballero de saco y corbata, si estaba cerca a mi destino; por su apariencia mostraba confianza, de una respuesta acertada. Tenía pinta de un veterano empleado público, a bordo de jubilarse: de unos cincuenta y tantos años, pelo planchado y raya al costado izquierdo, zapatos tipo corfan y mal lustrados. Su respuesta fue un chasco: desconocía del nombrado Barrio de San Lázaro. A tan desconcertante contestación, imaginé que éste hombre, no conocía más ruta, que el de su casa a su trabajo, y que su último tramo sería hacia su sepultura. Si lo hubiese preguntado por Pinnk Floyd, o cómo se arma un pitillo, hubiese con seguridad facilitado su respuesta. Continué mi camino. Avanzado unos metros, me topé con una agraciada jovencita, de atinadas medidas, pantalón jean ajustado, una blusita blanca de marcado escote, y pelo algo desordenado, al viento. Le dije: “niña linda, te agradecería decirme, cuánto me falta para llegar a San Lázaro”, este atributo de hueso y carne, y con poco seso, me respondió: “a usted ni un milagro lo resucita”, qué habrá entendido esta niña diminuta, …¿que yo fuese Lázaro? Sin bajar el ánimo, seguí con mi marcha; al llegar a una esquina, observé a un policía; ¡por fin!, exclamé con alegría. El me dará la respuesta, que me guíe a mi destino. El uniformado, titubeando, me dijo que le disculpara, no cuenta con una guía de calles. Tragué saliva amarga, bueno, estos son los policía de hoy,.. ¡Qué gendarmería!. Qué pasa si me hubiese topado con un “tira” (PIP), los policías de antaño, éste quizás hubiese sacado su “libreta de apuntes” (antecesora de una PC), con anotaciones de personajes ilustres y de desalmados, donde residen o de la ubicación de lugares con trascendencia; por seguro tendría gratificante complacencia. Bueno, a mal tiempo buena cara, me dije. Volteé en la siguiente esquina, tal vez cambiando de dirección, cambie mi suerte; a pocos metros de llegar a la otra esquina, una madura mujer de pelo cano, observaba hacia la calle, muy cómoda al pie del umbral de su casa. Aquí está el boleto de la suerte, pensé; al hacerle la pregunta, sobre el lugar donde quería llegar; con agraciada dulzura replicó, que volteando la esquina me dirán como llegar. Sorpresa, a la vuelta de la esquina, observé un llamativo cartel, apostado vertical a la pared, se leía: “Final Feliz”, me acerqué a la puerta, para preguntar y tener la certeza lo que anunciaba ese cartel, “Final Feliz”…una funeraria. ¿Habré salido esa mañana con el pie izquierdo?. Que importa, al final me di con mi gusto, llegué a mi clamada parada. Fue el premio que da el caminar seguro, sin presentimientos ni conjuros; sólo guiado por mi vocación aventurera y la fe a mis zapatos. Disfruté de una presa….servida en mi plato: El pintoresco barrio de San Lázaro, de pasajes y callecitas estrechas, de fachadas de sillar y apostados farolitos….justo espacio para disfrutar de mi estreches….. Lo que sigue, quedó como manjar en el paladar. Amén.
Estoy extraviado, en las calles de este viejo pueblo blanco. Que en algunas arterias, como máscaras lunarejas el cemento suple al sillar, descontrolado y brutal, pero no compite con las cenizas fosilizadas de su volcán. Lleva en sus entrañas la fuerza de una erupción, por lo que se ofrece orgullosa y señorial. Una vez más, como un incógnito ermitaño volví a repasar sus calles, iluminado, empañado y petrificado, de esta noble ciudad blanca: Arequipa.
Me hospedé en un céntrico hotel, a un par de cuadras de la casa de Melgar. Tuve información, que muy cerca se encontraba el barrio de San Lázaro, el más antiguo de la ciudad, de calles angostas y casonas de sillar. Con la certeza de su cercanía emprendí camino. Luego de recorrer dos cuadras, y de algún modo para asegurar mi destino, atiné a preguntar a un peregrino caballero de saco y corbata, si estaba cerca a mi destino; por su apariencia mostraba confianza, de una respuesta acertada. Tenía pinta de un veterano empleado público, a bordo de jubilarse: de unos cincuenta y tantos años, pelo planchado y raya al costado izquierdo, zapatos tipo corfan y mal lustrados. Su respuesta fue un chasco: desconocía del nombrado Barrio de San Lázaro. A tan desconcertante contestación, imaginé que éste hombre, no conocía más ruta, que el de su casa a su trabajo, y que su último tramo sería hacia su sepultura. Si lo hubiese preguntado por Pinnk Floyd, o cómo se arma un pitillo, hubiese con seguridad facilitado su respuesta. Continué mi camino. Avanzado unos metros, me topé con una agraciada jovencita, de atinadas medidas, pantalón jean ajustado, una blusita blanca de marcado escote, y pelo algo desordenado, al viento. Le dije: “niña linda, te agradecería decirme, cuánto me falta para llegar a San Lázaro”, este atributo de hueso y carne, y con poco seso, me respondió: “a usted ni un milagro lo resucita”, qué habrá entendido esta niña diminuta, …¿que yo fuese Lázaro? Sin bajar el ánimo, seguí con mi marcha; al llegar a una esquina, observé a un policía; ¡por fin!, exclamé con alegría. El me dará la respuesta, que me guíe a mi destino. El uniformado, titubeando, me dijo que le disculpara, no cuenta con una guía de calles. Tragué saliva amarga, bueno, estos son los policía de hoy,.. ¡Qué gendarmería!. Qué pasa si me hubiese topado con un “tira” (PIP), los policías de antaño, éste quizás hubiese sacado su “libreta de apuntes” (antecesora de una PC), con anotaciones de personajes ilustres y de desalmados, donde residen o de la ubicación de lugares con trascendencia; por seguro tendría gratificante complacencia. Bueno, a mal tiempo buena cara, me dije. Volteé en la siguiente esquina, tal vez cambiando de dirección, cambie mi suerte; a pocos metros de llegar a la otra esquina, una madura mujer de pelo cano, observaba hacia la calle, muy cómoda al pie del umbral de su casa. Aquí está el boleto de la suerte, pensé; al hacerle la pregunta, sobre el lugar donde quería llegar; con agraciada dulzura replicó, que volteando la esquina me dirán como llegar. Sorpresa, a la vuelta de la esquina, observé un llamativo cartel, apostado vertical a la pared, se leía: “Final Feliz”, me acerqué a la puerta, para preguntar y tener la certeza lo que anunciaba ese cartel, “Final Feliz”…una funeraria. ¿Habré salido esa mañana con el pie izquierdo?. Que importa, al final me di con mi gusto, llegué a mi clamada parada. Fue el premio que da el caminar seguro, sin presentimientos ni conjuros; sólo guiado por mi vocación aventurera y la fe a mis zapatos. Disfruté de una presa….servida en mi plato: El pintoresco barrio de San Lázaro, de pasajes y callecitas estrechas, de fachadas de sillar y apostados farolitos….justo espacio para disfrutar de mi estreches….. Lo que sigue, quedó como manjar en el paladar. Amén.
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